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04 septiembre 2017

Rafael Sánchez Ferlosio




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Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 4 de diciembre de 1927) es un novelista y ensayista español, que estuvo integrado al principio de su carrera literaria en el llamado realismo social de la posguerra, movimiento literario en el que destaca su obra más importante “El Jarama”.

Es hijo del escritor Rafael Sánchez Mazas (señalado falangista que sufrió un frustrado intento de fusilamento durante la Guerra Civil, hecho que fue descrito en la novela de Javier Cercas en su novela “Soldadados de Salamina” en 2001) y de la italiana Lucia Ferlosio.
En su ciudad natal vivió los primeros años de su infancia por la corresponsalía de su padre que era también cronista del diario ABC.

Al regreso familiar a España, Rafael Sánchez Ferlosio estudió en el internado de los jesuitas de Villafranca de los Barrios, y posteriormente, cursó los estudios preparatorios para el ingreso en la Escuela de Arquitectura, aunque los abandonó para estudiar filología semíótica en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid en la que se doctoró.

En sus años universitarios entró a formar parte de un grupo de jóvenes escritores que serían después escritores muy importantes en la literatura española de mediados del siglo XX. Con algunos de ellos, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite (con la que contraería matrimonio en 1954) y Jesús Fernández Santos, formaron un movimiento literario conocido como la Generación del 50 y también como la Generación de los Niños de la Guerra.

Sánchez Felosio comenzó a publicar relatos, a finales de la década de los cuarenta, en varias revistas españolas, dando así comienzo a su carrera literaria. Dirigió junto a Ignacio Aldecoa y Alfonso Sastre la Revista Española, fundada en 1953 por Antonio Rodriguez Moñino, aunque esta publicación dejó de publicarse en 1954. En ella publicó Sánchez Ferlosio dos narraciones y la traducción de Totò, il buono, de Cesare Zavattini A pesar del poco tiempo que duró esta publicación, sirvió para dar a conocer a escritores desconocidos o con fama incipiente que años más tarde se convertirían en figuras importantes de la literatura nacional, al publicar sus relatos, incluso obras teatrales –como fue el caso de Juan Benet-, y artículos del filósofo Manuel Sacristán.

Impulsado por su apasionado interés por el cine, se matriculó en la Escuela Oficial de Cinematografía, aunque abandonó estos estudios más tarde.

Aunque Sánchez Ferlosio fue reconocido literariamente a nivel nacional e internacional con su emblemática novela “El Jarama”, antes aludida, antes llamó la atención con el relato “Industrias y andanzas de Alfanhui”. en 1951, en el que aúna los datos autobiográficos y lo fantástico, con lo que consigue poner en entredicho lo que consideramos realidad. Fue alabado por su depurado estilo y el novedoso argumento que despertó un gran interés.

Su novela cumbre “El Jarama” se integra en la corriente neorrealista de los años cincuenta y dio comienzo a una destacada etapa de la novelística española. Esta novela fue ganadora del premio Nadal, en 1955, premio de la Critica de 1957. El argumento de la novela narra las dieciséis horas de un domingo cualquiera de verano orillas del río homónimo del título de la novela. El autor describe el propio universo juvenil a través de su diálogos en los que se encuentran sus peculiares modismos y giros coloquiales propios de la época. Esto convierte a esta novela en un ejemplo de la llamada “novela magnetofón”, es decir, novela objetiva que carece de narrador y sólo expone la conducta externa de sus personajes, recurso estilístico novedoso para el año en el que fue escrita.

Por la resonancia que obtuvo esta novela, supuso el reconocimiento de Sánchez Ferlosio entre los más importantes escritores de aquellos años y tuvo una gran influencia en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX.

Después de unos años de silencio, Sánchez Ferlosio volvió a publicar otras novelas y obras dirigidas al público infantil y juvenil, pero especialmente ensayo, género en el que ha destacado siempre.

Fue de este género ensayístico su obra “Las semanas del jardín”, de tema fundamentalmente literario, obra de reflexión crítica sobre los recursos y técnicas narrativas.

Volvió a la novela con el título El testimonio de Yarfoz (1986), novela con la que quedó finalista del Premio Nacional de literatura, modalidad de narrativa. También, en dicho año, publicó “La homilía del ratón”, colección de artículos; “El ejército nacional”, y el extraordinario ensayo que cuestiona el concepto de progreso “Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado”, y “Campo de Marte•.

En los siguientes siguió publicando otras obras de ensayo como son los títulos “Ensayos y artículos” (1992) y “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos “(1993), compuesto por una variedad de textos varios y dispersos (epigramas, aforismos, fábulas, versos,) que contravienen lo establecido y las ideas convencionales . Por esta obra obtuvo el Premio Nacional de Ensayo y el premio Ciutat de Barcelona en 1994.

Obras posteriores son “El alma y la vergüenza” (2000), “La hija de la guerra y la madre de la patria” (2001) y “Non olet” (2003). Es autor, también, de poesía, relatos “Y el corazón, caliente” (1961), “Dientes, pólvora, febrero” (1961) y de obras de narrativa infantil “El huésped de las nieves” (1982), “El escudo de Jotan” (1989).

A su labor creadora hay que sumar la periodística que ha llevado a cabo intensamente, colaborando en la revistas El Urogallo, Claves de Razón Práctica, Cuadernos Hispanoamericanos y Revista de Occidente y en los diarios Arriba, ABC, El País y Diario 16, entre otros. Dicha actividad le ha supuesto obtener los más importantes premios periodísticos como son el Francisco Cerecedo de la Asociación de Periodistas Europeos (1983), el Mariano de Cavia (2002) y el Francisco Valdés (2003).

Según el propio Sánchez Ferlosio, sus referentes literarios e influencias más importantes son las de los escritores a Max Weber, T. W. Adorno y Karl Bühler.

Entre otras distinciones recibidas es Doctor honoris causa por la Universidad La Sapienza de Roma y por la Universidad Autónoma de Madrid. Sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán, italiano, ruso y al chino, entre otras lenguas. En 2004 le fue concedido el Premio Cervantes, el más importante de las letras españolas como reconocimiento a su “espíritu libre” y a su “trabajo como narrador y ensayista”.

En ese mismo año, salieron publicadas sus últimas obras “El geco. Cuentos y fragmentos”, recopilación de textos fechados entre 1956 y 2004, siendo inédito uno de ellos; “Los príncipes concordes”, y “Un escrito sobre la guerra”, publicado en la colección de inéditos del Instituto Cervantes.


En la actualidad reside en Madrid, aquejado de una grave dolencia de visión, aunque no ha dejado de escribir.

Artículos de Rafael Sánchez Ferlosio

Virilidad                                                                               
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Rafael Sánchez Ferlosio

(El País, 19 NOV 1994)

El que, ante un niño que bajo la sonriente complacencia de unos padres incapaces de imaginar que pueda molestar a nadie corre por entre las mesas del local, dice: " Lo que ese niño necesita es un par de hostias bien dadas" está expresando lo que él necesitaría: poder dárselas. Pertenece a la misma ralea viril que el que, ante una chica nerviosa o estridente, dice: "Lo que ésa necesita es un buen polvo" porque le humilla reconocer la vibración que enciende su deseo y tiene que camuflarla en expresión de afrenta y de desprecio. Estos que saben remediar al prójimo con hostias y con polvos son los maccro de le bâton et la carotte, que no aguantan a los demás como sujetos, sino sólo como objetos de sometimiento y de control.

(Ordalia). Sólo el castigo pudo hacer unívocas, discontinuas, las nociones del género de "culpa" o de "pecado". La alternativa de sí o no en que nos las encontramos sumergidas no tiene un origen en sí mismo lógico, sino pragmático: la violencia creadora de derecho. Sólo la guerra o la acción ejecutiva, el veredicto de las armas o de los tribunales, imponen disyuntivas tan tajantes como la de inocente o culpable o la de tener razón o no tener razón
El rencor consiste en la obstinación en que cuando ya no es así, siga siendo así, porque una vez ha sido así, una culpa de hace 50 años se convierte en 50 años de culpa.

(Paisaje). Por el lomo de la alta pared del huerto coronada con cascotes de botella venía andando esta tarde un gatito sin cortarse.
__________________
Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de noviembre de 1994



Aviso urgente a los contricantes

Rafadel Sánchez Ferlosio

(El País, 23 MAY 1993)

Suelo decir que Antonio Gramsci forma con Rosa Luxembourg la más ilustre pareja de intelectuales que crió, apenas a tiempo, el comunismo, antes de abominar definitivamente de la funesta manía de pensar. Pues bien, Gramsci advirtió de que la expresión "lucha ideológica" era una torpe metáfora que más valía no usar o que, de usarla, había que hacerlo con toda la precaución de no perder de vista la decisiva diferencia de que mientras en la lucha física o la guerra era válido y conducente a la victoria atacar los puntos débiles del adversario, en la mal llamada lucha ideológica sólo era, en cambio, procedente acometer los puntos fuertes. El jovencísimo Menéndez y Pelayo de los Heterodoxos (libro en el que inventó el género que yo llamo "libro infierno", pues van a parar a él todos los malos, y que fue cultivado por Lucaks con su El asalto a la razón) contraviene la sabia prescripción gramsciana con sus representaciones musculares del pensar: "atletas de la escolástica" "potencia intelectual", "asentar verdades como el puño", "contundente en casi todo lo que es filosofia pura y monumento de inmenso saber y de labor hercúlea", "era su erudición la del claustro, encerrada casi en los canceles de la filosofia, escolástica, pero ¡cómo había templado sus nervios y vigorizado sus músculos esta dura gimnasia!", "todo lo recorrió y lo trituró, dejando dondequiera inequívocas muestras de la pujanza de su brazo", "molió y trituró como cibera a los débiles partidarios que en Sevilla comenzaba a tener la nueva filosofia ecléctico-sensualista del Genovesi y de Verney", "en cabeza suya asestó el padre Alvarado golpes certeros y terribles" (Heterodoxos, VI-3-VII, VI-4.-I y VII-2-V).

El gramsciano rechazo de la mera noción de lucha ideológica es, a la postre, lo que me pone diametralmente en contra de los que celebran como un gran adelanto democrático la introducción de debates electorales en España. Antes por el contrario, lo deploro como una vuelta de tuerca más al ya bastante avanzado encanallamiento y prostitución de la palabra.
El debate televisivo es una perversión sólo capaz de complacer a mentalidades primitivas, casi paleolíticas, como las del regresivo agonismo norteamericano, que no puede entender nada de nada como no se le presente en términos de ganador y perdedor. Y no es que no haya antecedentes europeos: en las disputationes académicas de Salamanca, en los siglos XVI y XVII, parece ser que los "ergos" se contaban como hoy se cuentan los goles en el fútbol: "¡Fulano le ha metido diez y nueve ergos a Mengano!". Estas disputationes universitarias fueron después, con toda razón, consideradas como la máxima degradación intelectual




01 marzo 2017

EDUARDO MENDOZA


Eduardo Mendo

Ana Alejandre


El Premio Cervantes 2016 le fue concedido al escritor Eduardo Mendoza. Dicho premio, el más importante de las letras españolas, está dotado con 125.000 euros y su finalidad es reconocer el conjunto de la obra de los escritores que hayan enriquecido el legado literario en lengua española.

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) novelista español. Licenciado en derecho (1966), trabajó como pasante, asesor jurídico y traductor en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, entre 1973 y 1982, Se trasladó posteriormente a Europa para seguir trabajando en dicha organización, aunque vivía en Barcelona la mitad del año.

Publicó su primera novela La verdad sobre el caso Savolta en 1975 que obtuvo el Premio de la Crítica y tuvo un gran éxito entre los lectores. Su protagonista esencial es la ciudad de Barcelona en los años convulsos de 1917-1918 por las sucesos revolucionarios que tuvieron como escenario la capital catalana. Estos sirven de fondo para que desfilen una serie de personajes variopintos y caricaturizados, muchos de ellos disparatados, que deambulan en un ambiente abigarrado en el que se mezclan las fiestas de la alta burguesía catalana con los atentados anarquistas narrados con recursos del género policíaco, aunque presenta también esta obra otras aportaciones, tanto en lo que concierne a la estructura narrativa como a lo meramente lingüístico, que presentan otro géneros que van desde los diversos tópicos de las novelas de caballería hasta los de la narrativa moderna más comercial. Toda la obra ofrece una constante ironía que remarca su naturaleza tragicómica. Con esta novela Mendoza se aproxima a la estética de los novísimos, en un rechazo explícito de caer en la carecterización específica española. A esta obra se la considera la obra de narrativa más importante de las letras españolas en la segunda mitad del siglo XX.

La segunda novela El misterio de la cripta embrujada (1979) ofrece un intento experimental más acusada y desenfadada. En ella se intesifica la parodia de la novela negra hasta el límite de la farsa. Posteriormente, publicó El laberinto de las aceitunas (1982) epresenta una nueva variante del original género detectivesco repleto de humor y su escepticismo del rigor aplicado a las investigaciones de asuntos ridículos y risibles. Estas dos últimas novelas son historias de asesinatos y misterio, situadas en ambientes similares y tienen en común al mismo protagonista que es un detective excéntrico, pero ambas obras ofrecen una cierta crítica social.

La novela siguente La ciudad de los prodigios (1986) tiene como protaginista al anarquista Onofre Bouvila, personaje que consigue llegar a lo más alto del poder económico, corrupto y sórdido, y se desenvuelve en el escenario de la vida barcelonesa entre las dos exposiciones de 1888 y 1929. El trasfondo histórico es narrado por Mendoza de forma original y diferente a lo habitual, pero siempre dentro de la ironía, y la crítica social más sutil y soterrada, retratando realidades, pero huyendo siempre de caer, en ese retrato retrospectivo de su ciudad natal, ningún atisbo de sentimentalismo.

.Sus obras siguientes fueron La isla inaudita (1989) El año del diluvio (1992) y Una comedia ligera(1996), estas dos últimas novelas son dos de sus escasas obras no ambientadas en Barcelona.

Les siguieron En La aventura del tocador de señoras (2001) que tiene también como protagonista al demencial detective; El último trayecto de Horacio Dos(2002) narra irónicamente una expedición espacial; y Mauricio o las elecciones primarias (2006) transcurre en la Barcelona posterior a la transición que obtuvo el premio de novela Juan Manuel Lara.

Mendoza también es autor de la guía Barcelona modernista (1989), en colaboración con su hermana Cristina y, escrita en lengua catalana, la obra de teatro Restauració (1990). Más tarde publicó las novelas El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) y Riña de gatos. Madrid 1936 (2010), que tiene como escenario a la capital de España en los días previos a la Guerra Civil española, y por cuya obra recibió el premio Pllaneta.


Artículos de Eduardo Mendoza


Mi sufrida biblioteca
Eduardo Mendoza
Eduardo Mendoza
16/5/2016 (El País)
http://elpais.com/elpais/2016/05/13/icon/1463135325_973140.html


Tengo la costumbre de deshacerme de los libros que he leído. Y también de los que todavía no he leído, si veo que tienen mal pronóstico. El origen de esta costumbre, que muchas personas encuentran bárbara y desalmada, no es intelectual. Durante una larga etapa de mi vida combiné la movilidad con una relativa escasez de medios, con lo que me vi forzado a ir dejando atrás objetos estimados pero no de primera necesidad. Las primeras víctimas de esta emergencia siempre fueron la vajilla y los libros; la vajilla, por su fragilidad; los libros, por su volumen; en ambos casos, por la pesadez de embalar y meter en cajas cosas de tamaños y formas difíciles de acoplar. Total, que acababa tirando platos, vasos y tazas de muy escaso valor, y pilas de libros de un valor material aún más escaso, aunque quizá de mayor valor sentimental. Pero lo bueno de los apuros es que el sentimentalismo desaparece cuando la necesidad aprieta. Fuera libros.

A la tercera o cuarta masacre me di cuenta de que rara vez necesitaba los libros que había tirado y de que, si los necesitaba, los podía volver a comprar. Aparentemente, un gasto doble. En realidad, un considerable ahorro si entra en el cálculo el coste del espacio y el mobiliario. Si el libro que quería recuperar estaba descatalogado, lo encontraba online, en librerías de segunda mano o, a las malas, en alguna biblioteca pública. Y si todo esto fallaba, siempre me quedaba la solución de encogerme de hombros y pasar a otra cosa. La vida está llena de frustraciones y renuncias y no poder releer un libro, habiendo tantos, no es gran tormento.

La práctica me enseñó que los sentimientos, como al parecer ocurre con otras prolongaciones del cuerpo humano, se recomponen. En mis sucesivas viviendas no había libros, pero procuraba que no faltaran las flores, otro artículo entrañable que, a diferencia de los libros, lleva incorporada la fugacidad. Más tarde, cuando alcancé cierto grado de estabilidad, acumulé algunos libros, pero no perdí la higiénica costumbre de desprenderme de la mayoría. Una pared limpia no me parece menos acogedora que una pared cubierta de estanterías. Y por lo que se refiere a la utilidad de una biblioteca personal, lo considero nulo o poco menos. He visto bibliotecas personales especializadas, arduamente construidas a lo largo de toda una vida, que luego alguna institución pública se aviene a heredar de mala gana. Salvo estos casos contados, una biblioteca personal es un mapa confuso del peregrinaje intelectual de su dueño: cambios bruscos de gustos o intereses, propósitos abandonados, palos de ciego y una buena dosis de azar. A lo sumo, testimonio de una cierta solidez de criterio, de amplitud de miras, de cultura general. Antiguamente, el que nacía en una casa provista de una biblioteca, tenía a su alcance un territorio por explorar.

La biografía de algunas personas de mérito incluye el episodio de descubrimientos venturosos. Pero como pasa también en otros aspectos del desarrollo juvenil, lo que uno tiene en casa suscita menos interés que lo que hay en la casa del vecino. En mi caso, recuerdo haber sentido curiosidad por libros que veía en bibliotecas ajenas, pero no en la que habían hecho mis padres. Quizás sí que soy un desalmado. La gente normal siente apego por sus libros, como por sus amigos. Yo también, pero a mi modo. Por más afecto que les tenga, no me gustaría convivir con ellos. Prefiero perderlos de vista, reencontrarlos, comparar lo que el paso del tiempo ha cambiado en cada uno. Hay algo morboso en releer un libro que lleva años envejeciendo ante mis ojos. Prefiero volver a comprarlo, nuevo, con el papel blanco, bien encuadernado, sin una mota de polvo, como la primera vez que lo leí. Hasta entonces, todos los libros que he leído, siguen en mi memoria. La inmensa mayoría, aparentemente olvidados. No importa. Soy lo que ellos me aportaron en su momento. Y también pueden reaparecer de repente, con una claridad deslumbrante, como si los acabara de leer.

Un mendigo
Eduardo Mendoza
23/dic/2015 (El País)
http://elpais.com/elpais/2015/11/24/icon/1448369970_616867.html

En parte por la crisis, en parte por el flujo migratorio, la mendicidad se ha intensificado en las calles de Barcelona. En un rincón tranquilo de un barrio elegante un hombre joven, sin impedimentos físicos o mentales apreciables y sin tender la mano en ademán suplicante, me dice que le dé algo sin especificar para qué; a mi gesto negativo responde en voz alta: “Vaya, hombre, muchas gracias”. Luego cada uno sigue su camino. En el mío voy pensando si el sarcasmo es genuino o si es una discreta técnica intimidatoria encaminada a crear mala conciencia en el donante potencial. Si es así, debería emplearse cuando haya testigos que luego den para evitar la repulsa. Al margen de su eficacia, la actitud es subversiva por lo que concierne a la mendicidad entendida como lo que ha sido hasta hace poco: un oficio. Seguramente hay libros escritos sobre la mendicidad.No conozco ninguno, pero de mis pobres conocimientos deduzco que no es un fenómeno inherente a nuestra sociedad.

La literatura clásica no la menciona, aunque no faltaran menesterosos y tullidos y el Estado no se ocupara de ellos. Por raro que parezca, la figura del mendigo está ausente en los Evangelios. No la del pobre, pero eso es otra cosa. El mendigo no es solamente una persona necesitada, sino alguien que pide ayuda, cara a cara, a cambio de nada. En este sentido, el mendigo cabal es un producto del cristianismo o, para ser precisos, del concepto nuevo de la caridad: un acto de renuncia material a favor del prójimo que recibirá su recompensa en el cielo. En la Edad Media, la vida religiosa gira prácticamente en torno a este supuesto. La vida contemplativa y la peregrinación quedan para los más industriosos. El común de los mortales acumula pequeños actos de caridad para compensar sus malas obras cuando toque hacer balance de la vida terrenal y en función de eso decidir la eterna. Hasta ahí, el protagonista de la historia es el alma caritativa y el mendigo es un mero sujeto pasivo. El Renacimiento en esto, como en tantas cosas, da la vuelta a la tortilla. Ahora el mendigo se recicla en pícaro, convierte la mendicidad en profesión, cuando no en arte y, de paso, crea un género literario glorioso.

El protestantismo y la ascensión de la burguesía alteran otra vez el panorama. Ambos llevan implícita la condena del mendigo como elemento improductivo. Señoras dadivosas socorren a los necesitados a domicilio, en los miserables habitáculos donde aquellos ocultan su miseria y su inutilidad. Dickens ilustra estas escenas. España no renuncia al folclore de sus pedigüeños. Con la decadencia crónica del país, los mendigos no sólo florecen sino que se especializan. El común ronda las calles, la élite luce sus nafras a la puerta de las iglesias, donde señoras orondas tienden la mano y apartan la mirada con gesticulación de cine mudo. También de la mano del cine la mendicidad vuelve al mundo anglosajón. No sé si Chaplin pide o no pide en su ilustre filmografía, pero en cualquier caso devuelve al indigente su dignidad de antihéroe y le agrega una causa y una ideología. En los tiempos modernos el que da no compra bonos de salvación eterna.

Con su dádiva corrige y justifica el sistema, sea o no responsable directo de sus desajustes. Las calles de Nueva York se pueblan de mendigos que aún siguen ahí, asociados a la moderna indigencia del alcoholismo y la droga. Al término de este repaso vuelvo a mi pedigüeño sarcástico y a mi pregunta original sobre su reacción. Tanto si es un amateur que ignora el protocolo como si es un hábil estratega, lo cierto es que su desdén ha borrado la antigua relación moral o ética entre él y yo. Hoy por ti, mañana por mí, parece ser el mensaje. O: nunca digas de este agua no beberé. A la puerta del supermercado que frecuento se turnan un par de pobres, siempre los mismos. Muchas mujeres, al salir, les dan monedas. Nunca los hombres. Quizá perdura en ellas la vieja bondad que prescinde de la sociología e incluso de la lógica para seguir fluyendo sin trabas ni tonterías.


28 septiembre 2016

JUAN JOSÉ MILLÁS

Juan José Millas
AnaAlejandre                                                               

Juan Jose Millás nació en Valencia en 1946, pero su familia se trasladó a Madrid en 1952. Estudió en el colegio Claret y cursó sus estudios preuniversitarios en el instituto Ramiro de Maeztu. Comenzó la carrera de Filosofía y Letras, en la rama de Filosofía Pura, en la década de los sesenta; estudios que nunca terminó pues los abandonó en el tercer curso. Posteriormente, trabajó en diversas ocupaciones como son la de marionetista, profesor, empleado interino en la banca y en el gabinete de prensa de Iberia.

Sus principios literarios fueron en 1974, año en que publica su primera novela, "Cerbero son las sombras", con la que obtuvo el Premio Sésamo.

Reconoce la influencia que en su escritura tienen diversos autores como Dostoievski y Kafka, entre otros, en sus inicios, y esa puede ser la causa de que en su obra aparecen y están protagonizadas por seres corrientes y anodinos que, sin embargo, se ven envueltos en situaciones extraordinarias y, en ocasiones, terribles, pero todas ellas con el denominador común de rozar con lo desconocido y el misterio : desapariciones, mundos paralelos, terribles crisis de identidad y angustia que los llevan a la locura, la depresión, el crimen, la muerte o a cualquier otra situación extrema.

Colabora en el periódico "El País" desde la década de los noventa y en otros medios de comunicación. En la actualidad es difícil separar ambas actividades: la de escritor y periodista, ya que en las dos es reconocido por la crítica y el público tanto dentro como fuera de las fronteras españolas. También se le puede reconocer el mérito de ser el creador de los llamados “articuentos”, que es una especie híbrida entre el artículo de prensa y el cuento o relato, los cuales son publicados en los periódicos y en los que predominan aquellos temas actuales de los que se hace una reflexión sobre un aspecto de la conducta humana que afecta a todos y tienen un cierto paralelismo con los llamados microrelatos, las fábulas y, en algunos casos, los relatos de ciencia-ficción. Uno de los objetivos de los “articuentos” es realizar una especie de negativo de la realidad que plasma, mostrando el contraste entre lo verdadero de la esencia y lo falso de la apariencia. Para ello utiliza el humor, la ironía, la paradoja y esa visión lúcidamente desencantada de una sociedad engañosa en la que nada es como parece, a la que la atenta y lúcida mirada de Millás sabe encontrar la tara que demuestra su falsía.

En toda su obra, Juan José Millás nos muestra una búsqueda constante de las diferentes formas de mostrar al lector, y de separar ante su atenta mirada, lo que es verdadero de lo falso, utilizando para ello la estrategia estilística de mostrar al final, como el ilusionista aventajado, el truco que parece esconder la parcela de la realidad de la que trata, para demostrar, después, que no era tal, sino un simple engaño de los sentidos de quien mira y ve sólo las apariencias. Ha recibido innumerables y prestigiosos premios que lo revalidan como un autor destacado dentro del panorama literario nacional.

Sus obras han sido publicadas en varios países y traducidas a quince idiomas, entre ellos, inglés, francés, alemán, portugués, italiano, sueco, danés, noruego y holandés. 

29 junio 2016

Artículo de Juan Benet

Un precedente

juan Benet
  
(El Pais, 30 AGO 1992)
                                                                                                           
La única referencia que hasta ahora he leído a la guerra civil española como precedente europeo de la crisis yugoslava procede del periodista americano George Will, del Washington Post. De manera un tanto sorprendente, la referencia contiene algunos comentarios satíricos que sin duda resultan chocantes en cualquier opinión sobre tan dramático acontecimiento. En parte como justificación del evidente retraimiento con que Europa y Estados Unidos consideran la intervención en Bosnia-Herzegovina para abortar la agresión serbia, Will reconoce que "el tiempo lo cura todo", tanto más cuanto considera que el nacionalismo catalán, que en su día fue uno de los combustibles más activos de la explosiva mezcla de 1936, se conforma hoy con manifestarse muy cívicamente a través de anuncios publicitarios en la prensa internacional bajo el eslogan Freedom for Catalonia. Tal vez, piensa Will, si en 1936 Europa hubiera volcado el contenido de sus arsenales en España, la guerra civil habría sido más larga y cruenta, pues no dejó de ser una fortuna (una injusta fortuna) que la Legión Cóndor y el CTV tuvieran que enfrentarse a Hemingway, Orwell et al. La hipótesis no puede ser más falaz y si no transpirara toda la hipocresía de las resoluciones internacionales amparadas con el manto protector de un breve de las Naciones Unidas, no merecería el menor comentario.En fecha tan avanzada de la guerra como el mes de marzo de 1938, con el derrumbamiento del frente republicano de Aragón tras la batalla de Teruel, un atribulado León Blum, consciente de los desastrosos resultados que había acarreado la política de no intervención, pensaba que todavía estaba a tiempo de despachar a través de los Pirineos catalanes un cuerpo motorizado francés para liquidar el conflicto en pocas semanas y salvar la república española. El éxito militar parecía fuera de toda duda para estos nuevos 100.000 hijos de San Luis de signo político tan opuesto -cabe decir simétrico- al de sus precursores. Cuenta Thomas que consultado el attaché militar francés en Barcelona, un coronel monárquico y derechista a mayor abundamiento, no pudo dejar pasar la oportunidad para largar su frase histórica: "Monsieur le président du Conseil, je n'ai qu'un mot a vous dire: un roi de France ferait la guerre". Pero la cautelosa voz de la diplomacia, con la vista puesta en las complicaciones de todo orden que podía traer consigo semejante intervención, no podía secundar tan patriótico consejo. Alexis Léger, el timorato secretario general del Quai d'Orsay (el mismo olímpico y bien peinado poeta St. John Perse, premio Nobel de Literatura gracias en parte a su desapasionada amistad con el secretario general de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld), señaló sin titubeos que la intervención francesa sería considerada un casus belli por Roma y Berlín, en tanto Londres se apartaría decididamente de la política de Blum. La intervención, naturalmente, se frustró pero cabe añadir a la vista de los acontecimientos posteriores (no hay que olvidar que entonces no se había alcanzado el acuerdo de Múnich ni, por supuesto, se había firmado el pacto de no agresión germano-soviético) que si tal casubelli hubiera arrastrado a las potencias involucradas a sus últimas consecuencias, habría sido la menor de las desgracias para España, para Europa y para todos los pueblos envueltos luego en la II Guerra Mundial. Ciertamente, el alcance de visión no era lo que distinguía al poeta de la moderna Anábasis.

No resulta nada temerario afirmar, una vez más, que la pusilánime neutralidad dictada por el Comité de No Intervención en la guerra de España y la política deappeasement que culminaría en Múnich, fueron las credenciales que Hitler y Mussolini necesitaban para lanzarse a la guerra. La Europa de hoy no tiene que encararse a las amenazas de semejantes monstruos y sin embargo tampoco se decide a intervenir en Bosnia-Herzegovina por buen número de razones que, sin ser ninguna convincente, entre todas dibujan un paisaje lo bastante borroso como para paralizar la posible acción: una guerra en Bosnia-Herzegovina, contra el formidable ejército serbio, no sería breve ni incruenta; bien podría prolongarse en una interminable campaña de guerrillas de imprevisibles consecuencias, en un territorio abrupto y difícilmente dominable; no existe una estricta razón de justicia, pues todos los combatientes ejercen la violencia; las fronteras entre las partes en conflicto están entreveradas y los numerosos bandos se definen mediante tan numerosas variables -étnicas, religiosas, culturales, económicas, lingüísticas e ideológicas- que ningún experto puede determinar a priori cuál sería la agenda de una conferencia de paz; y, por último, pero no lo menor, está el prohibitivo coste de la operación, que nadie parece dispuesto a sufragar. En resumidas cuentas, y partiendo de una resolución de las Naciones Unidas poco menos que calcada de la que permitió la guerra del Golfo, cabe decir que lo único de peso es que Belgrado no cuenta en el precio del crudo y en Bosnia-Herzegovina no está en juego un solo barril de petróleo. Los intereses económicos de Europa no pasan por Sarajevo y todo quedaría en orden si se pudiera lavar la cara de la tan cacareada unidad europea con el empleo de unos cuantos cascos azules (en régimen de fregonas) y el envío periódico de ayuda humanitaria. Así que Europa, una Europa unida y no dividida entre fascistas y demócratas, respirará con alivio con cada nueva declaración de intenciones y con la noticia de la llegada de un convoy de víveres a una ciudad sitiada.

Para semejante viaje no se necesitan alforjas y menos el breve de las Naciones Unidas. Por supuesto que sobran las Naciones Unidas tanto como la Asociación para el Fomento de la Palabra Culta, pongo por caso. También la ayuda humanitaria llegó a Barcelona y Valencia y el conflicto español se resolvió como querían que se resolviese quienes lo iniciaron. Basta ese precedente para creer que -pese al bloqueo, las declaraciones conjuntas, las sanciones y la ayuda humanitaria- los serbios resolverán el conflicto de Bosnia-Herzegovina a su manera y con la ayuda del tiempo, si no hay intervención extranjera.
Luego el tiempo lo curará todo y tal vez un día un partido bosnio, sin excesivo rencor, se anuncie en un periódico de Nueva York para pedir respeto y reconocimiento a los caracteres nacionales de su tierra. Nunca me han gustado mucho esos grandes proverbios, como el que invoca Will, y siempre he pensado que son tan certeros como sus opuestos. También el tiempo lo enferma todo, es el primer agente de toda enfermedad. En la cuenta de Will sólo entra la guerra: sus costes, las posibles bajas de los marines, las muertes, daños y sufrimientos de la población civil, la carencia de un beneficio final que justifique el sacrificio, son factores que inducen a pensar que la intervención militar no es recomendable. Incluso deja entrever que superada la crisis actual, se restablecerá la salud por sí sola, como en Cataluña. En su balance no cuentan, por supuesto, los casi cuarenta años de posguerra que un país, aislado por un bloqueo implacable, tuvo que pagar con sus propios recursos por no haber sabido o podido atraer la inversión bélica extranjera. No cuenta la excomunión de decenas de millones de personas de los beneficios de la presunta comunidad europea. Tampoco cuenta, parece innecesario decirlo, la remisión de esa pretendida unidad a las calendas griegas. La comunidad europea con razón se apellida económica, no viendo amenazados sus intereses en Sarajevo no tiene por qué extenderse hasta allí.



30 diciembre 2015

IGNACIO ALDECOA


Ignacio Aldecoa
            Ignacio Aldecoa Isasi, escritor español, nacido en Álava, el 24 de julio de 1925 en Vitoria. Su familia pertenecía a la burguesía alavesa y era sobrino del pintor Adrián Aldecoa. Desde su infancia y adolescencia mostró su carácter rebelde y vitalista que se fue acrecentando con el tiempo y, según quienes le conocieron, su vitalidad temeraria ocultaba ciertos patrones de conducta autodestructivos que mostró durante toda su vida.
             Cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, en la que conoció a la escritora Carmen Martín-Gaite. Siguió mostrando en  su paso por la Universidad su total despreocupación hacia los estudios, lo que le llevaba a continuas faltas de asistencia a las clases y su dedicación entusiasta a la vida de tuno. Continuó los estudios universitarios en Madrid, a partir de 1945. En esta ciudad conoció y trató a Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos,  y Alfonso Sastre, entre otros, además de a la escritora y pedagoga Josefina  Rodríguez, con la que contrajo matrimonio, en 1952, quien, a partir de entonces, cambió su apellido por el de Aldecoa.
            Aldecoa comenzó a publicar sus relatos en revistas como La Hora, Juventud, Haz y Alcalá y sus primeros libros publicados fueron poemarios con los títulos Todavía la vida, en 1947, y Libro de las algas, en 1949, Obtuvo su primer premio por el cuento "Seguir de pobres", en 1959. También, publicó su primera novela con el título "El fulgor y la sangre", en 1954 con la que fue finalista del Premio Planeta.
            Su rebeldía juvenil también le inclinaba a la lucha política, lo que le llevaba a asistir asiduamente a las tertulias de estudiantes opositores al régimen de Franco y, por ese motivo,  colaboró en la creación de la Revista Española que fue creada por iniciativa de Antonio Rodríguez Moñino que había sido despojado de su cátedra por sus tendencias republicanas y había encontrado un medio de expresión en la Editorial Castalia que era la editora de dicha revista una vez creada y que contaba en su consejo de redacción con la mayoría de los escritores más importantes de la segunda mitad del siglo XX españoles que también eran asiduos asistentes a la tertulia del Café Lyon organizadas por el propio Rodríguez Moñino y Sánchez Ferlosio, entre otros.
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            Aldecoa está considerado el mejor cuentista de la literatura española del siglo XX. Escribió sobre todo cuentos, muchos, de gran calidad literaria. En los nueve libros de relatos que publicó, creó un mundo de gran riqueza en su continua observación  y descripción de la vida española que le tocó vivir; además de mostrar siempre un espíritu solidario con las víctimas de la injusticia y de quienes la llevan a cabo que están representados siempre en los órganos de poder y decisión y esta emana del desprecio que sienten hacia quienes la sufren. España era una preocupación para Aldecoa y su experiencia vital la traslada a la literatura, tanto en los relatos como en la novela y la poesía
 Él afirmaba que «La literatura es una actitud ante la vida, no un medio de vivir», lo que era toda una declaración de principios. También afirmaba que su literatura era social y que toda literatura lo es porque habla de la vida y del mundo en el que vivimos con sus claroscuros. Se ha llegado a calificar de "clasicismo" a la literatura de Aldecoa. Quizás porque Aldecoa era un experto en usar la objetividad en la narración, de tal manera que la distancia entre el narrador y lo narrado fuera siempre la adecuada, lo que se puede considerar la "perfección formal". También, destaca en su escritura su interés y atención hacia personas y hechos que han sido desatendidos en la novela española de la posguerra y que, según el propio Aldecoa,   
"Lo que se mueve, sobre todo -decía Aldecoa-, es el convencimiento de que hay un realidad española... que está casi inédita en nuestra novela". Todo ello le convierte en un escritor realista y de temática profundamente social, pero apartado de todo lo político, lo que le hizo rehusar el llamado "realismo crítico".                   
                       
En su novelística destacan los títulos que conforman la trilogía "El fulgor y la sangre", que tenía como fondo la Guardia Civil, a la que siguió "Con el viento solano"  con los gitanos como protagonistas -novela que fue llevada al cine por Mario Camus, amigo personal de Aldecoa-, y que tenía que finalizar dicha trilogía con el título "Los pozos" que  quedó inacabada.
            Aldecoa pertenece a la llamada generación de medio siglo, esa que se fraguó en 1952,  año en el que José Manuel Caballero Bonald , por entonces un joven poeta, conoció a Ignacio Aldecoa, a través de Carlos Edmundo de Ory, y cuyo encuentro el propio Caballero Bonald lo describe así:
"y lo conocí en esos ejercicios itinerantes de tasca en tasca a los que Ignacio era tan aficionado". "Fuimos una generación -insiste Caballero Bonald- de mucho vivir y de mucho beber"


            Ignacio Aldecoa murió prematuramente,  con tan sólo 44 años, el 15 de noviembre de 1969, por una úlcera sangrante a la que no cuidó, porque como afirmaba su esposa, Josefina Aldecoa, su marido había hecho suya la frase de Ortega y Gasset que llevó hasta sus últimas consecuencias: "La vida, como la moneda, hay que saber gastarla a tiempo y con gracia".

29 enero 2013

JOSÉ LIÍS SAMPEDRO

José Luís Sampedro, escritor y economista
por Ana Alejandre


Este escritor y economista, nació en Barcelona en 1917, pero con raíces familiares multiculturales, ya que su padre nació en La Habana, su madre en Argelia, y sus abuelos nacieron uno de ellos en Manila y otra de sus abuela en Lugano, Suiza italiana. 

Todos estos influjos fueron determinantes en su formación y también el hecho de haber vivido en Tánger desde que tenía cinco años de edad hasta la adolescencia, ciudad en la que nacieron dos de sus hermanos.
Al comenzar la guerra civil española, en 1936, fue movilizado y alistado en filas del ejército republicano, pero después pasó al bando nacional. En esta época comenzó a escribir poemas.
Finalizada la guerra, empezó a trabajar como funcionario de aduanas, en 1940, en Melilla, aunque solicitó más tarde el traslado a Madrid. Fue al acabar la guerra cuando escribió su primera novela La estatua de Adolfo Espejoque, no obstante, no fue publicada hasta 1994.
Contrajo matrimonio, en 1946, con Isabel Pellicer, de cuya unión nació, en 1947, su hija Isabel.
Su labor literaria se compaginaba con sus deberes profesionales dentro del mundo de la economía, por lo que en 1951 fue nombrado asesor del Ministro de Comercio. En ese mismo año publicó su novela congreso en Estocolmo, y años más tarde publicó sus primeras obras de economía Principios prácticos de localización industrial, 1957, y
Realidad económica y análisis estructural,1959.
Fue nombrado Catedrático de Estructura Económica, en1955, en la Universidad Complutense de Madrid, puesto que ocupó hasta 1969. Publica su novela El río que nos lleva, en 1951. Por haber sido expulsados de la Universidad los profesores Aranguren y tierno Galván, creó junto a ellos el Centro de Estudios e Investigaciones (CEISA), que fue clausurado por orden del Gobierno tres años más tarde. En esos años, además de su dedicación docente, trabajaba como economista en el Banco Exterior. En 1967, publica su nueva obra de economía Las fuerzas económicas de nuestro tiempo.
El caballo desnudo, su siguiente novela fue publicada en 1970 y principios de esa década aceptó el puesto de profesor visitante en las Universidades inglesas de Salford y Liverpool, pero regresó a España para desempeñar de nuevo el puesto de asesor económico de la Dirección General de Aduanas y fue también profesor 
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Bibliografía:

José Luis Sampedro : la escritura necesaria / Gloria Palacios 

Publicación: Madrid : Siruela, [1996] 
322 p. :
Colección: Los libros del tiempo ; 81 

Palabras y memoria de un escritor / Francisco Martín Martín
Publicación: La Coruña : Editorial Netbiblo, [2007], 330 p.