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06 noviembre 2019

JAVIER CERCAS

Javier Cercas, escritor

Javier Cercas

el escritor que ha sabido crear la novela testimonio, con límites difusos entre la realidad y la ficción.


Ana Alejandre

Javier Cercas Mena, escritor español, nacido en Ibahernando (Cáceres),en 1962, aunque después, se trasladó con su familia a Gerona, cuando solo contaba cuatro años. En dicha ciudad estudió en el colegio de los maristas. Desde sus años de adolescencia se sintió especialmente atraído por la literatura y el cine, lo que fue el origen de su vocación literaria.Más tarde, estudió filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde se licenció en 1985, y después obtuvo el doctorado en dicha especialidad en la Universidad de Barcelona.

Posteriormente, estuvo trabajando durante dos años en la Universidad de Illinois, Urbana-Champaign (UIUC) y durante esos años escribió su primera novela. El móvil (1987). A partir de 1999, ejerció como profesor de literatura española en la Universidad de Gerona, y comenzó a colaborar con sus artículos y reseñas en varios periódicos. En la actualidad, colabora habitualmente en la edición catalana del suplemento dominical del diario El País.

El éxito le llegó en 2001 con su novela “El soldado de Salamina”, obra que le valió el reconocimiento a nivel mundial, y por la que recibió numerosas y excelentes críticas de escritores tan prestigiosos y diferentes en sus obras e ideologías como Mario Vargas Llosa,  J. M. Coetzee, Doris Lessing, Susan Sontag y George Steiner. Gracias al éxito de ventas de esta obra, pudo dedicarse únicamente a escribir, dejando su trabajo docente. A esa novela le siguieron otras como son “La velocidad de la luz” (2005), obra que volvió a validar su talento literario y considerada como libro del año por La Vanguardia y la revista Qué Leer y fue reconocida con varios premios. A esas obras le siguieron “Anatomía de un instante” (2009) en la que analiza la figura de Adolfo Suárez, a partir del golpe de Estado, ocurrido el 23 de febrero de 1981, por la que recibió el Premio Nacional de Narrativa 2010.; “Las leyes de la frontera (2012),” El impostor” (2014), y “El monarca de las sombras” (2017). En todas ellas se advierte el profundo interés que muestra su autor tanto por la Guerra Civil, como por la Transición que posibilitó la consolidación de la democracia

.La novelística de este autor está basada, de forma evidente, en la llamada novela testimonio, basada en hechos reales y otros de ficción, sin que se pueda saber dónde están los límites entre unos y otros. Hasta el momento, ha sido traducida su obra a más de veinte lenguas, y Cercas también ha traducido a autores contemporáneos catalanes y a H.G. Wells.

En relación con el proceso de creación, según declaraciones del propio autor, y aunque sus novelas son todas distintas, tienen el nexo común de que su inicio siempre ofrece una pregunta, y la narración intenta una búsqueda de posible respuesta que no logra hallar, por lo que la respuesta ansiada termina siendo, en sí misma, la pregunta inicial. También, afirma que de cada obra solo tiene al principio del proceso de escritura una idea muy vaga y sin detalles de su desarrollo y que sólo lo va perfilando a medida que avanza en la narración.

 Sus obras siempre tienen como escenario narrativo el entorno urbano. Transcurren siempre en el presente o un pasado cercano y están matizadas de un cierto tono humorístico, a pesar de una fuerte y evidente línea de pensamiento izquierdista. Sin embargo, a pesar de su ideología, es crítico con la situación actual de la izquierda en España, como igualmente se muestra totalmente contrario al régimen franquista, lo que le ha supuesto muchas polémicas con otros autores, por las supuestas responsabilidades del Régimen y de la Transición.

Todo esto, aún siendo hijo de un Guardia Civil y falangista, no está a favor de los nacionalismos, por considerarlos fruto de la pasión y no del raciocinio, y esta actitud antinacionalista también le ha servido para polemizar con otros escritores e historiadores; así como ha criticado de forma directa a los simpatizantes de ETA. Además, se ha mostrado a favor de una Europa federada o confederada. También, se confiesa ateo y anticlerical, aunque está muy interesado en la política del Estado del Vaticano.

Aunque rechaza los nacionalismos, sí admite el separatismo porque es una cuestión política, movimiento al que se uniría si le demostraran que el hecho de separarse de España sería beneficioso tanto para Cataluña como para el País Vasco. Lo cual viene a demostrar que detrás del “tema político”, como llama al independentismo, siempre subyace el tema económico que es el eje alrededor del cual gira todo movimiento independentista. “Poderoso caballero es Don Dinero”, como decía Quevedo hace cuatro siglos. La cuestión a dilucidar es dónde termina el nacionalismo y empieza el independentismo, porque uno y otro movimiento siempre persiguen la independencia y, en lo único que se diferencian, es que el nacionalismo está dominado por la pasión y no mira tanto la conveniencia como el separatismo, que usa la razón y le mueve el interés, lo que hace al nacionalismo más simpático y menos repelente que el pragmático separatismo, ante las miradas de los no nacionalistas ni separatistas.

 Según afirma el propio autor, toda novela es siempre autobiográfica, aunque debe, también, ofrecer una vía de liberación, a modo de catarsis. Esto implica en su tarea de escritor, una determinada construcción de la estructura y en el modo de narrar las historias. Esta fórmula ha sido celebrada por muchos, pero también criticado por otros que reclaman una mayor nitidez y claridad que permitan ver dónde termina la ficción y comienza la realidad, sin posibilidad de confusión alguna.

Como lector dice preferir las “novelas fáciles de leer y difíciles de entender”, como es el caso de Don Quijote de la Mancha, que es su novela preferida. En sus influencias literarias reconoce a Jorge Luís Borges como uno de los autores que le han marcado profundamente y al que empezó a leer cuando solo tenía catorce años. También, admite que los dos autores más importantes de la literatura universal, a su juicio, son el mencionado Borges y Franz Kafka, dos escritores muy diferentes entre sí, al igual que sus respectivas obras, pero de indudable calidad literaria ambas.



20 diciembre 2017

Fernando Aramburu

Fernando Aramburo
Fernando Aramburu

Fernando Aramburu, autor de "Patria·, la novela definitiva sobre las víctimas de ETA, que ha obtenido el Premio de la Crítica 2017

Ana Alejandre

Poeta, narrador y ensayista español, nacido en San Sebastián, en 1959. En el seno de una familia obrera. Licenciado en filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza.

Desde siempre se sintió atraído por la literatura y ello le llevó a participar en su ciudad natal en la fundación del grupo CLOC de Arte y Desarte, de tendencia surrealista y dadaista, cuyo grupo editó una revista y tuvo gran actividad en la vida cultural del País Vasco, Navarra y Madrid desde 1978 a 1981. La actividad desarrollada por dicho grupo cultural se basaba en acciones de toda clase y en las que predominaba una singular mezcla de poesía, contracultura y sentido del humor.

Desde muy joven sintió gran admiración por Albert Camus, Fedor Dostoievski y Fran Luís de León, entre otros autores. Inició su actividad literaria con el poemario “Ave Sombra” (1981) y poco después “El librillo” que es una colección de textos poéticos para niños.

La primera obra literaria de Aramburu, autor que ha manifestado siempre una profunda admiración por autores tan dispares como Albert Camus, Fedor Dostoievski o Fray Luis de León; así como Franz Kafka, Luis de Góngora o Charles Dickens, fue el libro de poemas “Ave Sombra” (1981). También en este período publicó “El Librillo”, textos poéticos para niños.

Se trasladó a residir en Alemania en 1985, en la ciudad de Hannover, y está casado con una ciudadana alemana. En dicho país permanece en la actualidad, en el que ha impartido clases de lengua española a descendientes de emigrantes hasta 2009, año en el abandonó su actividad docente para dedicarse totalmente a la literatura.

Su primera obra la publicó en 1996 y llevaba el título de Fuegos con limón, novela que está inspirada en sus experiencias en el grupo CLOC y en él se observan ciertas resonancias autobiográficas. Dicha obra la protagoniza Hilario Goicoechea, joven universitario de finales de la década de los 70, que pasa a formar parte del grupo literario llamado La Placa. Esta novela obtuvo el Premio Premio Ramón Gómez de la Serna

Su obra literaria está compuesta, hasta la fecha, por nueve novelas, incluyendo la ya mencionada Fuego con limón, a la que siguieron Los ojos vacíos (2000, primer libro de la Trilogía de Antíbula, territorio convulso por el asesinato del rey y la huida de la reina, y a cuyo lugar llega un misterioso extranjero, El trompetista del Utopía (2003) libro cuyo protagonista, Benito Lacunza, trompetista de un bar del barrio madrileño de Almenara, viaja a Estella para reencontrarse con su padre que agoniza. Ha escrito también para el público infantil “Vida De Un Piojo Llamado Matías” (2004).

Una de sus obras más reconocida por la crítica es la colección de relatos “Los Peces De La Amargura” (2006), compuesta por diversos textos sobre las víctimas del grupo terrorista ETA y que ha sido galardonada con diversos premios tales como el Premio Mario Vargas Llosa, el Premio De La Real Academia Española y el Premio Dulce Chacón.

Otras novelas de Aramburu son “El Trompetista Del Utopía” (2003), Bami Sin Sombra (2005), segundo libro de la Trilogía de Antíbula) “Viaje Con Clara Por Alemania” (2010), novela que relata el viaje de una pareja por el norte del país germánico, con el fin de escribir una guía personal;. También, “Años lentos” (2012) que obtuvo el premio Tusquets de novela 2011, obra que narra la crónica de una familia vasca en los años 60.

.A esos títulos le siguieron La gran Marivián (2013. tercer libro de la Trilogía de Antíbula), Ávidas pretensiones.(2014) que ganó el premio Biblioteca Breve. Después publicó “Las Letras Entornadas” (2015), diálogo sobre literatura que invita a gozar de los placeres de la vida.. Por último, publica la aclamada “Patria” (2016) libro del que es protagonista una mujer cuyo marido fue asesinado por un comando de ETA. La viuda decide volver a su hogar cuando la banda terrorista anuncia el abandono de las armas, a pesar de la actitud recelosa de sus convecinos.

. Dicha obra ha obtenido el Premio de la Crítica de 2017, Premio Francisco Umbral al Libro del Año, en 2017, y Premio del Club Internacional de la Prensa 2017.

Aramburu, a lao largo de su carrera literaria, ha recibido otros premios literarios españoles que están reseñados en el apartado dedicado a tal fin.

·Muchas de sus obras han sido traducidas a varios idiomas. Es asiduo colaborador de la prensa española, de cuya actividad se ofrece una muestra en este espacio.



Artículos de Fernando Aramburu

¿Por qué matamos?
(El País, 24 feb 1998)
Fernando Aramburu

Hay personas que arreglan cañerías, venden fármacos o conducen locomotoras. Nosotros también hacemos lo que sabemos, lo que nos han enseñado. Nosotros matamos. Desde niños nos han alentado a ello las rencorosas soflamas paternas y maternas en torno a la mesa familiar, la ponzoña patrioteril que inocula el maestro en el alma maleable de los alumnos, la cuadrilla de amigos del barrio en la que por vía mimética se aprende temprano a embotar el sentido de la culpa y, cómo no, la taberna, que es la universidad por excelencia de los iletrados.Hay poca cultura dentro de nuestros pasamontañas. Por eso matamos. Matamos por la atracción que ejerce en nuestros cerebros atestados de propaganda el prestigio varonil de la fuerza bruta. A nosotros se nos hace muy cuesta arriba progresar por los vericuetos del razonamiento. La realidad social está cuajada de matices, de sutilezas democráticas, de pros y contras: cuánta complicación. Nosotros preferimos simplificar la realidad allanándola a puro bombazo. La muerte es nuestro lenguaje. La muerte es lo único que podemos decir. El porvenir que anhelamos es el producto resultante de un alto número de muertos. Se hace camino al matar.

Matamos antes de nada para ganar enemigos, por cuanto la existencia del enemigo justifica el matar. Nosotros acertamos caiga quien caiga. "Algo habrá hecho para que lo maten", se oye a menudo murmurar en las esquinas de Euskadi. La culpa es siempre de la víctima y de quienes vierten lágrimas por ella. Nosotros aspiramos a la paz, a una paz duradera y justa, que consiste principalmente en que nosotros dejemos de matar. Si no fuera porque aspiramos a la paz, no habríamos matado a ochocientas y pico personas, niños inclusive. ¡Con lo sencillo que sería alcanzar un acuerdo! Hágase nuestra voluntad, frágüese una frontera al viejo estilo, que aísle Euskalherría del resto de Europa, y entonces.... entonces sólo mataremos en nuestros pueblos y vecindades.

Nosotros matamos para que al día siguiente lo cuenten con detalles los medios de comunicación, de suerte que los comentaristas de actualidad nos aclaren a nosotros mismos por qué matamos, cuál es el sentido de nuestra acción y, muchas veces, a quién hemos matado. Matamos de costumbre con pretextos acompañados por el adjetivo vasco, en la inteligencia de que todo lo vasco inspire resquemor, antipatía, repugnancia. Pretendemos que la ciudadanía española y francesa, confundida por la rabia, aborrezca no menos a los vascos pacíficos que al puñado violento. Nuestras balas no atraviesan nucas para que después las multitudes griten "ETA no, vascos sí"; pero en el fondo qué más da si, total, nosotros vamos a matar se diga lo que se diga y pase lo que pase. Pues cuando, al filo de las primeras canas, comprendemos el sinsentido de matar, aparece un nuevo bruto, joven, voluntarioso y con ansias de reunir méritos de guerra, que toma el arma y reanuda la matanza.

Matamos, algunos, con la vista puesta en lograr reconocimiento de vasquidad. Por la puerta de la militancia seperatista aspira a asimilarse el descendiente del inmigrado. Matar con esa excusa da derecho al pasaporte vasco en la nación deseada. Matar para ser vasco. No faltan en nuestras listas de solícitos apretadores de gatillos patronímicos como Álvarez, González Peñalva, López Riaños, Manzanos, Parot, etcétera. ¿Qué diría Sabino Arana si supiera que individuos de dudosa pureza sanguínea y de preocupante Rh, enarbolan su bandera, se apropian de su entelequia patriótica y luchan por la liberación de Euskalherría liquidando a gente llamada Olaciregi, Iruretagoyena o Múgica? No queda más remedio que redefinir el concepto de raza vasca. Vasco auténtico: dícese, hoy por hoy, de cualquier habitante del planeta que postula la independencia de Euskadi. El resto de la humanidad está en la lista negra.

Y es que en realidad nos vence el miedo a dejar de matar. Lo uno por no estar en una celda a solas con el recuerdo de lo que hicimos, a merced de los remordimientos y de la certeza incontestable de la inutilidad de nuestro furor.

Lo otro, porque ¿quién tiene redaños para ser el Maroto que ponga fin con un nuevo abrazo de Vergara, de Argel o de donde sea, a esta guerra unilateral cuyo único lance bélico consiste en que nosotros vamos por ahí a escondidas y matamos? Dejar de matar nos irrogaría el repudio de los compañeros de locura. Caminaríamos por el pueblo y oiríamos mascullar a nuestra espalda: ése es el traidor que ordenó la tregua indefinida. Supondría, además, admitir públicamente que toda la sangre derramada, la propia y la ajena, ha sido en vano. Mejor, por consiguiente, seguir matando, aunque sea en vano, hasta tanto llegue la derrota que en nuestro fuero interno apetecernos; la que nos sacaría del laberinto que nosotros mismos hemos maquinado y del que no sabemos salir solos; la que transmitiría a las generaciones venideras de adolescentes vascos, imbuidos del fanatismo nacionalista, el convencimiento de que todavía existe una cuenta histórica pendiente.

Por nuestra cuenta no pararemos nunca de matar, como no sea que, desatada la disidencia en nuestras filas, nos matemos a tiros entre nosotros. Ya falta menos, no se preocupen. Y, si no, al tiempo.


Tocado por la genialidad
Fernando Uramburu
(El País 17 may 2017)

La primera vez que oí mencionar el nombre de Félix Francisco Casanova fue en una carta del poeta Francisco Javier Irazoki. Se acababa la década de los setenta del siglo pasado. Por entonces seguía siendo común el intercambio epistolar. Me bastaron unas pocas muestras de la poesía de aquel chaval canario, muerto pocos años antes por causa de un escape de gas mientras tomaba un baño en su domicilio de Santa Cruz de Tenerife, para percatarme de su enorme calibre literario.

Aquellos pocos poemas que conocí por mediación de Irazoki tenían los ingredientes justos para que a uno, al leerlos, le produjesen con gran intensidad la experiencia poética. No me cupo la menor duda de que quien los había compuesto estaba dotado de una gracia particular. No es sólo que los textos estuvieran bien escritos. De hecho, la literatura de Casanova huele a todo menos a escritorio. Era otra cosa que nadie, ni el erudito más dilecto, ha sabido definir hasta la fecha, aunque somos muchos los que nos llenamos la boca con su nombre.

Aquellos poemas tenían un misterio, una musicalidad no nacida de las convenciones métricas y una fuerza expresiva que los hacía de todo punto seductores. Eran, desde luego, distintos de cuanto escribían los jóvenes de mi tiempo; en muchos casos, dignos epígonos del estilo literario de sus mayores. No, aquellos poemas en los cuales lo lúdico y lo luctuoso se mezclaban con afortunada y a la vez inexplicable armonía estaban tocados de la genialidad. Los largos años transcurridos desde entonces no me han apeado de mi impresión primera.

Aquellos poemas tenían un misterio, una musicalidad no nacida de las convenciones métricas y una fuerza expresiva que los hacía de todo punto seductores
Otro poeta, Jorge G. Aranguren, me proporcionó las señas postales de Félix Casanova de Ayala, padre de Félix Francisco. Ya entonces el hombre, que, aquejado de melancolía, había renunciado a prolongar su propia obra, cultivaba con entrañable denuedo la memoria del hijo fallecido. Le escribí. Me topé con lo que había, una humanidad profundamente dolida, primero por la pérdida de la esposa, después por la del hijo superdotado y compañero de páginas. Juntos habían llenado de poemas Cuello de botella, cuya publicación Félix Francisco no pudo ver. Su padre me procuró los libros de este. Él mismo me los había dedicado en nombre del hijo para siempre ausente. El cartero me entregó aquellas joyas enviadas a San Sebastián desde Canarias: una maleta llena de hojas, la referida Cuello de botella y un diamante en forma de novela, El don de Vorace, que Félix Francisco había escrito a los 17 años en poco más de 40 días.
La publicación de las Obras completas de Casanova, editadas con esmero por la editorial Demipage, supervisadas por el ojo infalible de Irazoki, se me figura un acontecimiento cultural de primera magnitud. A veces dan ganas de que existan el cielo, el más allá, no sé, una atalaya para difuntos desde la cual Félix Casanova de Ayala pudiera disfrutar del resultado de sus desvelos. A su lado, Félix Francisco seguro que se lo tomaría a risa mientras indaga qué tipo de música escuchan los jóvenes actuales.






04 septiembre 2017

Rafael Sánchez Ferlosio




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Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 4 de diciembre de 1927) es un novelista y ensayista español, que estuvo integrado al principio de su carrera literaria en el llamado realismo social de la posguerra, movimiento literario en el que destaca su obra más importante “El Jarama”.

Es hijo del escritor Rafael Sánchez Mazas (señalado falangista que sufrió un frustrado intento de fusilamento durante la Guerra Civil, hecho que fue descrito en la novela de Javier Cercas en su novela “Soldadados de Salamina” en 2001) y de la italiana Lucia Ferlosio.
En su ciudad natal vivió los primeros años de su infancia por la corresponsalía de su padre que era también cronista del diario ABC.

Al regreso familiar a España, Rafael Sánchez Ferlosio estudió en el internado de los jesuitas de Villafranca de los Barrios, y posteriormente, cursó los estudios preparatorios para el ingreso en la Escuela de Arquitectura, aunque los abandonó para estudiar filología semíótica en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid en la que se doctoró.

En sus años universitarios entró a formar parte de un grupo de jóvenes escritores que serían después escritores muy importantes en la literatura española de mediados del siglo XX. Con algunos de ellos, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite (con la que contraería matrimonio en 1954) y Jesús Fernández Santos, formaron un movimiento literario conocido como la Generación del 50 y también como la Generación de los Niños de la Guerra.

Sánchez Felosio comenzó a publicar relatos, a finales de la década de los cuarenta, en varias revistas españolas, dando así comienzo a su carrera literaria. Dirigió junto a Ignacio Aldecoa y Alfonso Sastre la Revista Española, fundada en 1953 por Antonio Rodriguez Moñino, aunque esta publicación dejó de publicarse en 1954. En ella publicó Sánchez Ferlosio dos narraciones y la traducción de Totò, il buono, de Cesare Zavattini A pesar del poco tiempo que duró esta publicación, sirvió para dar a conocer a escritores desconocidos o con fama incipiente que años más tarde se convertirían en figuras importantes de la literatura nacional, al publicar sus relatos, incluso obras teatrales –como fue el caso de Juan Benet-, y artículos del filósofo Manuel Sacristán.

Impulsado por su apasionado interés por el cine, se matriculó en la Escuela Oficial de Cinematografía, aunque abandonó estos estudios más tarde.

Aunque Sánchez Ferlosio fue reconocido literariamente a nivel nacional e internacional con su emblemática novela “El Jarama”, antes aludida, antes llamó la atención con el relato “Industrias y andanzas de Alfanhui”. en 1951, en el que aúna los datos autobiográficos y lo fantástico, con lo que consigue poner en entredicho lo que consideramos realidad. Fue alabado por su depurado estilo y el novedoso argumento que despertó un gran interés.

Su novela cumbre “El Jarama” se integra en la corriente neorrealista de los años cincuenta y dio comienzo a una destacada etapa de la novelística española. Esta novela fue ganadora del premio Nadal, en 1955, premio de la Critica de 1957. El argumento de la novela narra las dieciséis horas de un domingo cualquiera de verano orillas del río homónimo del título de la novela. El autor describe el propio universo juvenil a través de su diálogos en los que se encuentran sus peculiares modismos y giros coloquiales propios de la época. Esto convierte a esta novela en un ejemplo de la llamada “novela magnetofón”, es decir, novela objetiva que carece de narrador y sólo expone la conducta externa de sus personajes, recurso estilístico novedoso para el año en el que fue escrita.

Por la resonancia que obtuvo esta novela, supuso el reconocimiento de Sánchez Ferlosio entre los más importantes escritores de aquellos años y tuvo una gran influencia en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX.

Después de unos años de silencio, Sánchez Ferlosio volvió a publicar otras novelas y obras dirigidas al público infantil y juvenil, pero especialmente ensayo, género en el que ha destacado siempre.

Fue de este género ensayístico su obra “Las semanas del jardín”, de tema fundamentalmente literario, obra de reflexión crítica sobre los recursos y técnicas narrativas.

Volvió a la novela con el título El testimonio de Yarfoz (1986), novela con la que quedó finalista del Premio Nacional de literatura, modalidad de narrativa. También, en dicho año, publicó “La homilía del ratón”, colección de artículos; “El ejército nacional”, y el extraordinario ensayo que cuestiona el concepto de progreso “Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado”, y “Campo de Marte•.

En los siguientes siguió publicando otras obras de ensayo como son los títulos “Ensayos y artículos” (1992) y “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos “(1993), compuesto por una variedad de textos varios y dispersos (epigramas, aforismos, fábulas, versos,) que contravienen lo establecido y las ideas convencionales . Por esta obra obtuvo el Premio Nacional de Ensayo y el premio Ciutat de Barcelona en 1994.

Obras posteriores son “El alma y la vergüenza” (2000), “La hija de la guerra y la madre de la patria” (2001) y “Non olet” (2003). Es autor, también, de poesía, relatos “Y el corazón, caliente” (1961), “Dientes, pólvora, febrero” (1961) y de obras de narrativa infantil “El huésped de las nieves” (1982), “El escudo de Jotan” (1989).

A su labor creadora hay que sumar la periodística que ha llevado a cabo intensamente, colaborando en la revistas El Urogallo, Claves de Razón Práctica, Cuadernos Hispanoamericanos y Revista de Occidente y en los diarios Arriba, ABC, El País y Diario 16, entre otros. Dicha actividad le ha supuesto obtener los más importantes premios periodísticos como son el Francisco Cerecedo de la Asociación de Periodistas Europeos (1983), el Mariano de Cavia (2002) y el Francisco Valdés (2003).

Según el propio Sánchez Ferlosio, sus referentes literarios e influencias más importantes son las de los escritores a Max Weber, T. W. Adorno y Karl Bühler.

Entre otras distinciones recibidas es Doctor honoris causa por la Universidad La Sapienza de Roma y por la Universidad Autónoma de Madrid. Sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán, italiano, ruso y al chino, entre otras lenguas. En 2004 le fue concedido el Premio Cervantes, el más importante de las letras españolas como reconocimiento a su “espíritu libre” y a su “trabajo como narrador y ensayista”.

En ese mismo año, salieron publicadas sus últimas obras “El geco. Cuentos y fragmentos”, recopilación de textos fechados entre 1956 y 2004, siendo inédito uno de ellos; “Los príncipes concordes”, y “Un escrito sobre la guerra”, publicado en la colección de inéditos del Instituto Cervantes.


En la actualidad reside en Madrid, aquejado de una grave dolencia de visión, aunque no ha dejado de escribir.

Artículos de Rafael Sánchez Ferlosio

Virilidad                                                                               
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Rafael Sánchez Ferlosio

(El País, 19 NOV 1994)

El que, ante un niño que bajo la sonriente complacencia de unos padres incapaces de imaginar que pueda molestar a nadie corre por entre las mesas del local, dice: " Lo que ese niño necesita es un par de hostias bien dadas" está expresando lo que él necesitaría: poder dárselas. Pertenece a la misma ralea viril que el que, ante una chica nerviosa o estridente, dice: "Lo que ésa necesita es un buen polvo" porque le humilla reconocer la vibración que enciende su deseo y tiene que camuflarla en expresión de afrenta y de desprecio. Estos que saben remediar al prójimo con hostias y con polvos son los maccro de le bâton et la carotte, que no aguantan a los demás como sujetos, sino sólo como objetos de sometimiento y de control.

(Ordalia). Sólo el castigo pudo hacer unívocas, discontinuas, las nociones del género de "culpa" o de "pecado". La alternativa de sí o no en que nos las encontramos sumergidas no tiene un origen en sí mismo lógico, sino pragmático: la violencia creadora de derecho. Sólo la guerra o la acción ejecutiva, el veredicto de las armas o de los tribunales, imponen disyuntivas tan tajantes como la de inocente o culpable o la de tener razón o no tener razón
El rencor consiste en la obstinación en que cuando ya no es así, siga siendo así, porque una vez ha sido así, una culpa de hace 50 años se convierte en 50 años de culpa.

(Paisaje). Por el lomo de la alta pared del huerto coronada con cascotes de botella venía andando esta tarde un gatito sin cortarse.
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Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de noviembre de 1994



Aviso urgente a los contricantes

Rafadel Sánchez Ferlosio

(El País, 23 MAY 1993)

Suelo decir que Antonio Gramsci forma con Rosa Luxembourg la más ilustre pareja de intelectuales que crió, apenas a tiempo, el comunismo, antes de abominar definitivamente de la funesta manía de pensar. Pues bien, Gramsci advirtió de que la expresión "lucha ideológica" era una torpe metáfora que más valía no usar o que, de usarla, había que hacerlo con toda la precaución de no perder de vista la decisiva diferencia de que mientras en la lucha física o la guerra era válido y conducente a la victoria atacar los puntos débiles del adversario, en la mal llamada lucha ideológica sólo era, en cambio, procedente acometer los puntos fuertes. El jovencísimo Menéndez y Pelayo de los Heterodoxos (libro en el que inventó el género que yo llamo "libro infierno", pues van a parar a él todos los malos, y que fue cultivado por Lucaks con su El asalto a la razón) contraviene la sabia prescripción gramsciana con sus representaciones musculares del pensar: "atletas de la escolástica" "potencia intelectual", "asentar verdades como el puño", "contundente en casi todo lo que es filosofia pura y monumento de inmenso saber y de labor hercúlea", "era su erudición la del claustro, encerrada casi en los canceles de la filosofia, escolástica, pero ¡cómo había templado sus nervios y vigorizado sus músculos esta dura gimnasia!", "todo lo recorrió y lo trituró, dejando dondequiera inequívocas muestras de la pujanza de su brazo", "molió y trituró como cibera a los débiles partidarios que en Sevilla comenzaba a tener la nueva filosofia ecléctico-sensualista del Genovesi y de Verney", "en cabeza suya asestó el padre Alvarado golpes certeros y terribles" (Heterodoxos, VI-3-VII, VI-4.-I y VII-2-V).

El gramsciano rechazo de la mera noción de lucha ideológica es, a la postre, lo que me pone diametralmente en contra de los que celebran como un gran adelanto democrático la introducción de debates electorales en España. Antes por el contrario, lo deploro como una vuelta de tuerca más al ya bastante avanzado encanallamiento y prostitución de la palabra.
El debate televisivo es una perversión sólo capaz de complacer a mentalidades primitivas, casi paleolíticas, como las del regresivo agonismo norteamericano, que no puede entender nada de nada como no se le presente en términos de ganador y perdedor. Y no es que no haya antecedentes europeos: en las disputationes académicas de Salamanca, en los siglos XVI y XVII, parece ser que los "ergos" se contaban como hoy se cuentan los goles en el fútbol: "¡Fulano le ha metido diez y nueve ergos a Mengano!". Estas disputationes universitarias fueron después, con toda razón, consideradas como la máxima degradación intelectual




01 marzo 2017

EDUARDO MENDOZA


Eduardo Mendo

Ana Alejandre


El Premio Cervantes 2016 le fue concedido al escritor Eduardo Mendoza. Dicho premio, el más importante de las letras españolas, está dotado con 125.000 euros y su finalidad es reconocer el conjunto de la obra de los escritores que hayan enriquecido el legado literario en lengua española.

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) novelista español. Licenciado en derecho (1966), trabajó como pasante, asesor jurídico y traductor en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York, entre 1973 y 1982, Se trasladó posteriormente a Europa para seguir trabajando en dicha organización, aunque vivía en Barcelona la mitad del año.

Publicó su primera novela La verdad sobre el caso Savolta en 1975 que obtuvo el Premio de la Crítica y tuvo un gran éxito entre los lectores. Su protagonista esencial es la ciudad de Barcelona en los años convulsos de 1917-1918 por las sucesos revolucionarios que tuvieron como escenario la capital catalana. Estos sirven de fondo para que desfilen una serie de personajes variopintos y caricaturizados, muchos de ellos disparatados, que deambulan en un ambiente abigarrado en el que se mezclan las fiestas de la alta burguesía catalana con los atentados anarquistas narrados con recursos del género policíaco, aunque presenta también esta obra otras aportaciones, tanto en lo que concierne a la estructura narrativa como a lo meramente lingüístico, que presentan otro géneros que van desde los diversos tópicos de las novelas de caballería hasta los de la narrativa moderna más comercial. Toda la obra ofrece una constante ironía que remarca su naturaleza tragicómica. Con esta novela Mendoza se aproxima a la estética de los novísimos, en un rechazo explícito de caer en la carecterización específica española. A esta obra se la considera la obra de narrativa más importante de las letras españolas en la segunda mitad del siglo XX.

La segunda novela El misterio de la cripta embrujada (1979) ofrece un intento experimental más acusada y desenfadada. En ella se intesifica la parodia de la novela negra hasta el límite de la farsa. Posteriormente, publicó El laberinto de las aceitunas (1982) epresenta una nueva variante del original género detectivesco repleto de humor y su escepticismo del rigor aplicado a las investigaciones de asuntos ridículos y risibles. Estas dos últimas novelas son historias de asesinatos y misterio, situadas en ambientes similares y tienen en común al mismo protagonista que es un detective excéntrico, pero ambas obras ofrecen una cierta crítica social.

La novela siguente La ciudad de los prodigios (1986) tiene como protaginista al anarquista Onofre Bouvila, personaje que consigue llegar a lo más alto del poder económico, corrupto y sórdido, y se desenvuelve en el escenario de la vida barcelonesa entre las dos exposiciones de 1888 y 1929. El trasfondo histórico es narrado por Mendoza de forma original y diferente a lo habitual, pero siempre dentro de la ironía, y la crítica social más sutil y soterrada, retratando realidades, pero huyendo siempre de caer, en ese retrato retrospectivo de su ciudad natal, ningún atisbo de sentimentalismo.

.Sus obras siguientes fueron La isla inaudita (1989) El año del diluvio (1992) y Una comedia ligera(1996), estas dos últimas novelas son dos de sus escasas obras no ambientadas en Barcelona.

Les siguieron En La aventura del tocador de señoras (2001) que tiene también como protagonista al demencial detective; El último trayecto de Horacio Dos(2002) narra irónicamente una expedición espacial; y Mauricio o las elecciones primarias (2006) transcurre en la Barcelona posterior a la transición que obtuvo el premio de novela Juan Manuel Lara.

Mendoza también es autor de la guía Barcelona modernista (1989), en colaboración con su hermana Cristina y, escrita en lengua catalana, la obra de teatro Restauració (1990). Más tarde publicó las novelas El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) y Riña de gatos. Madrid 1936 (2010), que tiene como escenario a la capital de España en los días previos a la Guerra Civil española, y por cuya obra recibió el premio Pllaneta.


Artículos de Eduardo Mendoza


Mi sufrida biblioteca
Eduardo Mendoza
Eduardo Mendoza
16/5/2016 (El País)
http://elpais.com/elpais/2016/05/13/icon/1463135325_973140.html


Tengo la costumbre de deshacerme de los libros que he leído. Y también de los que todavía no he leído, si veo que tienen mal pronóstico. El origen de esta costumbre, que muchas personas encuentran bárbara y desalmada, no es intelectual. Durante una larga etapa de mi vida combiné la movilidad con una relativa escasez de medios, con lo que me vi forzado a ir dejando atrás objetos estimados pero no de primera necesidad. Las primeras víctimas de esta emergencia siempre fueron la vajilla y los libros; la vajilla, por su fragilidad; los libros, por su volumen; en ambos casos, por la pesadez de embalar y meter en cajas cosas de tamaños y formas difíciles de acoplar. Total, que acababa tirando platos, vasos y tazas de muy escaso valor, y pilas de libros de un valor material aún más escaso, aunque quizá de mayor valor sentimental. Pero lo bueno de los apuros es que el sentimentalismo desaparece cuando la necesidad aprieta. Fuera libros.

A la tercera o cuarta masacre me di cuenta de que rara vez necesitaba los libros que había tirado y de que, si los necesitaba, los podía volver a comprar. Aparentemente, un gasto doble. En realidad, un considerable ahorro si entra en el cálculo el coste del espacio y el mobiliario. Si el libro que quería recuperar estaba descatalogado, lo encontraba online, en librerías de segunda mano o, a las malas, en alguna biblioteca pública. Y si todo esto fallaba, siempre me quedaba la solución de encogerme de hombros y pasar a otra cosa. La vida está llena de frustraciones y renuncias y no poder releer un libro, habiendo tantos, no es gran tormento.

La práctica me enseñó que los sentimientos, como al parecer ocurre con otras prolongaciones del cuerpo humano, se recomponen. En mis sucesivas viviendas no había libros, pero procuraba que no faltaran las flores, otro artículo entrañable que, a diferencia de los libros, lleva incorporada la fugacidad. Más tarde, cuando alcancé cierto grado de estabilidad, acumulé algunos libros, pero no perdí la higiénica costumbre de desprenderme de la mayoría. Una pared limpia no me parece menos acogedora que una pared cubierta de estanterías. Y por lo que se refiere a la utilidad de una biblioteca personal, lo considero nulo o poco menos. He visto bibliotecas personales especializadas, arduamente construidas a lo largo de toda una vida, que luego alguna institución pública se aviene a heredar de mala gana. Salvo estos casos contados, una biblioteca personal es un mapa confuso del peregrinaje intelectual de su dueño: cambios bruscos de gustos o intereses, propósitos abandonados, palos de ciego y una buena dosis de azar. A lo sumo, testimonio de una cierta solidez de criterio, de amplitud de miras, de cultura general. Antiguamente, el que nacía en una casa provista de una biblioteca, tenía a su alcance un territorio por explorar.

La biografía de algunas personas de mérito incluye el episodio de descubrimientos venturosos. Pero como pasa también en otros aspectos del desarrollo juvenil, lo que uno tiene en casa suscita menos interés que lo que hay en la casa del vecino. En mi caso, recuerdo haber sentido curiosidad por libros que veía en bibliotecas ajenas, pero no en la que habían hecho mis padres. Quizás sí que soy un desalmado. La gente normal siente apego por sus libros, como por sus amigos. Yo también, pero a mi modo. Por más afecto que les tenga, no me gustaría convivir con ellos. Prefiero perderlos de vista, reencontrarlos, comparar lo que el paso del tiempo ha cambiado en cada uno. Hay algo morboso en releer un libro que lleva años envejeciendo ante mis ojos. Prefiero volver a comprarlo, nuevo, con el papel blanco, bien encuadernado, sin una mota de polvo, como la primera vez que lo leí. Hasta entonces, todos los libros que he leído, siguen en mi memoria. La inmensa mayoría, aparentemente olvidados. No importa. Soy lo que ellos me aportaron en su momento. Y también pueden reaparecer de repente, con una claridad deslumbrante, como si los acabara de leer.

Un mendigo
Eduardo Mendoza
23/dic/2015 (El País)
http://elpais.com/elpais/2015/11/24/icon/1448369970_616867.html

En parte por la crisis, en parte por el flujo migratorio, la mendicidad se ha intensificado en las calles de Barcelona. En un rincón tranquilo de un barrio elegante un hombre joven, sin impedimentos físicos o mentales apreciables y sin tender la mano en ademán suplicante, me dice que le dé algo sin especificar para qué; a mi gesto negativo responde en voz alta: “Vaya, hombre, muchas gracias”. Luego cada uno sigue su camino. En el mío voy pensando si el sarcasmo es genuino o si es una discreta técnica intimidatoria encaminada a crear mala conciencia en el donante potencial. Si es así, debería emplearse cuando haya testigos que luego den para evitar la repulsa. Al margen de su eficacia, la actitud es subversiva por lo que concierne a la mendicidad entendida como lo que ha sido hasta hace poco: un oficio. Seguramente hay libros escritos sobre la mendicidad.No conozco ninguno, pero de mis pobres conocimientos deduzco que no es un fenómeno inherente a nuestra sociedad.

La literatura clásica no la menciona, aunque no faltaran menesterosos y tullidos y el Estado no se ocupara de ellos. Por raro que parezca, la figura del mendigo está ausente en los Evangelios. No la del pobre, pero eso es otra cosa. El mendigo no es solamente una persona necesitada, sino alguien que pide ayuda, cara a cara, a cambio de nada. En este sentido, el mendigo cabal es un producto del cristianismo o, para ser precisos, del concepto nuevo de la caridad: un acto de renuncia material a favor del prójimo que recibirá su recompensa en el cielo. En la Edad Media, la vida religiosa gira prácticamente en torno a este supuesto. La vida contemplativa y la peregrinación quedan para los más industriosos. El común de los mortales acumula pequeños actos de caridad para compensar sus malas obras cuando toque hacer balance de la vida terrenal y en función de eso decidir la eterna. Hasta ahí, el protagonista de la historia es el alma caritativa y el mendigo es un mero sujeto pasivo. El Renacimiento en esto, como en tantas cosas, da la vuelta a la tortilla. Ahora el mendigo se recicla en pícaro, convierte la mendicidad en profesión, cuando no en arte y, de paso, crea un género literario glorioso.

El protestantismo y la ascensión de la burguesía alteran otra vez el panorama. Ambos llevan implícita la condena del mendigo como elemento improductivo. Señoras dadivosas socorren a los necesitados a domicilio, en los miserables habitáculos donde aquellos ocultan su miseria y su inutilidad. Dickens ilustra estas escenas. España no renuncia al folclore de sus pedigüeños. Con la decadencia crónica del país, los mendigos no sólo florecen sino que se especializan. El común ronda las calles, la élite luce sus nafras a la puerta de las iglesias, donde señoras orondas tienden la mano y apartan la mirada con gesticulación de cine mudo. También de la mano del cine la mendicidad vuelve al mundo anglosajón. No sé si Chaplin pide o no pide en su ilustre filmografía, pero en cualquier caso devuelve al indigente su dignidad de antihéroe y le agrega una causa y una ideología. En los tiempos modernos el que da no compra bonos de salvación eterna.

Con su dádiva corrige y justifica el sistema, sea o no responsable directo de sus desajustes. Las calles de Nueva York se pueblan de mendigos que aún siguen ahí, asociados a la moderna indigencia del alcoholismo y la droga. Al término de este repaso vuelvo a mi pedigüeño sarcástico y a mi pregunta original sobre su reacción. Tanto si es un amateur que ignora el protocolo como si es un hábil estratega, lo cierto es que su desdén ha borrado la antigua relación moral o ética entre él y yo. Hoy por ti, mañana por mí, parece ser el mensaje. O: nunca digas de este agua no beberé. A la puerta del supermercado que frecuento se turnan un par de pobres, siempre los mismos. Muchas mujeres, al salir, les dan monedas. Nunca los hombres. Quizá perdura en ellas la vieja bondad que prescinde de la sociología e incluso de la lógica para seguir fluyendo sin trabas ni tonterías.


28 septiembre 2016

JUAN JOSÉ MILLÁS

Juan José Millas
AnaAlejandre                                                               

Juan Jose Millás nació en Valencia en 1946, pero su familia se trasladó a Madrid en 1952. Estudió en el colegio Claret y cursó sus estudios preuniversitarios en el instituto Ramiro de Maeztu. Comenzó la carrera de Filosofía y Letras, en la rama de Filosofía Pura, en la década de los sesenta; estudios que nunca terminó pues los abandonó en el tercer curso. Posteriormente, trabajó en diversas ocupaciones como son la de marionetista, profesor, empleado interino en la banca y en el gabinete de prensa de Iberia.

Sus principios literarios fueron en 1974, año en que publica su primera novela, "Cerbero son las sombras", con la que obtuvo el Premio Sésamo.

Reconoce la influencia que en su escritura tienen diversos autores como Dostoievski y Kafka, entre otros, en sus inicios, y esa puede ser la causa de que en su obra aparecen y están protagonizadas por seres corrientes y anodinos que, sin embargo, se ven envueltos en situaciones extraordinarias y, en ocasiones, terribles, pero todas ellas con el denominador común de rozar con lo desconocido y el misterio : desapariciones, mundos paralelos, terribles crisis de identidad y angustia que los llevan a la locura, la depresión, el crimen, la muerte o a cualquier otra situación extrema.

Colabora en el periódico "El País" desde la década de los noventa y en otros medios de comunicación. En la actualidad es difícil separar ambas actividades: la de escritor y periodista, ya que en las dos es reconocido por la crítica y el público tanto dentro como fuera de las fronteras españolas. También se le puede reconocer el mérito de ser el creador de los llamados “articuentos”, que es una especie híbrida entre el artículo de prensa y el cuento o relato, los cuales son publicados en los periódicos y en los que predominan aquellos temas actuales de los que se hace una reflexión sobre un aspecto de la conducta humana que afecta a todos y tienen un cierto paralelismo con los llamados microrelatos, las fábulas y, en algunos casos, los relatos de ciencia-ficción. Uno de los objetivos de los “articuentos” es realizar una especie de negativo de la realidad que plasma, mostrando el contraste entre lo verdadero de la esencia y lo falso de la apariencia. Para ello utiliza el humor, la ironía, la paradoja y esa visión lúcidamente desencantada de una sociedad engañosa en la que nada es como parece, a la que la atenta y lúcida mirada de Millás sabe encontrar la tara que demuestra su falsía.

En toda su obra, Juan José Millás nos muestra una búsqueda constante de las diferentes formas de mostrar al lector, y de separar ante su atenta mirada, lo que es verdadero de lo falso, utilizando para ello la estrategia estilística de mostrar al final, como el ilusionista aventajado, el truco que parece esconder la parcela de la realidad de la que trata, para demostrar, después, que no era tal, sino un simple engaño de los sentidos de quien mira y ve sólo las apariencias. Ha recibido innumerables y prestigiosos premios que lo revalidan como un autor destacado dentro del panorama literario nacional.

Sus obras han sido publicadas en varios países y traducidas a quince idiomas, entre ellos, inglés, francés, alemán, portugués, italiano, sueco, danés, noruego y holandés. 

29 junio 2016

JUAN BENET



Juan Benet


Juan Benet Goitia, novelista español (Madrid 7 de octubre de 1927 - 5 de enero de 1993), uno de los más importantes escritores de la segunda mitad del siglo XX en España y considerado, por algunos escritores entre los que se cuenta Javier Marías, como el más influyente de dicho período. Aunque se le conoce especialmente por su faceta de novelista, cultivó diversos géneros como son el drama, el ensayo y el cuento, aunque destaca, especialmente en la novela.

Aunque nacido en Madrid, vivió con su madre y dos hermanos mayores en San Sebastián, ciudad a la que se trasladaron por tener familiares en dicha ciudad, a raíz de que su padre, Tomás Benet Benet, abogado de profesión, fuera fusilado en la zona republicana a principios de la Guerra Civil, regresando a la capital en 1939.

Cursa estudios de Balchillerato en San Sebastián y, posteriormente los finaliza en Madrid, en el Colegio del Pilar, en 1944. Ingresa en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos en 1952, carrera que finaliza y ejerce. Anteriormente, en 1946, había empezado, regularmente, a asistir, entre otras .-asistía también a las tertulias de los cafés Gambrinus y Gijón-, a la tertulia de Pío Baroja, escritor al que admiraba profundamente, uno de los pocos autores españoles que le gustaban. A dicho escritor le dedicó unas páginas en su obra Otoño en Madrid hacia 1950. En ese año descubrió la obra de William Faulkner, escritor que le impresionó y fue el detonante de su vocación literaria, por la que comenzó a escribir.

Juan Benet viajó a París, en 1949, por haberse exiliado su hermano Paco en dicha ciudad, quien pertenecía a la Federación Universitaria Española y fue el creador de la revista Península, de cariz antifranquista, ya que era el principal organizador y ejecutor de la operación de fuga de Cuelgamuros de varios antifranquistas. En esa ocasión huyeron a Paris Manuel Lamana y Nicolás Sánchez Albornoz, hechos que inspiraron la película Los años bárbaros, de Fernando Colomo..

Hay un hecho insólito en la biografía de este escritor que define su temperamento e inquietudes múltiples o deseos de experimentar emociones nuevas , y fue el que realizó, en 1952, cuando actuó como banderillero de la cuadrilla del matador Rafael Ortega, en la plaza de toros de Calanda (Teruel), localidad en la que nació el genial director de cine Luís Buñuel.

Al año siguiente realizo prácticas de ingeniería en Finlandia, y publica su primera obra de teatro Max, obra en la que manifiesta un personal estilo literario ajeno a las corrientes literarias españolas de la época. 

En el mismo año que finaliza su carrera de Ingeniero, 1955, contrae matrimonio con Nuria Jordana, unión de la que nacerán cuatro hijos.

Su primer libro fue un volumen de relatos, desarrollados en ese escenario mítico, Región -similar al creado por Faulkner al que denominó Yoknapatawpha-, que fue el territorio narrativo de muchas otras obras posteriores de Benet, y supuso un alejamiento de la prosa realista que se escribía entonces en España. En dicho territorio imaginario se muestran de forma recurrente los temas que obsesionaban a Benet: el desencanto por las ilusiones marchitas, la desesperanza que de ello deviene, la decadencia fisica y moral que provoca el paso del tiempo, y la atmósfera narrativa, opresiva e inquietante, en muchas de sus obras, como una señal de identidad permanente.

Empieza a colaborar en las revistas más importantes de la época, como son Revista de Occidente, Cuadernos para el diálogo Cuadernos Hispanoamericanos y Triunfo. A través de Dionisio Ridruejo, con el que comienza una estrecha amistad, llega tomar contacto con los círculos antifranquistas de aquellos años. 

Publica Nunca llegarás a nada (1959). Años más tarde, atraido por el ensayo, publicó dos obras de dicho género tituladas: La inspiración y el estilo (1966) y Puerta de tierra (1969). De esa época es también su obra teatral Confitans (1969), única obra recuperada por el propio autor de una producción desconocida y publicada en la revista Cuadernos Hispanoamericanos.

Su primera novela nombra explícitamente a ese territorio literario creado por Benet, titulada Volverás a Región (1968), en la que se manifiesta de forma indudable el talento narrativo de este escritor. Le sigue Una meditación (1969),novela con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve del mismo año, que tiene la particularidad añadida de que está escrita en papel continuo, usando un artilugio de su invención para dicho fin. Esta obra se considera una de las más importantes publicadas desde 1939. 

En la década de los setenta, especialmente entre 1970 y 1973, aumenta vertiginosamente su producción literaria y publica los ensayos que se publican con el titulo Puerta de tierra; un volumen que recoge, menos una, todas sus obras de teatro; además de las novelas Una tumba (1971), Un viaje de invierno (1972), con las que finaliza un primer ciclo narrativo que demuestra que Benet era un gran escritor, dueño de un lenguaje personal, intenso, sugerente y de rica prosa. Después, publica La otra casa de Mazón, así como los libros de relatos Sub rosa y 5 Narraciones y 2 fábulas.

A raíz del fallecimiento de su esposa, en 1974, se produce una pausa en su producción literaria y, también, en sus relaciones personales porque su introversión se agudiza por la pérdida de su mujer. Dos años más tarde, publica Qué fue la guerra civil y visita como conferenciante los Estados Unidos. Además, publica dos nuevas obras que son, a medias, una mezcla de ensayo y narrativa tal como la entiende Benet: El ángel del señor abandona a Tobías y Del pozo y del Numa.

Sus siguientes publicaciones le acreditan como un escritor que posee ya una gran influencia entre los autores más recientes: En el estado (1977), Saúl ante Samuel (1980) y El aire de un crimen (1980). Herrumbrosas lanzas I, II y III (1983, 1984 y 1986) que tienen como escenario nuevamente a Región, habla de la Guerra Civil española y de las profundas heridas nunca cerradas que provocó en la memoria de los españoles. Este trágico tema bélico y sus terribles consecuencias es recurrente en el mundo narrativo de Benet, por el que sentía una fuerte e intensa atracción , quizás, influido por el asesinato de su padre, al principio de la Guerra Civil, hecho luctuoso que marcó a toda la familia. Los estudiosos de la obra benetiana la consideran como la obra más intensa y de mayor significado de las suyas y la que mayor resonancia e influencia tuvo en la literatura española de la época , cuyo eco llega hasta nuestros días

En su extensa obra literaria, se encuentran, entre otros, sus últimos títulos, las novelas En la penumbra (1989) y El caballero de Sajonia (1991), la colección de cuentos Trece fábulas y media (1981) y la obra ensayística La construcción de la torre de Babel (1990).

La obra literaria de Benet, en su conjunto, al igual que la de Rafael Sánchez Ferlosio y Luís Martín Santos, produjo la innovación experimental más rica en resultados de la narrativa española. Sin embargo, su estilo alambicado, denso, críptico y de múltiples significados, fue llamada por algunos "literatura incorrecta". Fueron los escritores Dionisio Ridruejo, y el matrimonio formado por Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio quienes alabaron entusiásticamente la obra de Benet, al que consideraban como uno de los grandes escritores de la narrativa española.

A lo largo de su vida literaria, Benet mostró su rechazo a la estética y retórica inherentes al realismo y naturalismo decimonónicos que caracterizan a Benito Pérez Galdós y cuestionaba la vigencia, en pleno siglo XX, de dicho realismo, aunque recibiera otros nombres. También, se opuso al llamado tremendismo y a los escritores de la España "negra", y defendía, al mismo tiempo, el estilo noble o grand style, frente a la retórica vacía de contenido del realismo.

Se advierte en toda su obra indudables influencias de escritores como William Faulkner, Henry James, Herman Melville, Franz Kafka, Samuel Beckett y algunos autores de la antigüedad clásica, en especial de los historiadores romanos, la bibliografía de la Guerra Civil española y toda la bibliografía bélica, en general, así como los textos bíblicos.

A pesar de los indudables méritos literarios de Benet, murió sin haber recibido ninguno de los grandes premios de las letras españolas. Sólo recibió dos: el Biblioteca Breve de 1969, ya aludido, y el Premio de la Crítica, en 1984, por el primer volumen de Herrumbrosas lanzas. Tampoco obtuvo un sillón de la Real Academia Española, a la que fue presentado sólo una vez, en 1983, pero ganó la candidatura de Elena Quiroga.

Está reconocido como uno de los grandes escritores españoles del siglo XX y su influencia se advierte en muchos escritores actuales, especialmente en Javier Marías, Felix de Azúa y Vicente Molina Foix.