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20 octubre 2006

Retratos ejemplares - Wl pseudo caballero



Retratos ejemplares
(ejemplos para no imitar)
No hay mayor placer que ser tratado como un idiota por un imbécil (Oscar Wilde)

El pseudo caballero

Le gusta vestir con cierta elegancia, para lo que se encarga, algunas veces, los trajes a medidas y, sobre todo, las camisas, a las que dedica una especial atención. Todo debe ser, o parecer, único, exclusivo y hecho a su medida, al igual que la conciencia que, según el día de la semana y la ocasión, se la ajusta a las necesidades del caso, en justa correspondencia a su proverbial afición a la simetría y la proporción.

Su seguridad en sí mismo se basa, primordialmente, en utilizar a los demás como peana para alzarse sobre ellos, cosa natural para quien siempre debe quedar por encima -olvidando el conocido axioma que afirma que el simple hecho de querer quedar por encima es un reconocimiento implícito de estar por debajo-, lo que le lleva siempre a poner en duda la inteligencia, el talento, la cultura, la clase y la honestidad de los demás, por eso de que aquello de lo que se carece no se puede reconocer en los otros.

No admite más amabilidad hacia los demás que aquella que tenga como destinatario a alguien igual o superior en jerarquía o poder, según su propio baremo de calidades y excelencias, porque utilizar la cortesía con inferiores supone, para alguien como el pseudo caballero, rebajarse a su altura. A los "inferiores", según su juicio, en categoría social, laboral, o jerárquica, sólo los ignora o los utiliza para aquellos trabajos serviles, molestos o desagradables, impropios de todo caballero. Si alguna vez es agradable con alguien " inferior" a su nivel, -todo ello a su juicio, naturalmente, que suele ser muy poco acertado- es para conseguir un fin, aunque sea indirecto, o para despistar a quien recibe sus constantes muestras de cortesía porque, a sus espaldas, se burla de la supuesta candidez de aquél. Naturalmente, su principal afición, en alguien tan desprovisto de inquietudes de cualquier tipo que no sean las de mostrar siempre su falta de escrúpulos, es intentar burlarse de los demás a través de bromas anónimas, que considera muy ingeniosas y divertidas, consistentes en ridiculizar públicamete a alguien de formas diversas: negarle el saludo públicamente, unas veces; saludarle continuamente en otras ocasiones, imitar ruidos raros delante de la persona burlada, etc, y toda clase de acciones propias de un quinceañero maleducado y no de un aspirante a caballero, además de la diversión que le supone realizarlas, según la temporada o la ocasión propicia para despistar al receptor de la broma, porque todos saben quién es el autor de los hechos menos la víctima de ellos que, supuestamente, sigue en la inopia, "deslumbrada" por la inteligencia de su burlador, Por esa afición a las bromas, o por su peculiar sentido del humor, basado en reírse de los demás o, al menos, intentarlo, todo se lo toma a broma: el trabajo, el adulterio frecuente -siempre que sea él quien lo cometa y no su esposa porque eso no tendría ninguna gracia para el aspirante a caballero y bromista en ejercicio-, la responsabilidad laboral o profesional, el respeto a los demás, la hombría de bien, el sentido de la dignidad y la decencia, pues estas son cuestiones que por no serle conocidas y, menos aún, ejercidas, le parecen meras palabras, sin significado alguno.

Suele ocupar un cargo ejecutivo, pero sin excesiva responsabilidad, en una empresa familiar o de amigos, pero siempre gracias a las relaciones familiares o amistosas o algún puesto intermedio en la Administración, sacado por oposición, eso sí, que es el único y último esfuerzo que hace en todo el resto de su vida, porque, lo que de verdad le gusta, es vivir de rentas producidas por el trabajo de los demás.

Por supuesto, el trabajo le da alergia, y no primaveral, sino durante todas las estaciones del año, por lo que suele tener fama de vago y de delegar sus responsabilidades en otros: secretarias, colaboradores, ayudantes, etc,; y sólo cumple con sus obligaciones imprescindibles porque en ello se juega el sueldo que, es al fin y al cabo, lo único que le importa al aspirante a caballero y vividor de oficio y con beneficio. Por ello, siempre suele buscar a una rica heredera para esposa y si no lo consigue, misión difícil para quien sólo tiene planta - y de ahí le viene el complejo físico de "guaperas" y por consiguiente, el complejo psíquico de ser superior, lo que le provoca la sensación de estar por encima de todo y de todos, especialmente, del bien y del mal- y, sobre todo, mucha ambición, se conforma con menos capital, pero siempre que su futura esposa tenga un apellido ilustre, conocido, o que sea "pariente de", pero procurando tener muchos hijos con ella -que suele ser tonta y bastante pasiva, mujer ideal para todo aspirante a caballero que se precie-, y así tenerla ocupada para que no le dé la lata y no se entrometa en su vida: la doble y triple que vive quien, como todo vividor, sabe tirar la piedra y esconder la mano y con la otra señalar al prójimo.

Le gusta decir que practica algunos deportes -aunque su única afición deportiva sea el "dolce far niente", (el dulce no hacer nada)es decir, no dar un palo al agua-; pero todas sus aficiones deportivas, sin excepción, son siempre elitistas y aptas para cuentas corrientes saneadas; la hípica, el golf, la vela, etc.; aunque no practique ninguno, pero sea socio del club de golf más próximo y haga un esfuerzo para pagar la cuota y sólo corretee por el campo intentando poder atinarle un solo golpe a la dichosa pelotita; al igual que intenta ser socio del club de hípica sin tener idea de equitación, o alquile un velero por horas -que pilota el patrón, porque lo único que tiene de conocimientos y afición a la náutica es la gorra de patrón de yate-. Naturalmente, lo importante es poder presumir, no practicar unas aficiones para las que ni tiene aptitudes ni conocimientos y, menos aún, ganas.

En general, suele ser descendiente de familias en las que hay algún antepasado con un título de poca monta, quien pudo casar con mujer adinerada y a la que desplumó el capital a base de juergas, partidas en el casino y mujeres; o, entre sus ancestros, existen mujeres con famas de casquivanas que tuvieron amores adúlteros con amigos de la familia y, quizás, de la misma hubo descendencia, por lo que suele tener un cierto complejo de bastardía. Todo esa memoria familiar le produce a nuestro pseudo caballero un cierto tufo de nobleza rancia y de hidalguía ya perdida que intenta recuperar, quitándole el polvo y las telarañas, a base de altivez que no ocultan su inseguridad en que, de un momento a otro, se pueda desmoronar el andamiaje en el que sustenta su estúpido orgullo de don nadie con aspiraciones a ser considerado todo un caballero y que los demás así le rindan pleitesía; aunque en su comportamiento demuestre siempre que lo que más prima es su falta de caballerosidad, cultura, educación y respeto que son las verdaderas señas de identidad de un verdadero caballero.

No suele afrontar sus responsabilidades, sean éstas el embarazo de la amante de turno, los daños causados a un tercero a causa de su afición a las bromas o, simplemente, el adulterio cometido, el que negará siempre ante su mujer, porque si algo teme es tener que hacerse cargo de las consecuencias de sus actos y. en un gesto camaleónico que le caracteriza, suele urdir disculpas enrevesadas, excusas inverosímiles y trata de escurrir el bulto que es el recurso en el que es un verdadero maestro por eso de la cobardía congénita y la hipocresía de la que tiene una excelente marca -lo que podría corroborar su esposa, entre otras mujeres-.

Cuando se siente descubierto lo único que desea es huir y poner tierra de por medio, olvidándose la hidalguía, la prosapia y el orgullo por el camino, porque es difícil, por no decir imposible, guardar el tipo y la honra mientras se corre a toda pastilla y cagándose en los pantalones. Es decir, nuestro aspirante a caballero en esas ocasiones demuestra lo que en verdad es: un perfecto gilipollas y un necio impresentable, pero no sordo, porque cuando emprende su huida aún tiene tiempo de oir las carcajadas de sus "inferiores", embromados o no, que, con gesto de burla, le gritan a coro: "¡maricón el último!".


Ana Alejandre
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