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05 mayo 2006

Al filo de los días - El umbral del tiempo





El umbral del tiempo

Se asoman silenciosas la horas al umbral de un tiempo que parece detenido en la rutina de los días. No existen referentes posibles en este piélago al que los seres humanos llamamos vida cotidiana o, peor aún, rutina.

Hace unos días, pocos, acaba de finalizar un puente, el de Semana Santa, en el que la escapada en busca de alicientes equívocos llevó a millones de personas a desplazarse a un lugar diferente en esa huída continua que nos lleva a todos a buscar siempre en otro lugar a aquel que no somos, pero que querríamos ser y en el que creemos que están depositadas todas las esperanzas incumplidas.

Ahora, de regreso del llamado puente de mayo, otro paréntesis más abierto entre la insatisfacción y el deseo, la vida parece tomar el mismo rumbo de siempre en el que se repiten los gestos cotidianos, los quehaceres y la costumbre, silenciosa, se queda agazapada entre los pliegues de lo que algunos llamaron “angustia existencial”. Muchos se preguntan, recién llegados del otro paréntesis en forma de escapada, cuánto falta para el siguiente punto de inflexión en forma de puente, o vacaciones, en el que olvidarse, de nuevo, de sí mismos, de esa identidad que, por manida, les parece ya demasiado pesada para seguir soportándola durante muchos meses más.

Sin embargo, el tiempo sigue avanzando en un ritmo demasiado lento para las expectativas de quienes creen que la vida siempre está en todas partes aguardándolos, menos en aquella en la que habitan. Y ese mismo tiempo que ayuda a huir de vidas no vividas nada más que en función de carretera y de emigración provisional es el que, al regreso, encuentran, implacable, como recordatorio fatal de unas vidas que se les va, precisamente porque se quedan parados, atrapados en la misma cotidianidad donde naufragan sus esperanzas, sus anhelos y esos sueños fallidos del que hacen albacea al tiempo, en una invocación, continuamente malograda, para su siempre esperado cumplimiento.
Ana Alejandre
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