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07 julio 2015

Artículos de Eduardo Galeano

Manos arriba
Eduardo Galeano
(El País, 1 Jul 2000)

Eduardo Galeano
1. Hace poco, mi casa fue asaltada. Los ladrones se dejaron una sierra (en el mango se lee: Facilitando su trabajo) y un reguero de cosas que tuvieron que abandonar en la estampida. Entre las cosas que pudieron llevarse estaba una computadora que yo acababa de comprar y que iba a ser la primera de mi vida. Mi progreso tecnológico ha sido interrumpido por la delincuencia.Yo bien sé que el episodio carece de importancia, y que, al fin y al cabo, forma parte de la rutina de la vida en el mundo de hoy, pero el hecho es que no he tenido más remedio que agregar rejas a las rejas y que ahora mi casa parece, como todas, una jaula. Como a todos, una nueva dosis de veneno me ha sido inoculada: el veneno del miedo, el veneno de la desconfianza.
2. Es una antigua leyenda china. A la hora de irse a trabajar, un leñador descubre que le falta el hacha. Observa a su vecino: tiene el aspecto típico de un ladrón de hachas, la mirada y los gestos y la manera de hablar de un ladrón de hachas. Pero el leñador encuentra su herramienta, que estaba caída por ahí. Y cuando vuelve a observar a su vecino, comprueba que no se parece para nada a un ladrón de hachas, ni en la mirada ni en los gestos ni en la manera de hablar.
3. El filósofo británico Samuel Johnson decía, a mediados del siglo XVIII: "La seguridad, dé lo que dé, da lo mejor". Dos siglos después, decía el filósofo italiano Benito Mussolini: "En la historia de la humanidad, el policía ha precedido siempre al profesor". Y ahora, grandes carteles nos advierten, en los supermercados: "Sonría: por su seguridad, lo estamos filmando y grabando".
4. Bien lo saben los políticos y los demagogos de uniforme: la inseguridad es el pánico de nuestro tiempo. Y las estadísticas confirman que el mundo está transpirando violencia por todos los poros.
Colombia es el país más violento del mundo. Los asesinatos de todo un año en Noruega equivalen a un fin de semana en Cali o Medellín. Se supone que la violencia colombiana es obra del narcotráfico y de la guerra entre militares, paramilitares y guerrilleros. Pero la organización Justicia y Paz atribuye la mayoría de los crímenes, siete de cada diez, a "la violencia estructural de la sociedad colombiana". Colombia es uno de los países más injustos del mundo: 80% de pobres, 7% de ricos; de cada 100 adultos, 22 están desempleados y 55 trabajan a la buena de Dios, en eso que los expertos llaman mercado informal.
5. En Brasil se roba un auto cada minuto y medio. Durante las horas más peligrosas, que son las horas de la noche, los conductores de vehículos en Río de Janeiro están autorizados a saltarse los semáforos en rojo. Y no sólo se roban autos. Gran éxito está teniendo un escultor de alegorías de carnaval, que está fabricando guardias virtuales para las empresas de seguridad: son maniquíes de uniforme policial, hechos de fibra de vidrio, con microcámaras en lugar de ojos. Otros guardias, de carne y hueso, disparan y matan y preguntan después. Muchas de sus víctimas son niños de la calle.
Brasil es, como Colombia, un país violento y un país injusto: el más injusto del mundo, el que más injustamente distribuye los panes y los peces. Veintiún millones de niños viven, sobreviven, en la miseria.
Hélio Luz, que hasta hace poco fue jefe de policía en Río, recordó recientemente, en una entrevista, que la policía brasileña no nació para proteger a los ciudadanos: fue creada, en l808, para controlar a los esclavos.
Los esclavos eran negros, y negros son, hoy día, la mayoría de sus víctimas.
6. Los policías y los políticos latinoamericanos acuden en peregrinación a Nueva York. Allí aprenden la fórmula mágica contra la delincuencia. La tolerancia cero se aplica hacia abajo, como la represión cero se aplica hacia arriba. Esta criminalización de la pobreza castiga al delincuente antes de que viole la ley. Hasta los graffitis merecen castigo porque delatan "una conducta protocriminal".
La delincuencia ha disminuido en Nueva York y en todo el territorio estadounidense. Pero no como resultado de la política de intolerancia: la mano dura sólo ha servido para multiplicar los horrores policiales contra los negros en el reino del alcalde Giuliani. Como bien dice el juez argentino Luis Niño, la tasa de criminalidad ha caído en Estados Unidos en la misma medida en que ha subido la tasa de ocupación: hay menos delito porque hay pleno empleo.
El milagro del pleno empleo, o de algo que, en todo caso, se le parece bastante, ha sido posible en este país que tiene al mundo entero trabajando para él. Pero la inseguridad es un buen negocio, y las cárceles privadas necesitan presos como los pulmones necesitan aire. Más vale prevenir que curar: cuantos menos delitos se cometen más presos hay. En los últimos 15 años, por poner un ejemplo, se ha multiplicado por tres la cantidad de menores de edad encerrados en cárceles de adultos, "para que los chicos se conviertan en adultos productivos", como explica James Gondles, vocero de las empresas privadas que se ocupan de encerrar gente en el país que tiene la mayor cantidad de presos en el mundo.
Eduardo Galeano es escritor y periodista uruguayo, autor de Las venas abiertas de América Latina y Memorias del fuego. © IPS / Comunica.

Escuela del Crímen,
Eduardo Galeano 
(El País,11 jul 1996)
Economía de importación, cultura de impostación, reino de la tilinguería: estamos todos obligados a embarcarnos en el crucero de la modernización. En las aguas del mercado, la mayoría de los navegantes está condenada al naufragio; pero la deuda externa paga, por cuenta de todos, los pasajes de la minoría que viaja en primera clase. Los empréstitos de la banquería mundial, que permiten atiborrar de nuevas cosas inútiles a la minoría consumidora, actúan al servicio del purapintismo de nuestras clases medias y de la copianditis de nuestras clases altas; y la televisión se encarga de convertir en necesidades reales a las demandas artificiales que el norte del mundo inventa sin descanso y exitosamente proyecta sobre el sur y sobre el este.Pero ¿qué pasa con los millones y millones de jóvenes latinoamericanos condenados a la desocupación o a los salarios de hambre? Entre ellos, la publicidad no estimula la demanda, sino la violencia; entre ellas estimula la prostitución. Los avisos proclaman que quien no tiene no es: quien no tiene auto, o zapatos importados, o perfumes importados, es un nadie, una basura; y así la cultura del consumo imparte clases para el multitudinario alumnado de la escuela del crimen.
Al apoderarse de los fetiches que brindan existencia a las personas, cada asaltante quiere ser como su víctima. La tele ofrece el servicio completo: no sólo enseña a confundir la calidad de vida con la cantidad de cosas, sino que además brinda cotidianos cursos audiovisuales de violencia, que los videojuegos complementan. El crimen es el espectáculo más exitoso de la pantalla chica. "Golpea antes de que te golpeen", aconsejan los maestros electrónicos de niños y jóvenes. "Estás solo, sólo cuentas contigo". Coches que vuelan, gente que estalla: "Tú también puedes matar".
Crecen las ciudades, las ciudades latinoamericanas ya están siendo las más grandes del mundo, y con "las ciudades, a ritmo de pánico, crece el delito. Ciudades insomnes: unos no duermen por la necesidad de atrapar las cosas que no tienen, otros no duermen por el miedo de perder las cosas que tienen.
La ansiedad consumidora no es la única profesora de la escuela del crimen. Ella actúa acompañada por la injusticia social, una profesora muy eficaz en sociedades donde la opulencia ofende escandalosamente al hambre, y también dicta allí sus lecciones la impunidad del poder, que enseña predicando con el mal ejemplo en sociedades donde los que mandan matan y roban sin remordimiento ni castigo.
Este mundo del final de siglo, que convida a todos al banquete pero cierra la puerta en las narices de la mayoría, es al mismo tiempo igualador y desigual. Nunca el mundo ha sido tan desigual en las oportunidades que brinda, pero tampoco ha sido nunca tan igualador en las ideas y las costumbres que impone. La igualación obligatoria, que actúa contra la diversidad cultural del bicho humano, impone un totalitarismo simétrico al totalitarismo de la desigualdad de la economía, impuesto por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros fundamentalistas de la libertad del dinero. En el mundo sin alma que se nos obliga a aceptar como único mundo posible no hay pueblos, sino mercados; no hay ciudadanos, sino consumidores; no hay naciones, sino empresas; no hay ciudades, sino aglomeraciones; no hay relaciones humanas, sino competencias mercantiles.
Nunca ha sido menos democrática la economía mundial, nunca ha sido el mundo más escandalosamente injusto. La desigualdad se ha duplicado en treinta años. En 1960, el 20% de la humanidad, el que más tenía, era treinta veces más rico que el 20% que más necesitaba. En 1990, la diferencia entre la prosperidad y el desamparo había crecido al doble, y era de sesenta veces. Y en los extremos de los extremos, entre los ricos riquísimos y los pobres pobrísimos, el abismo resulta mucho más hondo. Sumando las fortunas privadas que año tras año exhiben, con obscena fruición, las páginas pornofinancieras de las revistasForbes y Fortune, se llega a la conclusión de que 100 multimillonarios disponen actualmente de la misma riqueza que 1.500 millones de personas.
La desigualación económica tiene quien la mida. El Banco Mundial, que tanto hace por multiplicarla, la confiesa, por ejemplo, en su World development report de 1993. Y la confirman las Naciones Unidas(United Nations developmentprogramme, Human development report,1994). La igualación cultural, en cambio, no se puede medir. Sus demoledores progresos, sin embargo, rompen los ojos. Los medios de comunicación de la era electrónica, mayoritariamente puestos al servicio de la incomunicación humana, nos están otorgando el derecho a elegir entre lo mismo y lo mismo, en un tiempo que se vacía de historia y en un espacio universal que tiende a negar el derecho a la identidad de sus partes. Se hace cada vez más unánime la adoración de los valores de la sociedad de consumo.
La economía mundial necesita un mercado de consumo en perpetua expansión para que no se derrumben sus tasas de ganancia, pero a la vez necesita, por la misma razón, brazos que trabajen a precio de ganga en los países del sur y el este del planeta. La segunda paradoja es hija de la primera: el norte del mundo dicta órdenes de consumo cada vez más imperiosas, dirigidas al sur y al esté, para multiplicar a los consumidores, pero en mucho mayor medida multiplica a los delincuentes.
La invitación al consumo es una invitación al delito. Leyendo las páginas policiales de los diarios se aprende más sobre las contradicciones sociales que en las páginas sindicales o políticas. Allí están los alegres mensajes de muerte que la sociedad de consumo emite.

Noticias de los nadies
Eduardo Galeano
(El país, 27 Enero 1996)

Hasta hace 20 o 30 años, la pobreza era fruto de la injusticia. Lo denunciaban las izquierdas, lo admitía el centro, rara vez lo negaban las derechas. Mucho han cambiado los tiempos en tan poco tiempo: ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece o, simplemente, es un modo de expresión del orden natural de las cosas. La pobreza puede merecer lástima, pero ya no provoca indignación: hay pobres por ley de juego o fatalidad del destino.El código moral de este fin de siglo no condena la injusticia, sino el fracaso.
Hace unos meses, Robert McNamara, que fue uno de los responsables de la guerra de Vietnam, escribió un largo arrepentimiento público. Su libro In retrospect (Times Books, 1995) reconoce que esa guerra fue un error. Pero esa guerra, que mató a tres millones de vietnamitas y a 58.000 norteamericanos, fue un error porque no se podía ganar, y no porque fuera injusta. El pecado está en la derrota, no en la injusticia.
Con la violencia ocurre lo mismo que ocurre con la pobreza. Al sur del planeta, donde habitan los perdedores, la violencia rara vez aparece como un resultado de la injusticia. La violencia casi siempre se exhibe como el fruto de la mala conducta de los eres de tercera clase que habitan el llamado Tercer Mundo, condenados a la violencia porque ella está en su naturaleza: la violencia corresponde, como la pobreza, al orden natural, al orden biológico o quizá zoológico de un submundo que así. es porque así ha sido y así seguirá siendo.
Mientras McNamara publicaba su, libro sobre Vietnam, dos países latinoamericanos, Guatemala y Chile, atrajeron, por asombrosa excepción, la atención de la opinión pública norteamericana.
Un coronel del Ejército de Guatemala fue acusado del asesinato de un ciudadano de Estados Unidos y de la tortura y muerte del marido de una ciudadana de Estados Unidos. Desde hacía unos cuantos años, se reveló, ese coronel cobraba sueldo de la CIA. Pero los medios de comunicación, que difundieron bastante información sobre el escandaloso asunto,, prestaron poca importancia al hecho de que la CIA viene financiando asesinos y poniendo y sacando Gobiernos en Guatemala desde 1954. En aquel año, la CIA organizó, con el visto bueno del presidente Eisenhower, el golpe de Estado que volteó al Gobierno democrático de Jacobo Arbenz. El baño de sangre que Guatemala viene sufriendo desde entonces ha sido siempre considerado natural, y raras veces ha llamado la atención de las fábricas de opinión pública. No menos de 100.000 vidas humanas han sido sacrificadas, pero ésas han sido vidas guatemaltecas y, en su mayoría, para cohno del desprecio, vidas indígenas.
Al mismo tiempo que revelaban lo del coronel en Guatemala, los medios informaron de que dos altos oficiales de la dictadura de Pinochet habían sido condenados a prisión en Chile. El asesinato de Oswaldo Letelier constituía una excepción a la norma de la impunidad, y este detalle no fue mencionado. Impunemente habían cometido muchos otros crímenes los militares que en 1973 asaltaron el poder en Chile, con la colaboración confesa del presidente Nixon. Letelier había sido asesinado, con su secretaria norteamericana, en la ciudad de Washington¡ ¿Qué hubiera ocurrido si hubiera caído en Santiago de Chile o en cualquier otra ciudad latinoamericana? ¿Qué ocurrió con el general chileno Carlos Prats, impunemente asesinado, con su esposa, también chilena, en Buenos Aires, en 1970

Automóviles imbatibles, jabones prodigiosos, perfumes excitantes, analgésicos mágicos: a través de la pantalla chica, el mercado hipnotiza al público consumidor. A veces, entre aviso y aviso, la televisión cuela imágenes de hambre y guerra. Esos horrores, esas fatalidades, vienen del otro mundo, donde el infierno acontece, y no hacen más que destacar el carácter paradisiaco de las- ofertas de la sociedad de consumo. Con frecuencia, esas imágenes vienen de Africa. El hambre africana se exhibe como una catástrofe natural, y las guerras africanas no enfrentan a etnias, pueblos o regiones, sino a tribus, y no son más que cosas de negros. Las imágenes del hambre jamás aluden, ni siquiera de paso, al saqueo colonial. Jamás se menciona la responsabilidad de las potencias occidentales que ayer desangraron África a través de la trata de esclavos y el monocultivo obligatorio y hoy perpetúan la hemorragia pagando salarios enanos y precios de ruina. Lo mismo ocurre con las imagenes de las guerras: siempre el mismo silencio sobre la herencia colonial, siempre la misma impunidad para los inventores de las fronteras falsas que han desgarrado África en más de cincuenta pedazos, y para los traficantes de la muerte, que desde el Norte venden las armas para que el Sur haga las guerras. Durante la guerra de Ruanda, que brindó las más atroces imágenes en 1994 y buena parte de 1995, ni por casualidad se escuchó en la tele la menor referencia a la responsabilidad de Alemania, Bélgica y Francia. Pero las tres potencias coloniales habían contribuido sucesivamente a hacer añicos la tradición de tolerancia entre los tutsis y los hutus, dos pueblos que habían convivido pacíficamente, durante varios siglos, antes de ser entrenados para el exterminio mutuo.

23 marzo 2015

JUAN GOYTISOLO,


Juan Goytisolo (1931- ), novelista español; nació en Barcelona y tuvo una infancia marcada por la muerte de su madre durante un bombardeo durante la Guerra Civil. Sus dos hermanos José Agustín y Luís también se dedican a la literatura, aunque cada uno de ellos tiene un registro y estilo peculiar y personalísimo en sus respectivas obras. 

 Su dedicación  literaria se inicio en la llamada generación del 50. Se trasladó a París en 1956, ciudad en la que trabajó como asesor literario para la editorial Gallimard.  En dicha editorial conoció a la su futura esposa, Monique Lange, gran amiga de Juan Benet, escritor que influyó en gran medida en la obra de Goytisolo.
            
Más tarde fijó su residencia en Marrakech (Marruecos),  pero  pasando temporadas en Estados Unidos y Canadá, países en los que ha impartido cursos en varias universidades.
           
 Su primera novela fue Juegos de manos (1954), a la que siguieron otros títulos como  Duelo en el paraíso (1955) y la trilogía El pasado efímero, compuesta por El circo (1957), Fiesta (1958) y La resaca (1958), entre otras obras de carácter crítico y testimonial, cuyas bases teóricas las expuso en su ensayo Problemas de la novela (1959). Señas de identidad (1966), considerada una de sus obras más logradas y en la que realiza un primer  intento de experimentación que  más tarde profundiza en Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975). En  estas obras   expresa su ruptura con España y su heterodoxia total y crítico en relación con los valores de Occidente, actitud crítica que ha radicalizado con el paso de los años, en los que ha llegado a acusar a España de no haber aceptado y asumido totalmente la riqueza cultural de su pasado árabe.
           
 Goytisolo ha manifestado su pesar en multitud de ocasiones de que Occidente esté relegando al olvido su espíritu curioso que fue el que le dio ímpetu y fuerza en los siglos pasados y que ahora esté satisfecho y resignado en su presente mediocre y autocomplaciente. En obras como Makhara (1980)  reivindica la primacía y excelencia de todo lo natural y primigenio como fuente de realización, atacando al consumismo feroz que lo domina todo en el mundo occidental.
            
Otras obras emblemáticas de este autor son Paisajes después de la batalla (1982),  a modo de  supuesta autobiografía  de un extranjero que vive en un determinado barrio de París. A esa obra le siguen En Las virtudes del pájaro solitario (1988),  en la que aúna la mística de san Juan de la Cruz con la tradición sufí. La cuarentena (1990) es un relato  en el que lo onírico juega un importante papel, siguiendo una tradición musulmana que afirma que el alma una vez desencarnada y tras ser interrogada, permanece en un estadio intermedio entre este mundo y el espiritual.
            
Un tema que le ha preocupado ha sido el provocado por los conflictos bélicos y políticos tanto  en el este de Europa como en algunos países árabes de la última década, lo que le ha llevado a escribir sobre dichas cuestiones. Obras de este calado son El sitio de los sitios (1995), que tiene como telón de fondo la guerra de la antigua Yugoslavia. Otros títulos son ; Paisajes de guerra con Chechenia al fondo (1996), es un  singular libro de viajes, género en el que ya había escrito  y  al que volvió en De la ceca a La Meca (1997) en el que ofrece un mosaico que refleja la vida cotidiana de distintos países árabes.
            
Ha publicado dos libros de memorias Coto vedado (1985) y En los reinos de taifas (1986) que despertaron una gran polémica. Sus obras posteriores fueron La saga de los Marx (1993) y Las semanas del jardín (1997). Los títulos posteriores son las novelas La saga de los Marx (1993) y Las semanas del jardín (1997). Sus últimas obras publicadas son  el ensayo Cogitus interruptus (1999), y las novelas Carajicomedia (2000) y Telón de boca (2003) y ela  colección de artículos Pájaro que ensucia su propio nido (2001). En 2002 recibió el Premio Octavio
            
Juan Goytisolo  es miembro del Parlamento Internacional de Escritores y presidente del jurado de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO. Fue nombrado miembro honorario de la Unión de Escritores de Marruecos (UEM) en junio de 2001  "en reconocimiento a sus posturas en favor de Marruecos y de su cultura".
            
En 2012 Juan Goytisolo afirmó que  abandonaba la narrativa para siempre: "Es definitivo. No tengo nada que decir y es mejor que me calle. No escribo para ganar dinero ni al dictado de los editores". Desde entonces, sigue escribiendo ensayos literarios y debuta en poesía. En fechas próximas se espera la publicación de su primer poemario. El autor dice sobre  dicho poemario "Son nueve, ni uno más ni uno menos. Cuando dejé la narrativa pasaron por mi cabeza como bandas de cigüeñas que me dejaron esos poemas".1
            
Le ha sido otorgado el Premio Cervantes 2014.