de Francisco Umbral,
Planeta, 2007:
Según decía en la reseña de esta obra imprescindible, este libro parece que es la despedida literaria de un autor prolífico y brillante que llena buena parte de la historia de la literatura española y del periodismo de la segunda mitad del siglo XX, título éste que adopta este libro en el que el autor hace un repaso nostálgico, tierno y sin atisbos de revanchismos ni rencor, pero sí de cierta nostalgia y compresión de todos y cada unos de los personajes que fueron y son, algunos al menos, parte imprescindible de esa misma historia que Umbral recrea a través de sus agudas y lúcidas observaciones de esa parte de la historia que conoce -y reconoce también como una parte de su propia vida-, y en los capítulos dedicados a aquellos personajes con los que parece no haber tenido nunca una especial comunicación o armonía, como puede ser el del dramaturgo Francisco Nieva, cuando afirma sin rencor que siguen sin saludarse mutuamente, añadiendo que “una tontería de cien años sigue siendo una tontería”, o bien en el apartado dedicado a esa figura estelar del pensamiento español como es Francisco de Ayala, cuando dice de él que "Ayala tiene ahora algo de pila agotada, pero es que lo tenía ya a los 30 años, si mal no recuerdo", aunque, a modo de disculpa añade con tono de regañina dirigida a sí msimo "Uno tiene algo de cómico viejo. En lo de Ayala hay mucho dolor de lo mío y por eso me he ensañado, sigamos.. En realidad estaba hablando de mí y que el lector me perdone”.
A pesar de que los pasajes más agrios o duros los dirige contra Unamuno, entre otros, al que califica de “fascista”, pero añadiendo como nota disculpatoria de lo dicho antes que es un fascismo creado por el uso del idioma. También se dirige hacia Laín Entralgo, figura señera del pensamiento filosófico español, calificándolo como “el gran intelectual de la Falange”, a pesar de que después de la muerte de Franco lo califica de “rojo”, cuestionando su ambivalencia política y su dualidad de pensamiento en esta área, aunque añade para quitarle importancia a sus calificaciones que "leído y repetido, siempre nos puede enseñar algo". Es decir, siempre encuentra la disculpa que matiza o suaviza el juicio que realiza de cada personaje, como si intentara pedir perdón, añadiendo que de todo lo dicho en contra de cada uno de ellos siempre se puede encontrar la parte de alabanza y admiración que parece negarle en sus afirmaciones anteriores.
Otros dardos de cierta malevolencia, matizada de ternura, los dirige contra Ortega al que dedica frases como “era un liberal mal acostumbrado por el golf, las marquesas, los amores argentinos y el tabaco", y hacia Franco del que dice que “muere sepultado en la cama como un personaje egipcio de zarzuela”.Hay una parte en la que aparecen los personajes preferidos para este autor, la mayoría escritores o filósofos, cpmp Eugeni D’Ors, García Lorca, Proust y un personaje extraño y diferente entre ese grupo de intelectuales como es el de Jaime de Marichalar, al que le concede tintes proustianos por su evidente soledad.Umbral tiene una visión dual de esta parte de la historia, de la que es partícipe señero en la vida intelectual española, porque su mirada va desde el interior al exterior y a la inversa, es decir, se ve también a sí mismo y reflexiona sobre su propia condición como si su mirada fuera externa y medita con distanciamiento sobre su propio y personal estilo literario, su deseo evidente de protagonismo, pero todo ello escrito con una humildad sorprendente en este singular personaje y brillante escritor que advierte al lector desde el principio de que "no vamos a ser historiadores de lo grande, sino cronistas de lo minutísimo, quede el lector advertido de que en este libro impera lo insignificante". Es decir, Umbral hace, en esta obra, personalísima y extraña, un acto de extrema sinceridad, sin atisbos del menor deseo de vanagloria ni revanchismo, porque en esta obra se nos muestra el Umbral más humano, sencillo, sincero y melancólico de todos.
Este escritor tan singular y de personalidad acusada que mezcla la prosa exquisita y directa, propia de un gran conocedor y practicante del más puro estilo periodístico, y con el toque de romanticismo trufado de un cierto aire machista por sus afanes por las “adolescentes peripatéticas”, machismo al que negaba en su propia escritura al afirmar que “se es machista, cuando se deja de ser macho”, y con el dandismo evidente en su propia y personal indumentaria, bufanda blanca en cualquier época, amigo de marquesas y asistente asiduos a los actos de una vida social que denostaba, en una contradicción evidente de un talante personal complejo, se puede decir que este libro es quizás la mirada nostálgica de quien siente el paso del tiempo y quiere dejar constancia de lo mucho que ha vivido, escrito, leído y conocido de un mundo en el que ha sido testigo y protagonista, a la vez, y del que, quizás, se despide suavemente y sin estridencias, dejando constancia de su pluma magistral en la que resuenan los ecos nostálgicos de un escritor que quizás siente la evidencia de que aún le falta por escribir su “gran obra”, lo que tanto le reprochaba Laín Entralgo, y que piensa, o sospecha, que el punto y final de su obra, la mejor, parafraseando a Oscar Wilde, será el que ponga fin a su propia existencia, porque su obra maestra es su propia vida.
Ana Alejandre
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