Yo también tengo ruinas
Ya no sé a quién o a quiénesBusco entre los escombros.
Mario Benedetti
De "Ruinas", Preguntas al azar (1986)
En esta tierra nuestra llamada España prolifera un tipo de personas a las que se les puede llamar don/doña "Y yo, más", (valga de aquí en adelante para ambos sexos); es decir son quienes, en una competición continua e incansable con sus propios fantasmas interiores, siempre intentan demostrar que de todo aquello que se hable o trate, ellos siempre son, tienen o hacen más que los demás.
España ha sido siempre una tierra de grandes contrastes, no sólo en las diversas tierras que la conforman y en sus gentes que la habitan, sino que el contraste también viene dado porque existen dos tipos de personalidades muy definidas y de las que ya habló Cervantes, encarnándolas en su Don Quijote y Sancho Panza, dos prototipos en los que se muestran la exaltación del idealismo, uno, y de la más absoluta y burda ausencia del mismo, el otro, lo que produce un gran sentido práctico y material, dando pie ambas al "quijotismo", una y al "pancismo", otra, dos formas distintas de concebir el mundo y de la propia actitud existencial.
Por ello, en esta tierra de grandezas y gestas heroicas se encuentra también el polo opuesto, representado por la más absoluta de las vilezas, porque no existe en el carácter nacional la medianía y los españoles somos proclives a decantarnos por uno u otro polo, en esa tendencia al extremismo que tanto nos define.
Todo lo anterior sirva como introducción al tema de don "Y yo, más" del que trata este comentario. En honor a ese apodo que define dicha característica, el sujeto que la ostenta, tan frecuente en nuestra sociedad, define perfectamente la actitud depredadora y obstruccionista del envidioso, esa característica definitoria del carácter del español medio, al igual que la tacañería lo es para los franceses y la soberbia para los ingleses, entre otros.
Por eso, el mencionado don "Y yo, más", puede llegar hasta los extremos más ridículos para demostrar siempre que, en todo y de todo, dicho sujeto es, o tiene, más que su interlocutor, preferiblemente o, al menos, igual, aunque muchas veces sea sólo de palabra, en el hacer o en el tener, y nunca lo refrende con hechos. Así que el mencionado individuo, si alguien le comenta que se ha comprado un piso, a su vez dirá que se ha comprado, o lo va a hacer, un chalet de tropecientos metros cuadrados, aunque su valor sea menor que del piso más pequeño en extensión, pero más costoso en su construcción, aunque para eso se tenga que ir "Y yo, más" a vivir a Villatempujo Cuestabajo, además de que, para sus adentros esté pensando cómo demonios va a conseguir pagar la hipoteca. Si otro interlocutor comenta, de vuelta de vacaciones en la Patagonia, lo bien que lo ha pasado, nuestro ínclito don " Y yo, más" asegura que ha realizado ya ese viaje, aunque sólo sea en sueños, o lo va a emprender inmediatamente y, además, añade que va a recorrer todo América del Sur, a pesar de que no piense salir de Albacete, por poner un ejemplo. Por supuesto, tiene más de todo que los demás, empezando por los derechos a ser reconocido siempre como superior, aunque no se sepa bien en qué lo es, pero exige ese trato deferencial en sus relaciones con los otros que lo padecen (el trato).
Estos casos, conocidos y padecidos por muchos, puede llegar hasta el esperpento, y todos conocemos algunos con nombres y apellidos, en el que no sólo se presume de lo positivo, sino hasta de lo negativo, con tal de ser más que nadie, como pueden ser las enfermedades, pues si alguien, por ejemplo, se queja delante de don "Y yo, más" de que tiene molestias gástricas producidas por una úlcera de estómago, le quita importancia, afirmando que eso no es nada y que con dieta y unas pastillas adecuadas se soluciona el problemas, excepto cuando la úlcera la padece "Y yo, más", porque entonces es un problema muy grave que provoca molestias insoportables.
Igualmente, en el colmo del absurdo, la persona afectada por este síndrome del "maximalismo" y aún a costa de "quedarse tuerto para que otro se quede ciego" no para en barras para fastidiar la fiesta, la celebración, la casa nueva, el coche, el nuevo trabajo, la pareja, etc. y cualquier motivo de sana y justa alegría que tenga alguien a su alrededor y en la que participe, quizás porque la única alegría que pueden experimentar semejante espécimen es la de fastidiar a los demás. Si está invitado a una fiesta, recibiendo toda clase de agasajos, amabilidades y atenciones, pondrá pegas al menú exquisito que le han servido con comentarios tipo "¡pero esto qué es?", con cara de desagrado ante el suculento plato de marisco, lubina en salsa o el más exquito entrecot y empezará a presumir del plato aquel que comió en determinada ocasión en su propia casa, para así desmerecer y fastidiar al anfitrión quien duda si ponerlo de patitas en la calle o, simplemente, ignorar semejante salida de tono para evitar estropear más aún la velada como lo ha hecho ya el energúmeno correspondiente que le ha tocado de invitado. Además de poner pegas al menú, al frío o calor, al asiento y un largo etcétera, si ve que con ello no consigue bajar el ánimo a su anfitrión y aguarle la fiesta, que es de lo que se trata, le quemará la mantelería, o manchará la tapicería del sofá adrede, y quitándole importancia cuando "descubre" la mancha, para dejar así el recuerdo imborrable en la casa y en la memoria de los anfitriones que, seguro, se arrepentirán siempre de haberlo sido de semejante impresentable y de la recua que le acompaña, en esa velada que empezó con la alegría propia de una reunión festiva, aderezada con la generosa hospitalidad de la que carecen los muchos "Y yo, más" que pululan por esta sociedad nuestra, en la que van derramando su inquina, su envidia y su frustración por dondequiera que pasan.
No es de extrañar que las escasas amistades, o relaciones familiares, que algún día tuvieron, vayan desapareciendo, paulatina e irreversiblemente, hartas de aguantar los exabruptos, las comparaciones, la prepotencia, la vanidad y, sobre todo, la mala leche del/la fantasmón/a que es siempre todo "Y yo, más", en la que siempre colea la envidia y la más absoluta de las frustraciones. Como tienen un sentido utilitarista de las relaciones, estos individuos no quieren tener amigos, porque no pueden tratar nunca a un ser humano como a un semejante y perder la prepotencia de todo imbécil, sino que buscan esclavos que estén siempre dispuestos a aceptar en dicha relación amo-siervo la evidencia de esa conocida frase de: "Trátame como a un igual, pero sin olvidar que soy un superior", por lo que les gusta que los demás hagan antesala, telefónica o presencial, antes de dignarse hablar con ellos o a recibirlos, al igual que los aleccionan de cuándo a qué hora, qué día y de qué forma tienen que llamar, visitar o simplemente darles los buenos días. Los demás son los obligados a llamar, invitar, interesarse por su salud, escribir cartas, felicitaciones y demás elementos de comunicación humanas, pero sin que eso suponga obligación de que los "Y yo, más", tengan que responder a tales demostraciones de afecto, amistad o simple cortesía, a no ser que convenga mantener la relación para cuando hagan falta, por eso del utilitarismo del que hacen gala. Por ello suelen confundir a los amigos con los enemigos, en esa especie de nebulosa mental en la que se encuentran, por lo que consiguen siempre que los enemigos lo sean aún más y los amigos se conviertan, al menos, en neutrales, cuando no en indiferentes y poniendo todo el espacio que puedan entre ellos. Naturalmente, aplican en su vida de relaciones, aunque sean ficticias por su incapacidad para comenzar y mantener relaciones auténticas, el dicho de "si no puedes tener amigos, cómpralos", de lo que alardean en ocasiones. Son analfabetos emocionales y cuando uno de esos individuos se une a otro en amistad, pareja, o sociedad, la combinación es mortífera para ellos mismos y para los que padecen su presencia. Se alientan mutuamente a cometer mayores villanías, en forma de actos de desconsideración, faltas de respeto, burlas, tomaduras de pelo, cuando no de explotación de la generosidad, el afecto, la amistad o el cariño familiar de quien, por conocerlos, saben que la mejor forma de tratarlos es ignorar sus flechas envenenadas, aunque sólo sea para preservar unos lazos familiares o de afecto que los "Y yo, más" no merecen, aunque esos mismos individuos olvidan que los escasos familiares, amigos, compañeros, etc., que aún mantienen, no les tratan bien y afectivamente por merecimientos propios de los mencionados "Y yo, más", sino por la propia generosidad tolerante de los otros. Pero hasta esos pocos vínculos llegan a perder, en una demostración imbécil de que ni saben cómo son ni la imagen que dan de sí mismos ni, menos aún, llegan a conocer a los demás, confundiendo al ser generoso con ser "primo", en relación con los otros y, por su parte, no comprenden, los "maximalistas" de turno, que su superioridad supuesta es, simplemente, la manifestación de un complejo de inferioridad que no han sabido asumir y, especialmente, de una envidia que no pueden disimular.
Lo peor de todo, es que les enseñan a sus hijos la misma forma neurótica de ir por la vida, mintiendo, utilizando a los demás para sus fines y haciendo chanchullos desde la más tierna infancia, cuando les enseñaban a hacer trampas al parchís "porque lo que importa es ganar", y también a aprovecharse de la generosidad ajena sin hacer preguntas. Si el hijo comete una o muchas faltas se le da la razón en todo momento y si el profesor "les ha cogido manía" y no le aprueba, se le da el mamporrazo al profesor, como demuestran tantas noticias que se producen continuamente de estos hechos, en vez de darle la amonestación, o la bofetada, necesaria al infante que, el pobre, va camino, si no lo es ya, de ser otro depredador humano en busca de víctimas a las que hincarles el diente.
En las tertulias televisivas del corazón, escaparate social que muestra públicamente las grandezas y miserias del ser humano en todo su apogeo, se ve perfectamente retratado, entre otros, a este espécimen de gilipollas. Son aquellos que hablan sólo de supuestas amistades, inexistentes en la realidad, con poderosos, millonarios, famosos y demás personajes que dan lustre con su sola mención. Naturalmente, a los verdaderos amigos, no por ser amistades sinceras sino por reales, esos de toda la vida, del barrio, del colegio, del taller o del prostíbulo, ni los nombran. Presumen de tener un coche de marcas famosas y factura millonaria, pero obviando que es un coche alquilado para "epatar", o que se lo ha regalado el amante, masculino o femenino, de turno y a cambio de sus favores sexuales, o producto del tráfico de estupefacientes.o de la trata de blanca o, en el mejor de los casos, que tienen que prescindir de comer para pagar las letras, si no les han embargado el autómovil antes por impago de las mismas, lo que es muy frecuente en esta tipología de fantasmones.
Famosa es la anécdota de una contertulia televisiva, con cara simiesca, gafas de culo de vaso, bolso cruzado en bandolera, en plan cateto, y en plena decrepitud de su fealdad, que aconsejaba a una señora elegante que tiene fama de tal y de la que había disfrutado la consejera en muchas ocasiones de su generosa hospitalidad "que se vistiera de acuerdo a su edad", sin especificar si la edad a la que se refería la consejera mamarracho y viscosa de envidia era la de la criticada, que aparenta muchos menos de los que tiene, la de la consejera que parece ser su propia madre, de ella misma no de la elegante, o de la edad que tiene la envidia de la hortera que es tan vieja como la Humanidad. Éste es un ejemplo de "Y yo, más", porque en este caso la superioridad de la cateta adefesio, según sus propias palabras, se manifestaba en el consejo sobre la adecuación de la vestimenta a quien podría darle lecciones de buen gusto, elegancia y saber estar y, precisamente, por eso nunca se atrevió a aconsejar a quien, de verdad, le hacía falta una puesta a punto en discreción, respeto y elegancia, por no decir en una clínica de estética para darle un repaso a su maltrecho físico y su decrepitud. Esta variante es la más negativa de "Y yo, más" por ser siempre los más reincidentes en sus ataques verbales contra aquellos que envidian, pero demostrando siempre la propia incapacidad mental para ocultar las bilis que le producen los éxitos, alegrías o simple armonía en las vidas ajenas de las que han carecido siempre. No disfrutan, estos aficionados a sátrapas, con lo que hacen, ni desean nada que no sea como reflejo condicionado de lo que han visto hacer, proyectar, crear o disfrutar a otros. Al no tener personalidad, sólo imitan, pero siempre "a posteriori", lo que han visto hacer a los demás.
Sobre este tema, hay anécdotas como la del pescador que le regalaba al vecino parte de sus presas y, con sorpresa, ve un día como el mencionado vecino le muestra las flamantes cañas de pescar que había adquirido que, casualmente, eran de la misma marca que las del pescador experto y quien, sorprendido, le dice:"¡Caramba! No sabía que te gustara la pesca porque nunca me lo habías comentado. Si quieres podemos quedar un día para ir a pescar juntos". El interpelado le respondió: "No, si yo podría ir a pescar, pero prefiero dejárselo a otros. Solamente te quería enseñar las cañas que he comprado y que son iguales a las tuyas" El pescador se dió cuenta de que, en vez de un vecino compañero de aficiones y gustos, tenía sólo a un imbécil que padecía del síndrome de "Y yo, más".
César González Ruano, el gran maestro de periodistas, contaba con buen humor y demostrando ser un buen conocedor de la envidia como pecado capital, la treta a la que recurría para evitar que, cuando le daban algún premio, homenaje o tenía uno de sus muchos éxitos, sus amigos-enemigos, -los próximos son siempre los más peligrosos-, le dedicaran esos dardos envenenados propios de los frustrados y para ello, en esas ocasiones de éxito, siempre se inventaba alguna enfermedad que procuraba propalar entre sus conocidos, sabiendo que así los envidiosos a ultranza dirían eso de: "¡Pobre, le han dado un premio, pero se está muriendo!" –siempre se aumenta todo lo negativo en los envidiados- y con eso conseguía meses de paz y sosiego y, naturalmente, seguía viviendo en perfecto estado de salud y de tranquilidad de ánimo.
Precisamente, esos denominados "Y yo, más", recurren a esa misma treta pero con intenciones diferentes: si González Ruano lo hacía como escudo protector contra la envidia y para que le dejaran tranquilo; sin embargo, los afectados por el "maximalismo" lo hacen en sentido contrario y para conseguir llamar la atención, ser el centro del universo y obtener los mimos y cuidados que se deparan a cualquier enfermo, además de someter a sus caprichos a quienes les rodean, en una continuada y estratégica mentira que esclaviza a propios y extraños, si éstos tienen la mala suerte de caer en las redes de esos enfermos imaginarios o, si lo están realmente, que exageran sus males para conseguir atenciones y bienes a cambio. Esos son los mismos que, acostumbrados a mentir, sienten una total indiferencia ante el dolor ajeno, el sufrimiento real de unas vidas dolientes y acusan de ser fingidores, histéricos, neuróticos y semejantes lindezas a quienes sufren enfermedades o males reales, porque no puede sentir comprensión ante el dolor ajeno quien sólo se tiene a sí mismo como referente y centro de su pequeño y asfixiante mundo egoísta y calculador, basado en el fingimiento y la mentira. Por ello, esta tipología de sujetos son los que abandonan a sus mayores en las residencias geriátricas y, naturalmente, afirman que lo hacen por el bien de los padres abandonados, sobre todo, si saben que no van a poder cobrar una herencia, bien porque ésta sea inexistente o porque hay otros herederos con quienes compartir. Si alguno de ellos se han dedicado a cuidar al pobre anciano, causante de la herencia, ya se encargarán los "Y yo, más" para acusar a los hijos que han atendido sus obligaciones filiales, peor o mejor pero lo han hecho, de que han "descuidado", "abandonado", o incluso, "matado" de disgustos, mala alimentación o falta de cuidados al padre o madre muerto, en una trasposición de papeles propia de la psicopatología de manual. y para quedar por encima, una vez más, del otro y, además, acallar su propia conciencia, si es que la tienen, proyectando su propia culpabilidad.
Por todo esto, son especialistas en cargarse todas las relaciones, propias y ajenas, y nunca admiten culpabilidad alguna, acusando siempre a los demás de ser los culpables de los conflictos que ellos generan y, especialmente, acusan a quienes los conocen demasiado bien y descubren sus argucias y sus mentiras, además de no dejarse manipular y no querer rendirles pleitesía.
Para terminar y al hilo de lo aquí expuesto, Arturo Pérez-Reverte cuenta en uno de sus artículos periodísticos una anécdota sucedida con el tipo de personas de las que hablo, o sea los fantasmones de "Y yo, más". Le sucedió con un conocido que tenía esas características psicológicas y que siempre le estaba diciendo a Pérez-Reverte que le iba invitar a cenar al mejor restaurante de la ciudad, con sus respectivas acompañantes, invitación que, después de tanta insistencia, el escritor aceptó. Llegaron al restaurante más lujoso de la localidad los cuatro y empezaron a cenar en un ambiente distendido.y cuando llegó el momento de presentarles la factura, el anfitrión, al ver la cantidad a la que ascendía la cuenta, se puso lívido y empezó a farfullar, mascullando: "Bueno, ejem, yo creo que será mejor que paguemos todos a escote". Pérez-Reverte cogió la factura y dijo: "No, hombre, no te preocupes, invito yo. No vamos a dejar que paguen las señoras". El fantasmón dijo, para salvar la honra que nunca tuvo,:"Bueno, la próxima vez invito yo en el mismo restaurante, ¡faltaría más!" . El escritor sonrió levemente, afirmando con la cabeza, mientras pensaba lo que no se atrevió a decir por respeto a las señoras: "No habrá próxima vez, capullo. La próxima, vas a cenar con tu puñetera madre".
Ana Alejandre
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