Rafael
Sánchez Ferlosio
(El País, 19 NOV 1994)
El que, ante un niño que
bajo la sonriente complacencia de unos padres incapaces de imaginar que pueda
molestar a nadie corre por entre las mesas del local, dice: " Lo que ese
niño necesita es un par de hostias bien dadas" está expresando lo que él
necesitaría: poder dárselas. Pertenece a la misma ralea viril que el que, ante
una chica nerviosa o estridente, dice: "Lo que ésa necesita es un buen
polvo" porque le humilla reconocer la vibración que enciende su deseo y
tiene que camuflarla en expresión de afrenta y de desprecio. Estos que saben
remediar al prójimo con hostias y con polvos son los maccro de le bâton et la
carotte, que no aguantan a los demás como sujetos, sino sólo como objetos de
sometimiento y de control.
(Ordalia). Sólo el castigo
pudo hacer unívocas, discontinuas, las nociones del género de "culpa"
o de "pecado". La alternativa de sí o no en que nos las encontramos
sumergidas no tiene un origen en sí mismo lógico, sino pragmático: la violencia
creadora de derecho. Sólo la guerra o la acción ejecutiva, el veredicto de las
armas o de los tribunales, imponen disyuntivas tan tajantes como la de inocente
o culpable o la de tener razón o no tener razón
El rencor consiste en la obstinación
en que cuando ya no es así, siga siendo así, porque una vez ha sido así, una
culpa de hace 50 años se convierte en 50 años de culpa.
(Paisaje). Por el lomo de la
alta pared del huerto coronada con cascotes de botella venía andando esta tarde
un gatito sin cortarse.
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Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado,
19 de noviembre de 1994
Aviso
urgente a los contricantes
Rafadel
Sánchez Ferlosio
(El País, 23 MAY 1993)
Suelo decir que Antonio
Gramsci forma con Rosa Luxembourg la más ilustre pareja de intelectuales que
crió, apenas a tiempo, el comunismo, antes de abominar definitivamente de la
funesta manía de pensar. Pues bien, Gramsci advirtió de que la expresión
"lucha ideológica" era una torpe metáfora que más valía no usar o
que, de usarla, había que hacerlo con toda la precaución de no perder de vista
la decisiva diferencia de que mientras en la lucha física o la guerra era
válido y conducente a la victoria atacar los puntos débiles del adversario, en
la mal llamada lucha ideológica sólo era, en cambio, procedente acometer los
puntos fuertes. El jovencísimo Menéndez y Pelayo de los Heterodoxos (libro en
el que inventó el género que yo llamo "libro infierno", pues van a
parar a él todos los malos, y que fue cultivado por Lucaks con su El asalto a la razón) contraviene la
sabia prescripción gramsciana con sus representaciones musculares del pensar:
"atletas de la escolástica" "potencia intelectual",
"asentar verdades como el puño", "contundente en casi todo lo
que es filosofia pura y monumento de inmenso saber y de labor hercúlea",
"era su erudición la del claustro, encerrada casi en los canceles de la
filosofia, escolástica, pero ¡cómo había templado sus nervios y vigorizado sus
músculos esta dura gimnasia!", "todo lo recorrió y lo trituró,
dejando dondequiera inequívocas muestras de la pujanza de su brazo",
"molió y trituró como cibera a los débiles partidarios que en Sevilla
comenzaba a tener la nueva filosofia ecléctico-sensualista del Genovesi y de
Verney", "en cabeza suya asestó el padre Alvarado golpes certeros y
terribles" (Heterodoxos, VI-3-VII, VI-4.-I y VII-2-V).
El gramsciano rechazo de la
mera noción de lucha ideológica es, a la postre, lo que me pone diametralmente
en contra de los que celebran como un gran adelanto democrático la introducción
de debates electorales en España. Antes por el contrario, lo deploro como una
vuelta de tuerca más al ya bastante avanzado encanallamiento y prostitución de
la palabra.
El debate televisivo es una
perversión sólo capaz de complacer a mentalidades primitivas, casi
paleolíticas, como las del regresivo agonismo norteamericano, que no puede
entender nada de nada como no se le presente en términos de ganador y perdedor.
Y no es que no haya antecedentes europeos: en las disputationes académicas de Salamanca, en los siglos XVI y XVII,
parece ser que los "ergos" se contaban como hoy se cuentan los goles
en el fútbol: "¡Fulano le ha metido diez y nueve ergos a Mengano!".
Estas disputationes universitarias
fueron después, con toda razón, consideradas como la máxima degradación
intelectual