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04 junio 2014

Artículos de Manuel Vázquez Montalbán

Vacíos (,El País, 6 de octubre de 2003)                                   
Manuel Vázquez Montalbán

No hemos valorado lo suficiente la sensación de vacío que nos espera cuando del friso político desaparezcan Pujol, Aznar y muy probablemente Arzalluz. El primero en marcharse es Pujol y con razón se quejan los pujolistas por los muchos elogios que ahora recibe el Honorable, ratificada la costumbre española, y curiosamente también catalana, de elogiar a los muertos y pulverizar a los vivos. Nunca les he votado, pero siempre he dicho que Pujol y González han sido los mejores políticos de la transición. Felipe González tuvo que aprender a gobernar ocupando una administración en buena parte todavía de diseño franquista con escasas experiencias de poder por parte del socialismo español, casi todas vinculadas al período de guerra civil. En cuanto a Pujol, era un conservador-liberal-socialdemócrata a lo sueco mal visto por la derecha sociológica franquista catalana por su condición de torturado, condenado y encarcelado por el franquismo y no bien contemplado por la progresía porque quiso ser banquero.

Recuerdo que Ibáñez Escofet, el gran periodista director de Tele Express, me contaba sus esfuerzos para convencer al Conde de Godó entonces reinante en La Vanguardia,de las cualidades de Pujol: Pero ha estado en la cárcel, le oponía el conde, por algo sería. La derecha catalana apostó por Pujol cuando comprobó que ganaba, que incluso ganaba por mayoría absoluta y la base de la fuerza social del pujolismo fue interclasista, como la del general De Gaulle. Para esas bases, el Honorable interpretó magníficamente un papel a medias inspirado en el humorista Joan Capri y a medias en Charles Laughton, el portentoso e histriónico actor inglés. Ha sido mérito de Pujol, el único indiscutible, que sin perder la vocación soberanista de cualquier nacionalista, ha conservado el oremus y el sentido de la orientación a la estela de la consigna del Rey la noche del tejerazo:Tranquil, Jordi, tranquil.

El vacío de Pujol, el de Aznar y si además se va Arzalluz, esta no es España, que me la han cambiado. O el PNV encuentra un heredero con su misma capacidad de provocación o habrá que asumir el estilo del experimentado ciclista Ibarretxe al que sólo la insensatez de Aznar le permite instarle a que cambie de piñon.


El mal (El País 8 de septiembre de 2003)


En un momento de pesimismo histórico escribí que el bien no existe y el mal probablemente, sí. Tengo hoy menos motivos que ayer para pensar lo contrario y de todas las agresiones intelectuales y emocionales que trasmite el actual desorden internacional, la más lacerante es Palestina. Ese conflicto es una herida expresamente abierta para que nunca cicatrice y sea factor de justificación de tutelajes, crueldades, represiones, genocidios, exterminio sin solución. Ni siquiera prospera el supuesto empeño Bush de explicar un factor de tranquilización que facilitaría la paz palestina. Diseñado primero por el Reino Unido y más tarde por los Estados Unidos, como un estado garita vigilante del lago subterráneo de petróleo de la zona y de todas las teologías de la seguridad condicionadas por la guerra fría, Israel está condenado al papel de centinela terrible, de aterrorizado agente de terror de estado.

La dimisión de Abu Mazen, primer ministro palestino, demuestra que los radicalismos terroristas, el de los movimientos palestinos emancipatorios y el del propio estado de Israel, dominan la lógica de la situación. El poder tampoco vuelve a Arafat. Sería más justo decir que el no poder ha vuelto a Arafat y que la voluntad pacificadora tampoco depende del viejo galápago, sino de una correlación de fuerzas subterráneas que se consideran muy lejos todavía del final de la tragedia. Arafat reclama que Bush obligue a Sharon a cumplir los muy mínimos requisitos mínimo del plan de paz y Sharon responde que la incapacidad del poder palestino para frenar el terrorismo obliga a la réplica brutal y cotidiana del estado de Israel.

Las religiones que nos afectan, consideran esa zona como privilegiado escenario original de sus coartadas redentoristas. Recientemente visité el Santo Sepulcro casi solo, en el inicio de un viaje por Oriente Medio en el que también estuve casi solo en las mejores ruinas, viaje en el que sobre todo noté las ausencias. Es decir, los que no habían viajado porque temen no sólo las bombas, sino también el miedo a comprobar la crueldad de todos los dioses. La tortura y la matanza convertidas en virtudes teologales. Sin permiso siquiera de la ONU.



22 septiembre 2013

Bibliografía y premios de Juan Marsé


BIBLIOGRAFÍA
Juan Marsé, escritor

Encerrados con un solo juguete (1961)
Esta cara de la luna (1962)
Últimas tardes con Teresa (1966)
La oscura historia de la prima Montse (1970)
Si te dicen que caí (1973)
La muchacha de las bragas de oro (1978)
Ronda del Guinardó (1984)
Un día volveré (1982)
Teniente Bravo (1986),
Señoras y señores (1988),
El amante bilingüe (1990)
El embrujo de Shanghai (1993)
Rabos de lagartija (2000)
La gran desilusión (2004)

Relatos:La fuga de río Lobo (Destino, 1985)
Teniente Bravo (Plaza & Janés, 1986)

Artículos periodísticos:
Señoras y señores (Punch, 1975; Tusquets,1987)
Confidencias de un chorizo (Planeta, 1977)

PREMIOS

Premio Biblioteca Breve Seix Barral (1965)
Premio Internacional de Novela "México" (1973)
Premio Planeta (1978)
Premio Ciudad de Barcelona (1985)
Premio Ateneo de Sevilla (1990)
Premio de la Crítica (1994)
Premio Europa de Literatura (Aristeión) (1994)
Premio Sésamo de cuentos (1959)

Premio Juan Rulfo (1997)
Premio Internacional Unión Latina (1998)
Premio de la Critica (1993 y 2000)
Premio Nacional de Narrativa (2001)
Premio Cervantes (2008)

ENLACES

Página oficial de Juan Marsé
http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/marse

Artículo
http://www.el-mundo.es/elmundolibro/2000/08/13/anticuario/965901135.html


Artículo de despedida de Manuel Vázquez Montalbán
http://www.vespito.net/mvm/adios18.html

Artículo de José Carlos Mainer sobre Juan Marsé
www.march.es/cultura/pdf/ensayos/juanmarse.pdf

Simposium internacional Juan Marsé Univ.Barcelona
http://www.ub.es/div5/jmarse/


La isla del libro y el día del tesoro


Juan Marsé
Juan Marsé, escritor


Veo sentada ante mí, en casa, a la joven estudiante de robustas rodillas y nervioso bolígrafo que me visita para anotar en su cuaderno gravísimos datos sobre mis novelas con destino a su tesina; la veo parpadear, confusa, ante mis delgadas respuestas (que no encajan en su vasto y complicado plan de estudios: le digo, por ejemplo, que el Pijoaparte jamás se propuso desenmascarar a la burguesía catalana, sino simplemente enamorar a Teresa), la veo cotejar notas, alterar esquemas, rectificar planteamientos, desorientada, y yo, algo entristecido, me pregunto quién la ha desorientado, cuándo y cómo ha perdido esa muchacha el placer de leer. Afirma que la novela le gustó, pero se nota que no lo pasó bien leyéndola, y lo que es peor, ya no considera importante el pasárselo bien leyendo novelas. Entonces, ¿quién o quiénes le quitaron a esa chica el deseo de disfrutar con un libro, dejándole sólo la obligación de aprender? ¿Aprender qué, además? ¿Sociología, semiótica y semiología, estructuralismo, sentido y forma, relaciones metalingüísticas, perspectiva exógena y estructura interna?

Por un breve instante, horribles fantasmas de posibles tesinas pasadas y futuras desfilan por mi mente con extravagantes títulos: El significado de los toros y de la humilde patata en la poesía de Miguel Hernández -Estructura, calor y sabor de las magdalenas en la obra de Proust - El Pijoaparte hijo natural semiótico de Henry James, con permiso de Félix de Azúa - Los silencios de Moby Dick y su relación metalingüística con la pata de palo de John Silver y con el mezcal y los barrancos de la prosa deMalcolm Lowry - Madame Flaubert soy yo, dijo Federico García Lorca.

¡Maldición, estamos rodeados! Así es imposible leer, hay que saber demasiadas cosas, hay que amueblar la mente de bidets teóricos, hay que ser experto en demasiadas chorradas -le digo a la desilusionada estudiante de graves rodillas y afanoso bolígrafo. Se han empeñado ellos, los malditos tambores de las cátedras y de los institutos, los avinagrados columnistas de diarios de provincias, los rastreadores de estilos y figuras de la alfombra, los rebuznos de la crítica trascendente y los cuarenta años de incultura franquista, en convertir la lectura de un libro en cualquier cosa menos en un placer, un acto libre y espontáneo, una aventura personal con la imaginación. ¿Quieres un consejo? Tira por la borda ese cuaderno y ese bolígrafo y ponte a leer, sobre estas rodillas sojuzgadas de estudiante aplicada, y con ojos infantiles a ser posible, renovada la capacidad de asombro, el sentido de la vida y la imaginación penetrante, otra vez, "La isla del tesoro". Callarán los bobos tambores eruditos y recobrarás el tesoro de leer.

[Publicado por primera vez en "El Periódico", 22/4/79]

PARABELLUM
Por Juan Marsé

Agazapado sobre la mesa escritorio, Luys Ros empuñó la suntuosa y pesada estilográfica y la suspendió unos segundos sobre el folio veinte.
-¿Tú qué opinas, Mao? -dijo alegremente- ¿Lo hago?
El enorme bulldog, de un lustroso color avellana, abandonó la alfombra donde yacía y salió del estudio sin dignarse mirar a su amo. Poco después, cuando Luys Ros introduce la primera falacia en la redacción de sus memorias, apenas considera el hecho como una simple licencia poética, un personal ajuste de cuentas con el pasado que no cesa de importunar. Pero ese detalle trivial, la alteración de la fecha en que dejó de usar el fino y bien recortado bigote (1957, que tachó con la pluma para anotar 1942) provocaría en el texto una reacción en cadena de imprevisibles consecuencias. Encerrado en su retiro de la playa, en esta casa donde aprendía a aceptar con indiferencia su soledad, la muerte repentina de su mujer y el desprecio de sus hijos, empezó a torturar los folios mecanografiados mediante tachaduras y notas al margen. Arrepentirse de algo es modificar el pasado, pensó. Podría encabezar el capítulo sexto como epígrafe.
O bien invocar a M.: ni el pasado ha muerto, ni está el mañana ni el ayer escrito. Tres injertos ficticios en el tronco biográfico de la posguerra y nacerán las ramas que han de protegerte de cualquier acusación: ya en el año cuarenta y dos flaqueaba tu fidelidad a la ideología que te convocó en el treinta y seis: quedaría demostrado. Concibió la posible escena con Olvido, poco antes de la boda, soleada primavera en el recuerdo. Entre los utopistas de la victoria, yo era entonces uno más. Olvido: sus andares de novia en el Paseo de Gracia, el vuelo airoso de su falda estampada, el dorado vello de sus brazos. Salón Rosa. Aquí.
Luys Ros consultó unas notas de su diario. 28?10?42: Hoy envío a P. L. E. un poema para Escorial. He hablado por teléfono con L. F. V. y me confirma su asistencia a la boda. Aperitivo con Juan Antonio y Maribel en La Puñalada. Por la tarde, piernas cruzadas de Olvido en el Salón Rosa. Sus rodillas con polvo de reclinatorio, su indiferencia ante la lista de boda. D. R. regresó de Rusia. Aquí, eso es. Confesarle a Olvido tu decisión irrevocable de renuncia. Alegre muchacha de la Sección Femenina, en cuya Oficina de prensa trabajaba entonces, se llevaría un disgusto de muerte, eres alta y delgada, una terrible decepción. Su militancia tenaz, tan femenina. Tenía que ser la primera en saberlo, mañana en su casa. Pero al día siguiente, al entrar en aquel piso del Ensanche, el olor a medicinas, la palidez y la angustia de su madre, el silencio grave en el dormitorio, describir el ambiente: Olvido en la cama, demacrada. bellísima, el primer síntoma alarmante de una extraña enfermedad (por cierto, pensó mientras perfilaba la falsa escena, en esa época o poco después sufrió realmente un desvanecimiento, su madre lo recordaría si aún viviera. O sea: perfecto, encaja).
La conversación privada con el anciano médico de la familia, Goday creo que se llamaba (fallecido también, por fortuna) describir los síntomas, asesorarme con un médico: seguramente intensos dolores en pecho y brazos, parálisis parcial, etcétera. Quizá más verosímil la diabetes, tal vez leucemia, insuficiencia renal. O mejor una enfermedad cardíaca, una antigua lesión de la infancia a la que no se había dado importancia y se había reproducido, y que Olvido soportaría toda su vida con entereza ejemplar, en secreto. Sólo él lo sabría, su marido. Sembrar el texto de las memorias con los síntomas, desde ese día hasta su muerte: mareos, vómitos, palpitaciones. Hacerlo creíble, normal. Asesorarme con discreción. Pulir el estilo, maestro. Ni énfasis ni preciosismo...
A través de la ventana abierta, le llegó a Luys Ros el bullicio de los bañistas en la playa. La doble hilera de toldos listados, en los que predominaba el color fucsia, se extendía sobre la arena. Sí, evitar la retórica litúrgica, el entrañable estilo tan celebrado ayer y que hoy hace tronchar de risa a mis hijos y a Mariana, malditos hijos de la paz. Luys Ros arrugó el ceño sobre la nota al margen y dejó la pluma. Este injerto, destinado al capítulo cuarto y, pendiente de ulteriores precisiones de tipo médico, concluía con su decisión de postergar la ruptura con la Falange y con el Régimen hasta que Olvido superase la "grave enfermedad".