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20 noviembre 2006

Apuntes biográficos


Jean Paul Sartre

Nació en París, el 21 de junio de 1905, donde cursó estudios en la Escuela Normal Superior de su ciudad natal y, después, en la Universidad de Friburgo (Suiza) y en el Instituto Francés de Berlín (Alemania). Más tarde, fue profesor de Filosofía en varios liceos desde 1929 hasta el comienzo de la II Guerra Mundial, que fue cuando se incorporó al Ejército.

Fue hecho prisionero por los alemanes, desde 1940 hasta 1941, año en el que fue puesto en libertad. Más adelante dio clases en Neuilly (Francia) y, posteriormente, en París, en donde colaboró con la Resistencia francesa. Las autoridades alemanas, que ignoraban sus actividades clandestinas, admitieron la puesta en escena de su obra de teatro antiautoritaria Las moscas (1943) y, más tarde, también permitieron la publicación del más famoso título de su trabajo filosófico El ser y la nada (1943).

En1945 decidió abandonar su actividad docente y fundó, entre otros, con Simone de Beauvoir, escritora e intelectual de gran resonancia con la que mantuvo una larga relación que duró varias décadas y que es el eje central de la biografía más arriba comentada-, Les Temps Modernes, revista política y literaria de la que fue editor jefe. Su fama de socialista independiente, sobre todo a partir de 1947, le vino dada por su constante crítica tanto contra la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como contra Estados Unidos, durante los años de la Guerra fría.

En casi todos sus escritos de la década de 1950 aparecen reflejadas cuestiones políticas, con especial hincapié en sus denuncias de la actitud represora y violenta del Ejército francés en Argelia. Pro ese motivo, y a pesar de ser llamado reiteradamente a la actividad política de tendencias marxistas, Sartre nunca se afilió al Partido Comunista Francés, y pudo así conservar su independencia de juicio para criticar apasionada y reiteradamente las intervenciones militares soviéticas en Hungría (1956) y en Checoslovaquia (1968).

En 1964, rechazó el Premio Nobel de Literatura que le fue concedido, y adujo para tal negativa que su aceptación comprometería su libertad e independencia como escritor.

El 15 de abril de 1980, falleció en París este personaje influyente en las corrientes intelectuales y literarias de su época y cuya resonancia llega y perdura hasta el presente.


Ana Alejandre
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Cuentíssimos


Doble identidad


El trabajo era apasionante para ella aunque le restaba horas de sueño y de descanso, pero merecía la pena cuando veía el trabajo bien hecho y los resultados se palpaban en la excelente acogida que los lectores deparaban a sus reportajes, artículos y entrevistas. Era suficiente satisfacción al ver, en letra impresa, los resultados de aquella minuciosa investigación realizada la primavera pasada, cuando le avisaron que tenía dos meses para terminar de compilar la información y redactar el reportaje que tanto interesaba al periódico que se lo había encargado, un semestre tras. Recordaba los viajes cortos e intensos en el tiempo durante esos dos meses y en la larga distancia recorrida, por la multiplicidad de viajes rápidos en duración, para realizar los contactos que le aportarían los últimos y definitivos datos, los mismos que vertebrarían el reportaje que, con las pruebas y documentos necesarios y aportados, validarían la información ofrecida ante el asombro y la expectación de los lectores.

Allí veía en la pantalla del ordenador todos los nombres, cifras, fechas y lugares que describían, con la frialdad aséptica de un informe y la pasión y vehemencia de una realidad vivida y contrastada, la que, una vez descubierta públicamente, convulsionaría la opinión pública al destaparse aquel asunto escandaloso en el que se verían implicados nombres e instituciones, descubriendo una red de corrupción que haría tambalear a los cimientos de la propia Administración, desvelando una de sus muchas facetas ocultas para el público en general.

Había merecido la pena todo el esfuerzo y los años en los que tuvo que soportar situaciones insostenibles para poder estar en primera línea y vivir de forma personal y cercana una realidad que, vergonzosa, pondría de manifiesto aquel reportaje y las pruebas conseguidas a fuerza de paciencia, tesón y aguante ante unos hechos que no eran más que la evidencia de que algo olía a podredumbre en los círculos oficiales. Acababa de leer las galeradas, con las fotografías tomadas con cámara oculta, los documentos manuscritos y los testimonios de quienes, por miedo, preferían permanecer en el anonimato por temor a las represalias.

Por eso, era preferible segur como una corresponsal, anónima y desconocida, en un ambiente en el que era una pieza más del engranaje oficial, sin ninguna relación aparente, a no ser casual y anecdótica, con los medios de comunicación, entre los que se contaban las más importantes cadenas de televisión y los periódicos más influyentes. Sólo de esa forma, trabajando en el anonimato, podía vivir in situ las situaciones y los hechos objetos de investigación, con la cercanía y la implicación que permitía conocer, en sus más ocultos entresijos, el tema o cuestión objeto de investigación. En el fondo, ese trabajo apasionante era similar al que realizaba la policía en ambientes de la delincuencia, en los que se infiltraban los agentes como alguien también al margen de la Ley, para conseguir la obtención de datos que condujeran a la detención de los culpables de unos determinados hechos delictivos.

Ahora había llegado el momento de desenmascarar determinadas situaciones que se repetían, con demasiada frecuencia en los últimos años, en otros lugares con la misma organización jerárquica.

Apagó el ordenador, cerrándose la visión de aquellas páginas que muy pronto verían la luz, la misma luz que haría resaltar la verdad sobre unos hechos vergonzosos. Sólo tenía que darle el visto bueno a la redacción para que el reportaje siguiera su curso y saliera publicado cuando los responsables del periódico consideraran oportuno a sus diferentes programaciones.

Eso sí, como siempre en casos anteriores, el trabajo investigado y redactado por ella saldría a la luz con un nombre masculino, muy conocido y respetado, borrando toda referencia a su verdadera identidad: la de una corresponsal comprometida y experimentada que, en el anonimato de su verdadera identidad para los lectores y para quienes la conocían en los ambientes en los que realizaba las investigaciones para la realización de los reportajes encomendados, podía así vivir una doble vida; pero siempre al servicio de la verdad y el descubrimiento de unos hechos que la opinión pública tenía el derecho de conocer y juzgar.

Miró la pantalla negra en la que había desparecido todo rostro de claridad y sonrió porque, en contraste y como metáfora, sabía que ahora sí que se haría la luz sobre una verdad y unos hechos que había vivido en primera persona y de los que podía dar fe, datos, pruebas y testimonio de testigos de esa verdad irrefutable, aunque uno de dichos testigos fuera quien había redactado el texto; pero siempre oculta bajo aquella doble identidad que la protegía con su falsedad, en una extraña paradoja, de quienes temían que la verdad fuera descubierta porque con ella sería revelada su propia vileza,


Ana Alejandre


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