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20 noviembre 2006

Cuentíssimos


Doble identidad


El trabajo era apasionante para ella aunque le restaba horas de sueño y de descanso, pero merecía la pena cuando veía el trabajo bien hecho y los resultados se palpaban en la excelente acogida que los lectores deparaban a sus reportajes, artículos y entrevistas. Era suficiente satisfacción al ver, en letra impresa, los resultados de aquella minuciosa investigación realizada la primavera pasada, cuando le avisaron que tenía dos meses para terminar de compilar la información y redactar el reportaje que tanto interesaba al periódico que se lo había encargado, un semestre tras. Recordaba los viajes cortos e intensos en el tiempo durante esos dos meses y en la larga distancia recorrida, por la multiplicidad de viajes rápidos en duración, para realizar los contactos que le aportarían los últimos y definitivos datos, los mismos que vertebrarían el reportaje que, con las pruebas y documentos necesarios y aportados, validarían la información ofrecida ante el asombro y la expectación de los lectores.

Allí veía en la pantalla del ordenador todos los nombres, cifras, fechas y lugares que describían, con la frialdad aséptica de un informe y la pasión y vehemencia de una realidad vivida y contrastada, la que, una vez descubierta públicamente, convulsionaría la opinión pública al destaparse aquel asunto escandaloso en el que se verían implicados nombres e instituciones, descubriendo una red de corrupción que haría tambalear a los cimientos de la propia Administración, desvelando una de sus muchas facetas ocultas para el público en general.

Había merecido la pena todo el esfuerzo y los años en los que tuvo que soportar situaciones insostenibles para poder estar en primera línea y vivir de forma personal y cercana una realidad que, vergonzosa, pondría de manifiesto aquel reportaje y las pruebas conseguidas a fuerza de paciencia, tesón y aguante ante unos hechos que no eran más que la evidencia de que algo olía a podredumbre en los círculos oficiales. Acababa de leer las galeradas, con las fotografías tomadas con cámara oculta, los documentos manuscritos y los testimonios de quienes, por miedo, preferían permanecer en el anonimato por temor a las represalias.

Por eso, era preferible segur como una corresponsal, anónima y desconocida, en un ambiente en el que era una pieza más del engranaje oficial, sin ninguna relación aparente, a no ser casual y anecdótica, con los medios de comunicación, entre los que se contaban las más importantes cadenas de televisión y los periódicos más influyentes. Sólo de esa forma, trabajando en el anonimato, podía vivir in situ las situaciones y los hechos objetos de investigación, con la cercanía y la implicación que permitía conocer, en sus más ocultos entresijos, el tema o cuestión objeto de investigación. En el fondo, ese trabajo apasionante era similar al que realizaba la policía en ambientes de la delincuencia, en los que se infiltraban los agentes como alguien también al margen de la Ley, para conseguir la obtención de datos que condujeran a la detención de los culpables de unos determinados hechos delictivos.

Ahora había llegado el momento de desenmascarar determinadas situaciones que se repetían, con demasiada frecuencia en los últimos años, en otros lugares con la misma organización jerárquica.

Apagó el ordenador, cerrándose la visión de aquellas páginas que muy pronto verían la luz, la misma luz que haría resaltar la verdad sobre unos hechos vergonzosos. Sólo tenía que darle el visto bueno a la redacción para que el reportaje siguiera su curso y saliera publicado cuando los responsables del periódico consideraran oportuno a sus diferentes programaciones.

Eso sí, como siempre en casos anteriores, el trabajo investigado y redactado por ella saldría a la luz con un nombre masculino, muy conocido y respetado, borrando toda referencia a su verdadera identidad: la de una corresponsal comprometida y experimentada que, en el anonimato de su verdadera identidad para los lectores y para quienes la conocían en los ambientes en los que realizaba las investigaciones para la realización de los reportajes encomendados, podía así vivir una doble vida; pero siempre al servicio de la verdad y el descubrimiento de unos hechos que la opinión pública tenía el derecho de conocer y juzgar.

Miró la pantalla negra en la que había desparecido todo rostro de claridad y sonrió porque, en contraste y como metáfora, sabía que ahora sí que se haría la luz sobre una verdad y unos hechos que había vivido en primera persona y de los que podía dar fe, datos, pruebas y testimonio de testigos de esa verdad irrefutable, aunque uno de dichos testigos fuera quien había redactado el texto; pero siempre oculta bajo aquella doble identidad que la protegía con su falsedad, en una extraña paradoja, de quienes temían que la verdad fuera descubierta porque con ella sería revelada su propia vileza,


Ana Alejandre


© copyright 2006. Todos los derechos reservados.

Retratos ejemplares


Retratos Ejemplares
(ejemplos para no imitar)


El gilipollas

Es un espécimen muy abundante en la fauna ibérica de ambos sexos, en todos los ambientes laborales, académicos, sociales y políticos. La naturaleza de tal no le viene dada por una dificultad o minusvalía psíquica que le impida realizar las funciones intelectuales, ni disminuye su capacidad volitiva, en cuanto a que es capaz de plantearse un objetivo y orientar sus acciones a la consecución del mismo; sino que la naturaleza de gilipollas le viene dada en que no advierte nunca que sus medios son desmedidos, inadecuados, inoportunos o absurdos para conseguir sus fines, quedando, por ello, muchas veces, al descubierto su propia gilipollez, sin ninguna atenuante que lo justifique.

Siempre, se distingue a este ejemplar de la estupidez humana en que son aquellos que tienen la solución para todos los problemas, aunque no tenga ni una lejana idea de cuál es el problema que intenta resolver. No admite jamás no saber nada de un tema o asunto concreto y siempre alardea que sus sistemas de actuación y/o despiste ante los demás son infalibles, quedando, por ello, en multitud de ocasiones, en el más absoluto de los ridículos. Su fatuidad y sentido de la propia importancia, que sólo él sabe en qué radica, le convierte en el típico fantasmón al que todo le parece posible alcanzar por su aguda inteligencia, sobre todo en aquellas cuestiones en donde han fracasado otros anteriormente. Naturalmente, nunca admite un no de nadie ante sus deseos o expectativas, a las que sólo él considera legítimas, exigibles y, por ello, alcanzables, aunque para ello tenga que utilizar todo un arsenal de argucias, pretextos, métodos de acoso, engaños, o salidas de tono, sin olvidar en su actuación ninguna graduación de la memez y la más absoluta falta de juicio y autocrítica.

Cuando algo o alguien le niega algo, por lo que no puede alcanzar algún objetivo, su empeño en conseguirlo se multiplica porque no hay nada que le aumente más su deseo que la negativa u obstáculo para alcanzarlo. Por ello, no admite nunca un no, y se convierte, el sujeto activo de la negativa, en blanco de sus intentos continuados de acoso y derribo de la oposición manifestada, ya que el juicio inapelable del gilipollas tiene que primar sobre cualquier razón expuesta por quien no quiere cumplir los deseos o mandatos de este ejemplar de la intolerencia y la imbecilidad combinadas.

Su razonamiento, al igual que su lenguaje, es confuso, enrevesado, envolvente como una cortina de humo, para que el oponente no puede comprender qué es lo que le dice, quiere o, simplemente, expresa este mentecato en ejercicio y, por lo tanto, quede confundido su interlocutor y no pueda articular palabra o coordinar sus ideas. Ese deseo implícito de confundir es el que siempre alerta a su oponente de que algo trama en el laberinto de sus ideas tan confusas y enredadas como su lenguaje.
Sin embargo, este espécimen no es tonto, en el sentido exacto de la palabra, sino un "listo" que se pasa muchas veces de ídem y, por ello, no advierte el peligro que se puede ocultar detrás de la actitud paciente y, supuestamente, crédula de su interlocutor, la que, para este ejemplar de gilipollas, sólo es la muestra más evidente de que está en la inopia y es completamente inofensivo, además de ignorante de sus maquiavélicas intenciones. Por ello, es muy proclive a intentar que los demás, en el trabajo, en clase, en la familia o entre los amigos, le saquen "las castañas del fuego" los supuestos engañados por su verborrea confusa y diarréica, cuando les cuenta "el cuento de la buena pipa", con secreto regocijo al creer que el otro se lo ha tragado y que sólo le falta esperar para conseguir los frutos de su ingenio en forma de trabajo hecho por quien no le corresponde realizarlo, chuletas salvadoras de un examen conseguida a través del compañero "primo", excusa ante una situación embarazosa que le proporciona el pariente "panoli", o la situación ventajosa y abusiva obtenida de un amigo que se ha tragado el cuento chino de turno.

Este ejemplar, muy corriente en la sociedad de ahora y siempre, no ve nada más que aquello que le permite su egolatría, su vanidad y su propio egoísmo de gilipollas convicto y confeso. Por ese motivo, no es raro que meta la pata, una, dos, cien y mil veces, creyendo lo muy acertado de sus decisiones, de sus juicios de valor –más bien de desvalorización de todo y de todos, porque nadie está a su altura ni nada merece la pena ser tomado en consideración por este ejemplar de la imbecilidad activa-, y cuando se da cuenta de lo inapropiado de sus acciones y de sus palabras, ya es demasiado tarde, o demasiado pronto, porque la inoportunidad es una de sus características más acusadas, y es entonces cuando se da cuenta de que, desde el primer momento, el oponente a sus deseos, caprichos, o supuestos derechos, le ha tomado la medida y le ha puesto en cuarentena a él y a sus inefables ideas, tretas y manipulaciones, además de colocarle, definitiva e irrevocablemente, el cartel calificador en el que se puede leer una sola palabra que le abarca, define y califica, global y certeramente, y que no es otra que la de "gilipollas".


Ana Alejandre

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06 noviembre 2006

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