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15 abril 2006

Aforismos


Aforismos insolentes



El hombre no es una animal bípedo, afirma a el pesimista misógino, sino que es solo un animal, a secas.

Dicen que el amor es eterno para los amantes, duda el cínico; pero no hay ninguno que viva tanto tiempo para que pueda comprobarlo.

Cada ser humano se siente único y especial; pero siempre se irrita cada vez que le llaman “raro”.

La mujer hermosa se queja de que todos la alaben sólo por su belleza; pero no soporta a quien pone en duda o ignora su atractivo.

El hombre y la mujer se atraen por sentirse distintos; se enamoran por descubrir coincidencias y se acaban odiando cuando comprenden que son iguales.

No existe mayor desgracia que creer que los otros son más felices.

El hombre es superior a la mujer, afirma el machista; pero la mujer lleva miles de años esperando que se lo demuestre.

Cuando se envía una postal desde un lugar exótico, no se hace por nostalgia de quien la recibe, sino para que compruebe el destinatario que el remitente “si está allí”.

Muchas veces, dos que se odian se unen contra un tercero al que consideran más fuerte, inteligente o superior.

La mordacidad ajena nunca tiene límites para ridiculizar o criticar los propios defectos cuando se ven reflejados en los demás.

El perdedor siempre es culpable de su derrota, a vista de otros; pero el ganador nunca es merecedor de su victoria, según opinión de los perdedores.


El hombre y el mono parecen proceder de un tronco común; la única diferencia visible, a juicio de los pesimistas, es que los monos aún siguen prefiriendo vivir en las ramas.

Ana Alejandre

© Copyright 2006. todos los derechos reservados.


Anecdotario - Libros preferidos


Libros preferidos

Cada semana se incluirá una anécdota protagonizada por algún escritor o personaje ilustre del mundo cultural.


Esta vez he elegido a Gikbert Keith Chesterton (1874-1936) como protagonista de esta anécdota que versa sobre los libros preferidos por los lectores:

Cierta revista literaria de Londres realizó una encuesta entre sus lectores sobre cuál era el libro favorito de cada uno. Lo hizo en los siguientes términos para que fuera más concreta la respuesta de sus lectores:

"Si usted fuera un naúfrago en una lejana y desierta isla y pudiera solicitar un único libro para entretenerse, ¿qué título escogería? "

Rápidamente los lectores enviaron múltiples y variadas respuestas que abarcaban un amplio espectro de géneros y épocas: desde la Biblia, hasta las tragedias griegas; desde Shaskepeare hasta libros de filosofía, poesía, etc.

Pero esa misma pregunta se la hicieron los redactores de la mencionada publicación a algunos escritores, entre los cuales se encontraba Chesterton, quien respondió con gran presteza y de forma convencida y tajante:

-Pues nada me haría más feliz que un libro titulado “Manual para la construcción de lanchas”.

Como es lógico, las preferencias sobre lecturas depende del estado de ánimo, de la ocasión y, sobre todo, de la necesidad, gustos aparte.
La ironía de esta anécdota es que Chesterton vivió durante muchos años en una remota isla del Pacífico, cercana a Samoa, llamada la isla del Coco y, parece ser, según alguna teoría recientemente publicada, que fue a la busca de un tesoro...
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Al filo de los Días - Huída en Semana Santa


Huída en Semana Santa

El éxodo masivo comenzó el miércoles de ceniza como preludio de la gran escapada que protagonizan millones de vehículos y sus correspondientes pasajeros durante toda la Semana Santa, huyendo de sus ciudades, de sus vidas y de sus problemas, con el engaño fácil de que, allí donde puedan llegar, les estarán esperando la diversión, el olvido y el descanso de tanto estrés que tienen acumulado después de muchos meses de vivir en ciudades ruidosas por demasiado pobladas, y en las que el descanso, la tranquilidad y la paz de espíritu les están negadas por la propia dinámica que el progreso y la llamada calidad de vida han impuesto en contraprestación a tanto bienestar ficticio, fruto de la técnica, que ha posibilitado tener más tiempo libre, más esperanza de vida y un mayor confort que ha proporcionado al ser humano, en una parábola cínica, la posibilidad, por ello, de tener que preocuparse más en qué utilizar su tiempo libre que cada vez es mayor --a la vez que siente que ese mismo tiempo se le escapa de las manos en una huida vertiginosa, en una curiosa paradoja, que aumenta al ritmo de la velocidad en la que la sociedad actual va instalada, fruto de sus propias contradicciones internas--, que de la propia subsistencia como era el caso de generaciones anteriores.

Ese mismo progreso le ofrece, al mismo tiempo que las comodidades innatas a toda sociedad del bienestar, un mayor número de horas, días, semanas e incluso meses de ocio, posibilidad ésta que años atrás era impensable para el mayor de los optimistas, convirtiéndose así estos macropuentes, fines de semanas –cincuenta y dos al año- y vacaciones de verano, Navidad y fiestas locales, provinciales y autonómicas, en una trampa mortal en la que caer, al verse despojados de sus obligaciones cotidianas laborales o académicas, sin otro asidero para la propia angustia, la soledad interior y la insatisfacción propias de todo ser humano, eligiendo como escapada de ese encuentro consigo mismo que todos rehuyen a esos viajes obligados por el deseo, o necesidad, de una huída hacia delante que saben que no les llevará a ninguna parte, siempre en dirección a un lugar conocido o no, porque eso les da lo mismo, pero diferente, distinto al que viven el resto del año, como si el hecho mismo de cambiar de lugar los despojara de su propia identidad, de sus problemas, de sus angustias existenciales y de su propia soledad.

Esta huída masiva se cobra su tributo sangriento, dejando un balance de más de un centenar de muertos cada Semana Santa, número que se multiplica varias veces en cuanto a heridos que quedan con terribles secuelas de por vida y familias destrozadas; pero, sin embargo, nadie piensa que ese año, en ese puente de Semana Santa, o en cualquier otro desplazamiento vacacional o de fin de semana, pueda corresponderle el terrible número premiado de ser la siguiente víctima –-ésa es la idea que ha querido utilizar la Dirección General de Tráfico para alertar a los conductores sobre los peligros que le aguardan al volante-- , por ser el ser humano ciego ante lo que no desea ver o lo que no puede comprender: que toda huida exterior en el espacio físico temporal no es más que una entelequia, si de lo que se huye es de la propia desolación interior, porque hay un lugar del que nunca se puede huir por lejos que se llegue y no es otro que el propio territorio personal e íntimo del que siempre somos prisioneros.
Ana Alejandre
© Copyright 2006. Todos los derechos reservados.

14 abril 2006

Anecdotario - Libros preferidos

Libros preferidos

Cada semana se incluirá una anécdota protagonizada por algún escritor o personaje ilustre del mundo cultural.



Esta vez he elegido a Gikbert Keith Chesterton (1874-1936) como protagonista de esta anécdota que versa sobre los libros preferidos por los lectores:

Cierta revista literaria de Londres realizó una encuesta entre sus lectores sobre cuál era el libro favorito de cada uno. Lo hizo en los siguientes términos para que fuera más concreta la respuesta de sus lectores:

"¿Si usted fuera un naúfrago en una lejana y desierta isla y pudiera solicitar un único libro para entretenerse, ¿qué título escogería? "

Rápidamente los lectores enviaron múltiples y variadas respuestas que abarcaban un amplio espectro de géneros y épocas: desde la Biblia, hasta las tragedias griegas; desde Shaskepeare hasta libros de filosofía, poesía, etc.

Pero esa misma pregunta se la hicieron los redactores de la mencionada publicación a algunos escritores, entre los cuales se encontraba Chesterton, quien respondió con gran presteza y de forma convencida y tajante:

-Pues nada me haría más feliz que un libro titulado “Manual para la construcción de lanchas”.

Como es lógico, las preferencias sobre lecturas depende del estado de ánimo, de la ocasión y, sobre todo, de la necesidad, gustos aparte.
La ironía de esta anécdota es que Chesterton vivió durante muchos años en una remota isla del Pacífico, cercana a Samoa, llamada la isla del Coco y, parece ser, según alguna teoría recientemente publicada, que fue a la busca de un tesoro...



Ana Alejandre

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