En relación con los aficionados a las bromas y a dejar a los demás en ridículo, casi siempre públicamente, a continuación se exponen varias anécdotas sobre aquellos que se creen gracioso, sin serlo, y ocurrentes o divertidos, siendo únicamente unos inoportunos mentecatos y que terminan recibiendo la misma broma en público, pero hecha con más talento:
En cierta ocasión el rey español Felipe IV (1605-1665) le pidió al escritor Francico de Quevedo (1580-1645)que le improvisara una cuarteta.
-Dadme pie, señor -le dijo Quevedo.
El rey, creyendo hacer una gracia, le alargó una pierna; pero el escritor que tenía fama de respuestas rápidas e ingeniosas, en vez de darse por ofendido, improvisó la cuarteta que el monarca le había pedido de la siguiente forma:
En semejante postura,
dais a comprender, señor
que yo soy el herrador
y vos, la cabalgadura.
El rey de Prusia, Federico II el Grande (1712-1786) admiraba al escritor francés Voltaire (1694-1778) y por ello, le hacía blanco de sus bromas hirientes. En cierta ocasión en que el rey había invitado al filósofo a cenar, dejó sobre su plato un tarjeta que decía:"Voltaire es el primero de los asnos. Federico II".
Voltaire, al encontrar la nota, respondió a la broma con otra, simplemente leyéndola de forma ingeniosa y punzante :"Voltaire es el primero de los asnos. Federico, el segundo".
Cierto día se encontraron en la calle el poeta ingles, Lord Byron (1788-1824) y la condesa de Devonshire, también escritora. Ella saludó al poeta, de forma un tanto inconveniente, al preguntarle, sabiendo que era cojo:
-¿Cómo andais hoy, milord?
-Señora, ando como véis vos, muy mal -respondio con sorna el escritor a la aristócrata que era bizca, a su vez.
El escritor y poeta inglés, Charles Lamb (1775-1834) era un hombre de notable cultura que se le apreciaba por la gran facilidad que tenía para conferenciar sobre diversos temas, por complicados que fueran, pero siempre conseguía hacerlos amenos para la audiencia, aunque sin renunciar a utilizar, cuando hiciere falta, las burlas y sarcasmos pertinentes. Un día que iba a comenzar una de sus conferencia y antes de empezar se entretenía ordenando los folios escritos para tal fin, alguien, desde el fondo del auditorio, comenzó a silbar de forma estridente e impaciente. Dicha insolencia, ante el silencio del resto de los asistentes, se ponía más en evidencia y Lamb, sin aparentar inmutarse, se dirigió hacia el borde del estrado en el que estaba y dirigiéndose a los asistentes dijo con calma:
- Tan sólo silban los gansos, las serpientes y los tontos... Que se levante el silbador para que podamos identificarlo.
El político español Gil Robles (1898-1980) mientras pronunciaba un discurso en el Congreso, en 1934, protagonizó la siguiente anécdota cuando, desde lo más alto del hemiciclo, alguien le grito con sorna:
- ¡Su Señoría es de los que todavía llevan calzoncillos de seda!
Una vez que callaron las risas y la chufla generalizada, Gil Robles, sin perder la compostura, replicó:
- No sabía que la esposa de Su Señoría fuera tan indiscreta -lo que volvió a despertar la hilaridad de todos y el sofocón del burlador burlado.
Ana Alejandre