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29 mayo 2006

Al filo de los días - Esperando a Caronte

Este blog se actualizará los días
1 y 15 de cada mes.



Los telediarios, los programas llamados del corazón y hasta las tertulias televisivas de estilo indefinido y tertulianos aún más indefinibles, no hacen otra cosa que hablar sobre el estado crítico de determinada estrella de la canción, aquejada de una mortal e irreversible enfermedad. Se hacen todo tipo de comentarios y de conjeturas, incluso se lanza al aire, ante el estupor de unos, la incredulidad de otros y la creencia dolorida de algunos, de que el fallecimiento se ha producido hace horas, aunque se desmiente después tan agorera y terrible afirmación.

Los espectadores del rectángulo parpadeante asistimos atónitos al desfile de personajes y personajillos ávidos por dar las mejores y últimas noticias, arrebatándose unos a otros el siniestro privilegio de ser el portavoz del final anunciado, y secretamente deseado por las ganancias que conlleva la triste noticia, y la que le proporcionaría al primer vocero el ansiado, aunque dudoso, protagonismo; al igual que toda ave carroñera espera desde el altozano la culminación de la lenta agonía de su futura presa. Todo es cuestión de paciencia y tiempo, porque unos y otros saben que ya no hay escapatoria para el ser agonizante y doliente, a ratos, y en otros sumido en la más absoluta inconsciencia que le hace olvidar su propia agonía, su inminente fallecimiento que todos esperan y al que parecen conjurar vistiéndose de negro con anticipada previsión que le pondría los pelos de punta a la moribunda si pudiera darse cuenta de ello, y por eso esperan la culminación necesaria de un lento, agónico, y terrible proceso al que sólo puede culminar la muerte y sus siniestras labores.

Todos los que la velan, de cerca o a distancia, unos, los menos, unidos por el amor, sobre todo el hombre que ha sabido mantener la dignidad y la cordura en todo el circo que los rodea mientras mira, sumido en la impotencia y el dolor, el lento discurrir hacia la muerte de su compañera en vida; y otros, los más, por el interés mediático que la muerte suscita cuando viene a llevarse la vida de un famoso, lo que proporciona notoriedad a quienes rodean al moribundo, velándolo en la muerte, aunque no supieran o quisieron amarlo en vida.

Todos esos familiares, más o menos cercanos, como los amigos de dudosa confianza e intimidad, han obtenido su minuto de gloria gracias a la agonizante que libra su última batalla en la soledad que siempre proporciona el anuncio de la pronta visita de Tánato y que la deja aislada en una terrible soledad, bien por la inconsciencia en la que se halla, o por la secreta e íntima claudicación de la moribunda que en estos momentos mira al único paisaje que le es permitido y que sólo existe en esa dimensión, o tierra de nadie, que es el territorio ignoto entre la vida y la muerte

Antes o después, con una excusa u otra, todos han hablado, comentado, anunciado y reivindicado ser los auténticos conocedores de la verdadera gravedad de la moribunda que no habla, ni oye, ni ve, a no ser esa luz radiante que empieza a serle visible entre tantas tinieblas, tanto amor interesado, y tanta amistad fingida y ávida de notoriedad en la prensa, en la televisión o ante cualquier auditorio interesado en saber las últimas noticias de ese mito nacional que se debate entre la vida y la muerte. El único ser próximo a la enferma, en el sentimiento y la intimidad, es quien no ha pronunciado una sola palabra en los últimos días, quizá avergonzado del espectáculo en el que han convertido, propios y extraños, a la enfermedad y a la agonía de quien es su referente vital y, por ello,a la que ahora está más unido que nunca ante la proximidad de la muerte que es siempre la que dice la última palabra y, sabedor de ello, mantiene un silencio respetuoso y digno que le hace ser merecedor de todos los elogios.


Los periodistas, ávidos de cazar noticias al vuelo, no descansan ni de día ni de noche, esperando que en cualquier momento salga del interior de la casa alguien que sea el portavoz oficial de la familia para comunicar la triste noticia, pero no por eso menos esperada, del final de esa gran figura a la que todos dicen querer y de la que todos sacarán provecho, de una u otra forma, porque bien es sabido que la muerte de alguien famoso es siempre terreno abonado pora múltiples ganancias de dudosa procedencia ,y más aun, de dudosa ética

El corazón de la enferma, además de grande, es muy fuerte, según afirma su médico personal, y está presentando batalla sin dejarse amilanar por la señora de negro (o blanco, según las culturas) que espera a los pies de la cama, sabiendo que siempre, y sin excepción, es la ganadora final de todas las batallas. La moribunda también lo sabe con la lucidez absoluta que tienen los que están ya entrando en esa zona en la que todas las oscuridades desaparecen y sólo queda la infinita luz clarificadora que ilumina el camino de quien parte rumbo a la eternidad que le aguarda.

Mientras tanto, un hombre, a su lado, también muere en el silencio y el dolor sin palabras en el que todas están contenidas, porque sabe que la mujer que agoniza no sólo se llevara consigo su propia vida y su dolor como ofrenda, sino el sentido de la propia vida de él y de la de sus hijos que quedan doblemente huérfanos: de su madre y de la propia inocencia ya perdida, porque no hay mejor antídoto para ella que el dolor vivido tempranamente.

Mientras el guirigay mediático continúa en una demostración de preocupación y afecto, exigentes y ávidos de noticias, hacia quien sólo necesita y suplica en silencio y en su soledad moribunda que la dejen, si no vivir porque ya es demasiado tarde, sí morir tranquila, en la paz y el silencio que es el preámbulo necesario para que el tránsito definitivo hacia la otra orilla no sea el tributo a pagar por haber sido famoso en vida y, por ello, deba morir ante los focos, los aplausos y el exhibicionismo irrespetuoso de quienes hacen verdad ese dicho de que "quien bien te quiere te hará llorar", pero lo más sarcástico es que en este caso, como en otros muchos similares, el que llora es el moribundo y los que de verdad le quieren, pero no los que sólo explotan su enfermedad y su sufrimiento y que quedará patente en futuras exclusivas. En una parábola cínica, en esta ocasión como en tantas otras, el llanto es anterior al fallecimiento, para que así el muerto, cuando le llegue la hora final, haya llorado, con antelación a su entierro, de pena, de impotencia y, sobre todo, de asco.


Al barquero, Caronte, los muertos le tenían que pagar para que los llevara en su barca hasta la otra orilla. En la actualidad mediática, el muerto paga con su sufrimiento acosado, y con antelación, al fúnebre barquero y estaría dspuesto a que se lo llevara antes y lejos de tanto admirador preocupado, de tanto periodista con ansias informativas y de tanto pariente aprovechado. Aunque, no habría Caronte alguno capaz de librar a ninguno de sus famosos pasajeros de la persecución preocupada y vigilante de quienes, propios y extraños, revolotean alrededor del lecho del moribundo esperando la noticia fatal, la primicia o la herencia, porque seguro es que, en la otra orilla, lo estarían también aguardando los fotógrafos, los admiradores y los parientes acongojados, ya que no hay Caronte que valga que sea capaz de sortear a tanto pelmazo bienintencionado, a tanto profesional informante y desinformado o, simplemente, a tanto pariente friamente interesado.




Ana Alejandre



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Cuentisimos - A cielo raso



El hombre pliega despacioso los cartones, como si el tiempo fuera algo que estuviera al margen de su vida, tan marginal en otras muchas cosas. Después de plegarlos los amontona hasta que tienen una altura determinada y entonces, sacando un trozo de cuerda de un lugar ininteligible en aquel marasmo que es su remedo de chaqueta, los va atando cocienzuda y cuidadosamente. Ese bulto de cartones apilados y otros dos más van a ser el botín del día, el que le proporcione algunas monedas con las que comprar el cartón de leche, otro de vino y la barra de pan en la que pondrá un relleno indescifrable hecho de los trozos de fiambre que va encontrando, después de un examen minucioso cada noche en los cubos de basura del gran supermercado que, desde lejos, le guiña con sus parpadeos rítmicos de neón.

No tiene prisa alguna, porque el tiempo, ese bien tan escaso para los bien instalados, es lo único que le sobra, de lo único que se siente dueño y por eso puedo malgastarlo sentándose en cualquier banco a fumar una de las muchas colillas que encuentra, casi sin haber sido consumidas, en las aceras o en lo ceniceros de los vestíbulos de las dos sucursales de banco más cercanas. Se alegra que hayan prohibido fumar en los trabajos y por eso ahora los clientes y los trabajadores tienen que apagar el cigarrillo antes de entrar o salir al exterior a echar alguna que otra caladita, y dejan los cigarrillos a medio fumar con las prisas de entrar a gestionar sus asuntos, los unos, y volver al puesto de trabajo los otros. Sólo tiene que acercarse, después de que cierren la sucursal, y entrar en el vestíbulo donde están los cajeros automáticos y los ceniceros de acero inoxidable repletos de aquel bien tan preciado, para hacer su recolecta de aquellas innumerables colillas que a él le saben a gloria.; pero tenía que estar atento para recogerlas siempre antes de que llegasen las mujeres de la limpieza y las tirasen todas como la basura de las papeleras.

Termina de hacer sus tres bultos del día y los sube encima del carrito, añoso y descolorido, que una buena señora le regalo un día lleno de ropa usada. Tiene que llevar los cartones a donde se lo compran y después le espera la pesquisa entre los cubos del supermercado. Sólo cuando se sienta delante de su bocadillo y con el cartón de vino a su alcance, le parece que el mundo empieza a tener el sentido que debiera y en esos momentos sólo echa de menos a la Antonia, aquella buena mujer que le daba de comer y otras cosas, pero eso eran viejas historias y no debía pensar en ellas porque el carrito pesa demasiado y toda su atención tiene que ponerla en que no se le caiga su preciada carga.

Su silueta se recorta en el contraluz de sol y sombra cuando inicia su camino arrastrando tras de sí su única pertenencia y mientras camina renqueando, sopesa cuáles de esos cartones será el más indicado para utilizarlos de cama esa noche y que sustituyan a los de la noche pasada, cuando la lluvia intempestiva, propia de cualquier día de esta primavera, los mojó hasta empaparlos a los que le servían de lecho los días pasados. Decidió que los de la caja grande, la mayor de las que llevaba plegadas, eran los mejores de todos porque son de ese cartón acanalado, el más esponjoso y el que mejor aisla de la humedad y el frío. No importa que fueran los que le pagan mejor, porque un lujo es un lujo, y su comodidad valía más que esas monedas que le daban. Sí, decidido, se quedaría con los cartones acanalados y al dinero que perdiera por ello que le dieran morcilla. Ahora sólo tenía que dejarlos en su escondite, debajo de aquel puente medio derruido, y después llevaría el resto hasta donde se lo compraban, porque Pascual, el ropavejero y chamarilero que le compraba los cartones, empezaría a quejarse diciéndole que los que preferían eran los acanalado, los buenos, y esos ya tenían el destino mejor de servirle de cama porque él dormía a cielo raso y en esas nocturnidades lo menos que podía pedir era, si no un techo sobre su cabeza, sí un buen lecho de cartones que le aislaran de la humedad del suelo y de las ratas que siempre merodeaban a su .alrededor dándole miedo verlas tan cerca, aunque también tenía que reconocer que le daban un poco de compañía.

Cuando se alejaba con su carga bamboleante, su risita entrecortada y entre dientes fue lo único que quedó en el aire como el reguero burlón al paso de aquella silueta encorvada que se alejaba en busca de la satisfacción que se perfilaba en el horizonte dentro de un cartón de vino y un bocadillo inverosímil con contenido tan indescifrable como era la propia vida; pero, al menos, aquel sabía bien y alimentaba y ésta era como un laberinto en el que, una vez adentrado en ella, ya era difícil encontrar la salida. Por eso, era siempre preferible comer, beber y fumar y no pensar en otra cosa que no alimentaban y daban siempre dolor de cabeza y, en muchas noches de soledad entre cartones arrebujados y ratas huidizas, también le daban dolor en una parte muy honda, allí mismo donde sentía el tictac del único reloj que marcaba el curso de las horas y los días que llevaba viviendo y durmiendo a cielo raso.



Ana Alejandre

© Copyright 2006. Todos los derechos reservados.

Citas sobre la soledad


El hombre solitario es una bestia o un dios. (Aristóteles)

· Estoy solo y no hay nadie en el espejo. (Jorge Luís Borges)

· No es la soledad la que espanta, sino las voces que la pueblan. (Víctor Hugo)

· Amor, amor amor ¿por qué me has dejado solo? (James Joyce)

· En mi soledad he visto cosas muy claras/ que no son verdad. (Antonio Machado)

· La civilización ha convertido la soledad en uno de los bienes más delicados que el alma humana puede desear. (Gregorio Marañón)

· Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos eternamente solos, y todos nuestros esfuerzos, todos nuestros actos sólo tienden a huir de esa soledad. (Guy de Maupassant)

· De ningún bien se goza en la posesión sin un compañero. (Séneca)

· Sólo en soledad se siente la sed de verdad. (María Zambrano)

· Lps monstruos devoran al hombre en soledad. (Charles Baudelaire)

22 mayo 2006

La odisea literaria de un manuscrito, por García Márquez



La odisea literaria de un manuscrito.
García Márquez relata la historia de las pruebas de 'Cien años de soledad', que saldrán a subasta


Gabriel García Márquez
EL PAÍS - Cultura - 15-07-2001


A principios de agosto de 1966, Mercedes y yo fuimos a la oficina de correos de San Ángel, en la Ciudad de México, para enviar a Buenos Aires los originales de Cien años de soledad. Era un paquete de quinientas noventa cuartillas escritas en máquina a doble espacio y en papel ordinario, y dirigido al director literario de la editorial Sudamericana, Francisco (Paco) Porrúa. El empleado del correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales, y dijo:
-Son ochenta y dos pesos.
Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que llevaba en la cartera, y me enfrentó a la realidad:
-Sólo tenemos cincuenta y tres.
Tan acostumbrados estábamos a esos tropiezos cotidianos después de más de un año de penurias, que no pensamos demasiado la solución. Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos a Buenos Aires sólo la mitad, sin preguntarnos siquiera cómo íbamos a conseguir la plata para mandar el resto. Eran las seis de la tarde del viernes y hasta el lunes no volvían a abrir el correo, así que teníamos todo el fin de semana para pensar.
Ya quedaban pocos amigos para exprimir y nuestras propiedades mejores dormían el sueño de los justos en el Monte de Piedad.Teníamos, por supuesto, la máquina portátil con la que había escrito la novela en más de un año de seis horas diarias, pero no podíamos empeñarla porque nos haría falta para comer. Después de un repaso profundo de la casa encontramos otras dos cosas apenas empeñables: el calentador de mi estudio, que ya debía valer muy poco, y una batidora que Soledad Mendoza nos había regalado en Caracas cuando nos casamos. Teníamos también los anillos matrimoniales, que sólo usamos para la boda y que nunca nos habíamos atrevido a empeñar porque se creía de mal agüero. Esta vez, Mercedes decidió llevarlos de todos modos como reserva de emergencia.
El lunes a primera hora fuimos al Monte de Piedad más cercano, donde ya éramos clientes conocidos, y nos prestaron -sin los anillos- un poco más de lo que nos faltaba. Sólo cuando empacábamos en el correo el resto de la novela caímos en la cuenta de que la habíamos mandado al revés: las páginas finales antes que las del principio. Pero a Mercedes no le hizo gracia, porque siempre ha desconfiado del destino.
-Lo único que falta ahora -dijo- es que la novela sea mala.
La frase fue la culminación perfecta de los dieciocho meses que llevábamos batallando juntos para terminar el libro en que fundaba todas mis esperanzas. Hasta entonces había publicado cuatro en siete años, por los cuales había percibido muy poco más que nada. Salvo por La mala hora, que obtuvo el premio de tres mil dólares en el concurso de la Esso Colombiana, y me alcanzaron para el nacimiento de Gonzalo, nuestro segundo hijo, y para comprar nuestro primer automóvil.
Vivíamos en una casa de clase media en las lomas de San Ángel Inn, propiedad del oficial mayor de la alcaldía, licenciado Luis Coudurier, que entre otras virtudes tenía la de ocuparse en persona del alquiler de la casa. Rodrigo, de seis años, y Gonzalo, de tres, tuvieron en ella un buen jardín para jugar mientras no fueron a la escuela. Yo había sido coordinador general de las revistas Sucesos y La familia, donde cumplí por un buen sueldo el compromiso de no escribir ni una letra en dos años. Carlos Fuentes y yo habíamos adaptado para el cine El Gallo de Oro, una historia original de Juan Rulfo que filmó Roberto Gavaldón. También con Carlos Fuentes había trabajado en la versión final de Pedro Páramo, para el director Carlos Velo. Había escrito el guión de Tiempo de morir, el primer largo metraje de Arturo Ripstein, y el de Presagio, con Luis Alcoriza. En las pocas horas que me sobraban hacía una buena variedad de tareas ocasionales -textos de publicidad, comerciales de televisión, alguna letra de canciones- que me daban suficiente para vivir sin prisas pero no para seguir escribiendo cuentos y novelas.
Sin embargo, desde hacía tiempo me atormentaba la idea de una novela desmesurada, no sólo distinta de cuanto había escrito hasta entonces, sino de cuanto había leído. Era una especie de terror sin origen. De pronto, a principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y arrasador que apenas si logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. Rodrigo dio un grito de felicidad:
-Yo también cuando sea grande voy a matar vacas en la carretera.
No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: 'Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo'. Desde entonces no me interrumpí un solo día, en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final en que a Macondo se lo llevó el carajo.
En los primeros meses conservé mis mejores ingresos, pero cada vez me faltaba más tiempo para escribir tanto como quería. Llegué a trabajar de noche hasta muy tarde para cumplir con mis compromisos pendientes, hasta que la vida se me volvió imposible. Poco a poco fui abandonando todo hasta que la realidad insobornable me obligó a escoger sin rodeos entre escribir o morir.
No lo dudé, porque Mercedes -más que nunca- se hizo cargo de todo cuando acabamos de fatigar a los amigos. Logró créditos sin esperanzas con la tendera del barrio y el carnicero de la esquina. Desde las primeras angustias habíamos resistido a la tentación de los préstamos con interés, hasta que nos amarramos el corazón y emprendimos nuestra primera incursión al Monte de Piedad. Después de los alivios efímeros con ciertas cosas menudas, hubo que apelar a las joyas que Mercedes había recibido de sus familiares a través de los años. El experto de la sección las examinó con un rigor de cirujano, pesó y revisó con su ojo mágico los diamantes de los aretes, las esmeraldas de un collar, los rubíes de las sortijas, y al final nos los devolvió con una larga verónica de novillero:
-¡Esto es puro vidrio!
Nunca tuvimos humor ni tiempo para averiguar cuándo fue que las piedras preciosas originales fueron sustituidas por culos de botellas, porque el toro negro de la miseria nos embestía por todos lados. Parecerá mentira, pero uno de mis problemas más apremiantes era el papel para la máquina de escribir. Tenía la mala educación de creer que los errores de mecanografía, de lenguaje o de gramática eran en realidad errores de creación, y cada vez que los detectaba rompía la hoja y la tiraba al canasto de la basura para empezar de nuevo. Mercedes se gastaba medio presupuesto doméstico en pirámides de resmas de papel que no duraban la semana. Ésta era quizás una de mis razones para no usar papel carbón.
Problemas simples como ése llegaron a ser tan apremiantes que no tuvimos ánimos para eludir la solución final: empeñar el automóvil recién comprado, sin sospechar que el remedio sería más grave que la enfermedad, porque aliviamos las deudas atrasadas, pero a la hora de pagar los intereses mensuales nos quedamos colgados del abismo. Por fortuna, nuestro amigo Carlos Medina, de vieja y buena data, se empeñó en pagarlos por nosotros, y no sólo los de un mes, sino de varios más, hasta que logramos rescatar el automóvil. Hace sólo unos años supimos que también él había tenido que empeñar uno de los suyos para pagar los intereses del nuestro.
Los mejores amigos se turnaban en grupos para visitarnos cada noche. Aparecían como por azar, y con pretextos de revistas y libros nos llevaban canastas de mercado que parecían casuales. Carmen y Álvaro Mutis, los más asiduos, me daban cuerda para que les contara el capítulo en curso de la novela. Yo me las arreglaba para inventarles versiones de emergencia, por mi superstición de que contar lo que estaba escribiendo espantaba a los duendes.
Carlos Fuentes, a pesar de su terror de volar en aquellos años, iba y venía por medio mundo. Sus regresos eran una fiesta perpetua para conversar de nuestros libros en curso como si fueran uno solo. María Luisa Elío, con sus vértigos clarividentes, y Jomi García Ascot, su esposo, paralizado por su estupor poético, escuchaban mis relatos improvisados como señales cifradas de la Divina Providencia. Así que nunca tuve dudas, desde sus primeras visitas, para dedicarles el libro. Además, muy pronto me di cuenta de que las reacciones y el entusiasmo de todos me iluminaban los desfiladeros de mi novela real.
Mercedes no volvió a hablarme de sus martingalas de créditos hasta marzo de 1966 -un año después de empezado el libro-, cuando debíamos tres meses de alquiler. Estaba hablando por teléfono con el dueño de la casa, como lo hacía con frecuencia para alentarlo en sus esperas, y de pronto tapó la bocina con la mano para preguntarme cuándo esperaba terminar el libro.
Por el ritmo que había adquirido en un año de práctica calculé que me faltaban seis meses. Mercedes hizo entonces sus cuentas astrales, y le dijo a su paciente casero sin el mínimo temblor de la voz:
-Podemos pagarle todo junto dentro de seis meses.
-Perdone, señora -le dijo el propietario asombrado-. ¿Se da cuenta de que entonces será una suma enorme?
-Me doy cuenta -dijo Mercedes, impasible-, pero entonces lo tendremos todo resuelto. Esté tranquilo.
Al buen licenciado, uno de los hombres más elegantes y pacientes que habíamos conocido, tampoco le tembló la voz para contestar: 'Muy bien, señora, con su palabra me basta'. Y sacó sus cuentas mortales:
-La espero el siete de septiembre.
Se equivocó: no fue el siete, sino el cuatro, con el primer cheque inesperado que recibimos por los derechos de la primera edición.
Los meses restantes los vivimos en pleno delirio. El grupo de mis amigos más cercanos, que conocían bien la situación, nos visitaban con más frecuencia que antes, siempre cargados de milagros para seguir viviendo. Luis Alcoriza y su esposa austriaca, Janet Riesenfeld Dunning, no eran visitadores frecuentes, pero armaban en su casa pachangas históricas, con sus amigos sabios y las muchachas más bellas del cine. Muchas veces eran pretextos simples para vernos. Él era el único español que podía hacer fuera de España una paella igual a las de Valencia, y ella era capaz de mantenernos en vilo con sus artes de bailarina clásica. Los García Riera, locos del cine, nos arrastraban a su casa en la noche de los domingos y nos infundían la demencia feliz para afrontar la semana siguiente.
La novela estaba entonces tan avanzada que me daba el lujo de seguir enriqueciendo el argumento falso que improvisaba en las visitas de los amigos. Muchas veces escuché recitados por otros a los que nunca se los había contado, y me sorprendía de la velocidad con que crecían y se ramificaban de boca en boca.
A fines de agosto, de un día para otro, se me apareció a la vuelta de una esquina el final de la novela. No usaba papel carbón y no existían las fotocopiadoras de la esquina, de modo que era un solo original de unas dos mil cuartillas. Fue un manjar de dioses para Esperanza Araiza, la inolvidable Pera, una de las buenas mecanógrafas de Manuel Barbachano Ponce en su castillo de Drácula para poetas y cineastas en la colonia Cuauhtémoc. En sus horas libres de varios años, Pera había pasado en limpio grandes obras de escritores mexicanos. Entre ellas, La región más transparente, de Carlos Fuentes; Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y varios guiones originales de las películas de don Luis Buñuel. Cuando le propuse que me sacara en limpio la versión final de la novela, era un borrador acribillado de remiendos, primero en tinta negra y después en tinta roja para evitar confusiones. Pero eso no era nada para una mujer acostumbrada a todo en una jaula de locos. No sólo aceptó el borrador por la curiosidad de leerlo, sino también que le pagara enseguida lo que pudiera y el resto cuando me pagaran los primeros derechos de autor.
Pera copiaba un capítulo semanal mientras yo corregía el siguiente con toda clase de enmiendas, con tintas de distintos colores para evitar confusiones, y no por el propósito simple de hacerla más corta, sino de llevarla a su mayor grado de densidad. Hasta el punto de que quedó reducida casi a la mitad del original.
Años después, Pera me confesó que, cuando llevaba a su casa la única copia del tercer capítulo corregido por mí, resbaló al bajarse del autobús con un aguacero diluvial y las cuartillas quedaron flotando en el cenagal de la calle. Las recogió empapadas y casi ilegibles, con la ayuda de otros pasajeros, y las secó en su casa con una plancha de ropa.
Mi mayor emoción de esos días fue un sábado en que no tuve listas las correcciones del siguiente capítulo, y llamé a Pera para decirle que se lo llevaba el lunes. Al cabo de un largo titubeo se atrevió a preguntarme si Aureliano Buendía se acostaría al fin con Remedios Moscote. Cuando le contesté que sí, soltó un suspiro de alivio.
-Bendito sea Dios -exclamó-; si no me lo hubiera dicho, no habría podido dormir hasta el lunes.
Nunca he sabido cómo fue que en esos días recibí una carta intempestiva de Paco Porrúa, -de quien nunca había oído hablar- en la que me solicitaba para la Editorial Sudamericana los derechos de mis libros, que conocía muy bien en sus primeras ediciones. Se me partió el corazón, porque todos estaban en distintas editoriales con contratos a largo plazo, y no sería fácil liberarlos. El único consuelo que se me ocurrió fue contestarle a Paco que estaba a punto de terminar una novela muy larga y sin compromisos, de la que en pocos días podía enviarle la primera copia terminada.
Paco Porrúa lo aceptó por telegrama, y a vuelta de correo me mandó un cheque de quinientos dólares como anticipo. Justo para los nueve meses de alquiler que nos habíamos comprometido a pagar por esos días y no encontrábamos cómo, por un mal cálculo mío para terminar la novela.
De todos modos, la limpia transcripción de Pera con tres copias en papel carbón estuvo lista en dos o tres semanas más. Álvaro Mutis fue el primer lector de la copia definitiva, aun antes de mandarla a la imprenta. Desapareció dos días, y al tercero me llamó con una de sus furias cordiales, al descubrir que mi novela no era en realidad la que yo contaba para entretener a los amigos y que él repetía encantado a los suyos.
-¡Usted me ha hecho quedar como un trapo, carajo! -me gritó-. Este libro no tiene nada que ver con el que nos contaba.
Luego, muerto de risa, me dijo:
-Menos mal que éste es mucho mejor.
No recuerdo si entonces tenía el título de la novela, ni dónde ni cuándo ni cómo se me ocurrió. Con ninguno de los amigos de entonces ni en ningún libro de tantos he podido precisarlo. Ni aun en el de mi hermano Eligio Gabriel, el más autorizado e intenso de cuantos se han publicado sobre el tema. Por fortuna, no ha de faltar algún historiador imaginativo que se encargue de inventarlo.
La copia que leyó Álvaro Mutis fue la que mandamos en dos partes por correo, y otra fue el respaldo que él mismo llevó poco después en uno de sus viajes a Buenos Aires. La tercera circuló en México entre los amigos que nos acompañaron en las duras. La cuarta fue la que mandé a Barranquilla para que la leyeran tres protagonistas entrañables de la novela: Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas y Álvaro Cepeda, cuya hija Patricia la guarda todavía como un tesoro.
Cuando recibimos el primer ejemplar del libro impreso, en junio de 1967, Mercedes y yo rompimos el original acribillado que Pera utilizó para las copias. No se nos ocurrió pensar ni mucho menos que podía ser el más apreciable de todos, con el capítulo tercero apenas legible por la lluvia y por los hierros de aplanchar. Mi decisión no fue nada inocente ni modesta, sino que rompimos la copia para que nadie pudiera descubrir los trucos de mi carpintería secreta. Sin embargo, en alguna parte del mundo puede haber otras copias, y en especial las dos enviadas a la Editorial Sudamericana para la primera edición. Siempre pensé que Paco Porrúa -con todo su derecho- las había guardado como reliquia. Pero él lo ha negado, y su palabra es de oro.
Cuando la editorial me mandó la primera copia de las pruebas de imprenta, las llevé ya corregidas a una fiesta en casa de los Alcoriza, sobre todo para la curiosidad insaciable del invitado de honor, don Luis Buñuel, que tejió toda clase de especulaciones magistrales sobre el arte de corregir, no para mejorar, sino para esconder. Vi a Alcoriza tan fascinado por la conversación, que tomé la buena determinación de dedicarle las pruebas: Para Luis y Janet, una dedicatoria repetida pero que es la única verdadera: 'del amigo que más los quiere en este mundo'. Junto a la firma escribí la fecha: l967. La mención sobre la firma repetida y las comillas en la frase final se debían a una dedicatoria anterior que había firmado en un libro para los Alcoriza. Veintiocho años después, cuando Cien Años de Soledad había hecho su carrera, alguien recordó aquel episodio en la misma casa, y opinó que las pruebas con la dedicatoria valían una fortuna. Janet las sacó de su baúl y las exhibió en la sala, hasta que le hicieron la broma de que con eso podían salir de pobres. Alcoriza hizo entonces una escena muy suya, dándose golpes con ambos puños en el pecho, y gritando con su vozarrón bien impostado y su determinación carpetovetónica:
-¡Pues yo prefiero morirme antes que vender esta joya dedicada por un amigo!
Entre la justa ovación de todos, volví a sacar el mismo bolígrafo de la primera vez, que todavía conservaba, y escribí debajo de la dedicatoria de dieciocho años antes: Confirmado, 1985. Y volví a firmar como la primera vez: Gabo. Ése es el documento de 180 folios, con 1.026 correcciones de mi puño y letra, que será puesto en pública subasta el 21 de septiembre de este año en la Feria del Libro de Barcelona, sin participación ni beneficio alguno de mi parte.
Que no haya dudas de que es una operación legítima. Lo que ha desconcertado a algunos es por qué las galeradas originales estaban en mi poder, si debía haberlas devuelto a Buenos Aires para que introdujeran las correcciones finales en la primera edición. La verdad es que nunca las devolví corregidas de mi puño y letra, sino que mandé por correo la lista de las correcciones copiadas a máquina línea por línea, por temor de que el mamotreto se perdiera en la vuelta.
Luis Alcoriza murió en su ley en 1992, a los setenta y un años, en su retiro de Cuernavaca. Janet siguió allí, y murió seis años después, reducida a un pequeño núcleo de sus amigos fieles. Entre ellos, el más fiel de todos, Héctor Delgado, que los había adoptado como padres y se ocupó de ellos en las vacas flacas de la vejez, más y mejor que si hubieran sido los verdaderos. Antes de morir, ellos lo nombraron su heredero legítimo por disposición testamentaria. Lo único que me parece injusto de esta historia a la vez inverosímil y memorable es que Luis y Janet vivieran sus últimos años con cientos de miles de dólares guardados a salvo del tiempo y las polillas en el fondo del baúl, por la invencible dignidad ibérica de no vender el regalo del amigo que más los quiso en este mundo.

Galería de Escritores - G. García Márquez


Vida y Obra de Gabriel García Márquez


Vida



Nacido en Aracataca (departamento de Magdalena) en 1928, aunque al poco tiempo su familia abandonó esta población para trasladarse a Bogotá.

En la capital se formó inicialmente en el el periodismo y cursó estudios de Derecho. A mediados de la década de 1940 comenzó a publicar en varios periódicos sus primeros artículos, cuentos y crónicas de cine. En 1946 trabajó como redactor de El Universal, periódico de Cartagena de Indias; y desde 1948 a 1952 en El Heraldo de Barranquilla y a partir de ese año en El Espectador de Bogotá.

Entre 1959 y 1961 fue representante de la agencia cubana de noticias La Prensa en Bogotá, La Habana y Nueva York. Por motivo de sus ideas políticas, se enfrentó con el dictador Laureano Gómez y con su sucesor, el general Gustavo Rojas Pinilla, y hubo de pasar las décadas de 1960 y 1970 en un exilio voluntario en México y España.

En su obra se refleja el compromiso político de García Márquez, el cual se originó en la situación política de la Colombia del Bogotazo y todo el periodo de violencia que le siguió. Defendió la Revolución Cubana como tantos otros escritores del ámbito hispanoamericano; pero, aún, continúa apoyando a Fidel Castro y mantiene polémicas en la prensa y en encuentros con otros escritores que sostienen una postura diferente sobre dicho sobre la actual situación de ese país, especialmente en lo que respecta a los derechos humanos.

Después de obtener el Premio Nobel, ya en 1986, promovió la fundación de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (Cuba) junto con el cineasta argentino Fernando Birri, participando en varios guiones cinematográficos, tanto de sus propias obras como en colaboración con otros escritores. Esta escuela, cuyo fin es la formación de realizadores del llamado Tercer Mundo, forma parte de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, que también impulsó y de la cual es presidente.


Obra:

La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y Los funerales de la Mamá Grande (1962) son sus primeras novelas y colección de relatos. En estas obras ya se percibe una evolución estilística que va desde la prosa barroca y elaborada de La hojarasca y de algunos de los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande. En sus primeras novelas se reflejan la violencia intolerante que padecía Colombia cuando las escribió. En El coronel no tiene quien le escriba y refleja la evolución estilística del autor desde el barroquismo primero hasta la frase desnuda que ya utilizó en algunos relatos de Los funerales de Mama Grande.

En Cien años de soledad (1967) aparecen algunos personajes que ya incluyó en El coronel no tiene quien le escriba y fue escrita durante su exilio en México. Narra, en tono épico, la historia de Macondo, pueblo que termina sepultado y destruido por las guerras y el progreso, y también la historia de sus fundadores, la familia Buendía, a lo largo de cien años. El nombre de Macondo era el de una hacienda próxima a Aracataca, que García Márquez convirtió en un territorio literario inolvidable y uno de los más famosos de la literatura universal , al igual que hizo el escritor estadounidense Faulkner con su condado de Yoknapatawpha (Mississippi).

Esta última novela la escribió en dieciocho meses, y muestra el estilo maduro y personal del autor, en el que refleja sus mundos y obsesiones, y que, con pequeños matices, constituye el núcleo principal de toda su obra. Según parece, García Márquez se inspiró en las leyendas y relatos fantásticos que leyó en su infancia, aunados a su extraordinaria imaginación rica en simbolismos e imágenes obsesivas.

Por otra parte, su extensa formación de escritor le permitió escribir historias lineales (con principio y final secuencial) sobre situaciones reales y personajes cercanos a los lectores, situando siempre como telón de fondo la historia de Colombia y la constante denuncia de la injusticia social, ya que no era otro el mundo en el que le tocó vivir a García Márquez y al que conocía sobradamente.

De esta dicotomía entre el mundo real y el imaginario surge el realismo mágico, término que denostan muchos autores y críticos, pero que sirve para definir a este género literario.

Otras obras narrativas son: El otoño del patriarca (1975), en torno al poder y la corrupción política; Crónica de una muerte anunciada (1981), historia de un asesinato y una venganza ; El amor en los tiempos del cólera (1985), historia de amor de corte clásico pero con un trasfondo de pasión que crea la atmósfera inolvidable de la narración, y El general en su laberinto (1989), narración imaginaria de los últimos días de vida de Simón Bolívar, enfermo y despojado de su poder.

También escribió los libros de cuentos La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972) y Doce cuentos peregrinos (1992).

Ha recibido numerosos premios, como el Rómulo Gallegos en 1973 y el Premio Nobel de Literatura en 1982. Después de obtener este importante premio fue invitado por el gobierno colombiano a regresar a su país, donde ejerció de intermediario entre aquél y la guerrilla.

García Márquez ha utilizado la mezcla de realidad y fantasía en sus textos periodísticos, como en Noticia de un secuestro (1996), un reportaje con técnica novelística sobre el narcoterrorismo colombiano.

En 1998 publicó La bendita manía de contar y su autobiografía Gabriel García Márquez. Fue entonces cuando compró la mitad de las acciones de la revista colombiana Cambio en un deseo de poner en práctica sin cortapisas sus ideas sobre el periodismo. En 2002 se publicó la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla, que abarca sus años de infancia y juventud, desde los recuerdos de su Aracataca natal hasta 1955. En 2004 publicó Memoria de mis putas tristes, una novela que narra la relación amorosa entre un anciano y una adolescente y ésta es su última obra publicada y que, según sus propias palabras se puede considerar el testamento literario de su autor porque ha decidido abandonar la vida literaria y pública debido a su avanzada edad y precario estado de salud.


Ana Alejandre



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15 mayo 2006


Desgarrados y excéntricos, de Manuel de Prada, Seix Barral (Biblioteca Breve) 2001


Si hay un libro que habla sobre rareza literarias es el escrito por José Manuel de Prada titulado Desgarrados y excéntricos, obra de lectura recomendada para quienes quieran conocer a esa parte olvidada de la literatura nacional encarnada en los escritores patrios que, como su título indica, fueron desgraciados en su trayectoria literaria, algunos llegando hasta el esperpento, y en su vida personal también cosecharon un cúmulo de desgracias.

Por ese motivo, y sin atender a su fecha de publicación que es indiferente por no ser este espacio publicitario, lo incluyo en los Comentarios de una lectora ya que es de recomendable lectura porque en sus páginas, escritas con prosa exquisita y deslumbrante que pone de manifiesto la maestría narrativa de su autor, desfilan quince escritores desconocidos y cuyas trayectorias vitales abarcan la primera mitad del siglo XX, las cuales nos llevan de la emoción a la risa y de la sorpresa a la conmoción, al leer los distintos avatares de unos hombres que sintieron la vocación de la escritura; pero tuvieron un destino aciago que les negó el reconocimiento de su obra, la suerte que acompaña a los elegidos y la celebridad que todos buscan. No eran mejores ni peores, algunos de ellos, que otros escritores que han pasado a la historia de la literatura; pero tuvieron en su contra esos extraños circunloquios que el destino de algunos seres traza para llevarlos a la más absoluta derrota existencial.

Este libro, excelente en todos los aspectos, promete a sus lectores unas páginas inolvidables, tanto en las vidas que transcurren por ellas, como en su magnífica escritura que destila maestría en el lenguaje, sensibilidad ante los desgraciados seres que lo pueblan con sus vidas atormentadas y una ternura implícita en la que flota la compasión ante el dolor ajeno y la comprensión de sus personalidades marginales.

No deja indiferente a quien lee esta obra porque en las páginas de Desgarrados y excéntricos es la vida la que discurre, magistralmente narrada, con todas sus miserias y grandezas, y en la que Manuel de Prada hace un tributo póstumo a la memoria de unos hombres, llamados literatos, que fueron ignorados en vida y después de muertos hasta que el autor de esta obra inolvidable los rescata del olvido y les hace justicia ante la memoria olvidadiza de los hombres.



Ana Alejandre


Este texto ha sido publicado anteriormente en la web http://www.anaalejandre.com en la sección Escrito en el tiempo, apartado Rarezas literarias

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Recursos de Escritores


Las ráfagas de la creatividad


Muchas veces a la inspiración o idea matriz de la que nace la obra literaria viene después de mucho tiempo de trabajo estéril en el que el escritor en cuestión se siente como “vacío” de ideas. Otras muchas, sin embargo, esa idea que es el germen del que saldrá el texto final viene a ráfagas, sin que quien escriba sepa muy bien de dónde o por qué le llega esa idea que le deslumbra y que después se apaga, como una ráfaga de luz en la oscuridad. De ahí viene, después, el trabajo de cada escritor para conseguir que esa luz primera vuelva de nuevo a indicarle el camino a seguir, aunque sea a fogonazos que intentará que se vayan sucediendo, unos a otros, hasta alumbrar todo el paisaje de su propia y peculiar creatividad hasta que culmine en la obra literaria final.

En esta ocasión, expongo lo que el escritor Truman Capote, decía de esas ráfagas de inspiración que le llegaban hasta que las convertía en un nuevo libro:

Ana Alejandre
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Las ráfagas de Truman Capote:


"Invariablemente tengo la ilusión de que la acción de una historia - el comienzo, el medio y el final­tiene lugar toda a la vez en mi mente... que la veo toda entera en un instante. Pero a la hora de ponerla en mar­cha, de escribirla, ocurren infinitas sorpresas. Gracias a Dios, porque la sorpresa, ese giro, la frase que llega de ninguna parte en el momento justo, es el beneficio inesperado, ese pequeño empujoncillo regocijante que va manteniendo en pie al escritor.
Hubo un tiempo en el que solía utilizar cuader­nos de notas para escribir bocetos de historias. Pero me di cuenta de que hacer esto era un poco como matar la idea de antemano en la imagina­ción. Si el concepto es lo suficientemente bueno, si de verdad te pertenece, entonces puedes olvi­darlo... te perseguirá hasta que 1o escribas:"



Nota.- El texto entrecomillado ha sido publicado en la obra “Taller de Escritura”, Vol. Secretos y Recursos de la Creatividad, Ed . Salvat

Cuestión de Opiniones


¿En España se lee?

Parece ser que el 42,9% de los españoles no leen nunca o casi nunca, según los resultados del Barómetro de Hábitos de Lecturas y Compra de Libros que, por encargo de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) ha elaborado Precisa Research para el año 2005 (este porcentaje se desglosa en dos apartados: los que no leen nunca es un 27,9% y sumados a los que dicen no leer casi nunca que es un 15%, lo que da ese 42,9%))

Por otra parte, agrupando los lectores en dos categorías, frecuentes (los que leen al menos una vez a la semana) y ocasionales (los que leen alguna vez al mes o al trimestre) resulta que los primeros representaron un 41,1% del total y los segundos un 16,0%, pudiendo considerar a los que leen casi nunca o nunca, el 42,9% como no lectores.

Se observa que hay un crecimiento leve en la tendencia a leer, en cuanto a tanto por ciento de lectores frecuentes que en 2005 fue del 41,1% ya mencionado; en el 2004 fue de un 39,6% y en 2003 de 37,3%.. Igualmente sucede con las cifras de los lectores ocasionales y los no lectores; pero cuyo aumento en ambos casos es inferior a 0,50%.

También se indica que el sector de población que más lee está comprendido entre los 14-24 años, con un 53,6%, y el sector por edad que menos lee es el comprendido a partir de los 65 años que es de un solo 22,1%.

Naturalmente el informe está realizado con toda la rigurosidad que permiten los métodos estadísticos que alcanzan una altísima fiabilidad en los resultados. Sin embargo, las estadísticas se realizan con las respuestas de los encuestados y lo que se responde a todo tipo de encuestas no siempre se ajusta a la verdad.

Por ejemplo, hay que destacar que la población que dice leer más es la comprendida entre los 14-24 años con un 53,6% y esa cifra baja a un 44,3% en el sector de los 25-34 años y así progresivamente.

Estas cifras se contradicen con la realidad observada por innumerables profesores de la enseñanza secundaria y universitaria que ven el poco o nulo interés por la lectura que demuestran sus alumnos. Tampoco concuerdan estas cifras con lo que la realidad muestra a lo largo de la historia desde que se inventó la imprenta: que el hábito lector, cuando se crea en una persona, va aumentando con el tiempo o, por lo menos, se mantiene igual, pero nunca disminuye. Entonces, habría que preguntarse ¿qué les sucede a los lectores habituales menores de 24 años cuando cumplen 25 o más que parecen perder la afición por la lectura? ¿O es que en ese confesado hábito a la lectura está incluida la lectura de los comics, que tiene más de entretenimiento visual que de lectura propiamente dicha y que, a partir de cierta edad, tiende a disminuir?

De todas formas, en España uno de los tres países de Europa en los que más libros se editan, se lee poco, muy poco. La cultura audiovisual parece gozar de la predilección por parte de un gran sector de la población de todas las edades. Eso lo saben muy bien las empresas de las telecomunicaciones que dan cada vez mayor prioridad a las producciones audiovisuales en las que el espectador sólo mira y, si interactúa como es el caso de los videojuegos, internet y sus muchas aplicaciones, etc., no tiene que leer demasiado porque todo se le da hecho al usuario que suple la lectura con el manejo de los mandos.

Siempre es esperanzador que las cifras sobre la lectura parezcan aumentar, lenta pero progresivamente, aunque no significa que las respuestas sean fidedignas con la realidad.

Un país que no lee, es un país pobre aunque tenga una riqueza per cápita muy elevada, ya que el mayor crecimiento se produce siempre por el nivel cultural, que es el motor que mueve a los pueblos a experimentar nuevas actividades y eso conlleva un mayor gasto en investigaciones. La mayor riqueza es aquella que crea, fomenta y sostiene el ansia de conocimiento, de saber, de todos y cada uno de los ciudadanos, porque ésa es su mayor garantía y defensa contra los abusos de poder de quienes lo ostentan.

Las Administraciones estatal, autonómica y municipal, han creado infinidad de bibliotecas y salas de lecturas donde, quien está interesado por la lectura, puede hacerlo sin tener que costear el alto precio de los libros. Habrá que esperar a que esa facilidad de acceso a la lectura se vea correspondida con una mayor participación ciudadana en una actividad que es matriz de todas las demás, porque en los libros está el mundo y sólo quien lo comprende así puede llegar a conocer sus maravillas y llegar a conocerse a sí mismo, ese universo inexplorado para cada ser humano.


Ana Alejandre


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12 mayo 2006

Anecdotario - Picasso y los nazis





Pablo Picasso y los nazis


Se cuenta que Pablo Picasso (1881-1973) el famoso y genial pintor, durante la Segunda Guerra Mundial residía en París, donde fue visitado por un oficial de la GESTAPO con la idea de inspeccionar el apartamento-estudio del pintor.

Al ver una fotografía enmarcada del famoso cuadro “Guernica”, del que era autor Picasso, el oficial nazi le preguntó:


-¿Eso lo ha hecho usted?
- No, eso lo hicieron usted y los suyos.
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Bienvenido, navegante





Bienvenido, navegante.

A tí, ocasional lector, que leas estas páginas escritas a vuelapluma, como su nombre indica -- y de las que ya hay otras muchas nacidas de distintas manos que, como espejos, reflejan lo que ven tanto en la forma como en el nombre, en un alarde de ingenio creador que ya quisieran para sí los grandes maestros de la literatura--, te doy la bienvenida y deseo que podamos compartir durante unos minutos algo de conversación virtual, posibilidad que ofrece la técnica a quienes deseamos comunicarnos con todos los que tengan las mismas inquietudes y que no son otras que la palabra, escrita o hablada, para lo que la red ofrece múltiples posibilidades.
No deseo entretener demasiado tu singladura por este mar de los sargazos y arrecifes de coral y demás trampas mortales en los que quedar atrapados en las redes virtuales; pero te invito a que detengas tu rumbo un rato en esta playa-web que se inaguró el día 14 de abril de 2006, aunque su rastro se ha perdido en algún que otro cuaderno de bitácora, lo que demuestra que internet es un mar donde las singladuras no dejan surco porque el agua es una superficie moldeable y algunas prácticas comerciales en la red también lo son, pero de eso ya hablaremos otro día...
Aquí puedes echar el ancla para templar el ánimo con un café, un rato de charla, un poco de lectura y ,¿por qué no?, algo de risas y también alguna que otra%%

Punto de Mira - El gato y el ratón



(Este artículo fue emitido en Canal7 TV, en el espacio de “La opinión” el día 4 de mayo de 2006, edición 21:30 h)



El gato y el ratón



Los nacionalistas vascos y catalanes están de enhorabuena; no así sucede con el resto de los españoles que no comulgamos con sus consignas.

Ibarretxe ha explicado ante los periodistas la visión que tiene del mundo una niña a través de un dibujo en el que se ve a la madre, la niña, el gato, el ratón y un árbol (aunque no sea el de Guernica) y, no podía faltar, un corazón. Por supuesto, la imagen no puede ser más infantil, ingenua e incluso ‘naif’, para explicar la visión que los nacionalistas tienen de lo que debe ser la actitud dialogante del Estado español con los interlocutores válidos que se le ponen en frente por decreto de las armas: Otegui y sus secuaces, entre los que se incluyen los chicos patriotas de ETA.

Naturalmente, la alegoría en forma de dibujo infantil está servida. La madre es España (sin olvidar al País Vasco que forma parte de ella aunque ahora quieran reinventar la historia, los hechos y hasta la propia memoria individual de cada ciudadano); la niña es la ‘nación vasca’ que pide perdón a su madre por algo mal que ha hecho involuntariamente, lo que traducido al román paladino es: cerca de mil muertos y un innumerable números de heridos con secuelas irreversibles físicas y psíquicas, y miles de familias destrozadas; el gato es el Estado español (debe ser porque su sede está en Madrid que es la ciudad de la que los nacidos en ellas reciben el apodo de ‘gatos’). El ratón no puede ser más que el gobierno vasco que, por ser ratón, no hace más que roer y roer la paciencia, la tolerancia y el aguante del resto de los españoles que están hartos ya de sus exigencias intolerables a las que ampara su primo, el de los zumos, en forma de encapuchados con la marca de la casa que es el logotipo del hacha y la serpiente enroscada. Por último, el árbol no es más que la Constitución o tronco que vertebra al Estado español y a los acuerdos nacidos a su sombra contra el terrorismo. El ratón, por eso, en el dibujo se quiere subir al árbol y hacerse el amo del cotarro, es decir, de las ramas, que es lo mismo que afirmar que se quiere ciscar en España, en su Constitución legítimamente aprobada de forma democrática, en los Estatutos de Autonomía, y en todos los acuerdos nacidos al amparo de ella y consensuados por todas las fuerzas políticas y democráticas; y, por último, el corazón, no puede representar otra cosa que la buena sintonía que reina entre el Gobierno de España y el de Ibarretxe y que debe servirnos de ejemplo a todos los españoles para llegar a un consenso con los que quieren dejar de serlo porque, según dicen, nunca lo fueron; lo cual es una contradicción lógica, una más dentro de toda la ilógica que rodea a este asunto.

Naturalmente la metáfora mueve a la emoción de todos los españoles, sobre todo, la de las víctimas de ETA y del resto de los ciudadanos con un mínimo de cordura, sensatez y vergüenza que es lo que les falta a quienes apoyan a semejante disparate político y suicidio colectivo de una nación que no es otra que España.

Ahora sólo hay que esperar a que se defina el gato, porque el ratón se ha definido demasiado y durante mucho tiempo, y así habrá que estar a que el Gobierno socialista se pronuncie para comprobar si, de verdad, es el Gobierno de la nación española y a ella sirve y a sus intereses; o es sólo el tonto útil que sirve a los intereses espúreos de los que gobiernan en la sombra, pero gobiernan de verdad al Gobierno de España, aunque de todos es conocidos cuáles son esos intereses y, desde luego, que los mismos son intereses ajenos y contrarios a los de España.

El gato se come siempre al ratón; pero si nos descuidamos un poco, en este dibujo infantil que representa a una situación que no tiene nada de inocente, el ratón se comerá al gato, al corazón, al árbol, a la niña y a la madre que la parió.



Ana Alejandre
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Breviario - El ave del tiempo




El ave del tiempo


El tiempo, ave carroñera, espera agazapado en las ramas de los días, meses y años, silencioso e inmutable, esperando el momento en que se hará con su presa. El, viejo sabio, conoce la labor constante y certera que realiza en los seres vivos la certeza del cumplimiento de su siniestra promesa de que, al final, le llegará el momento a cada nueva víctima de encontrarse, cara a cara, con la imagen oscura de su propio final que dará cumplimiento a ese fatal presagio que el ave del tiempo fue anidando con esmero a lo largo de su vida.


Ana Alejandre

El presente sólo se forma del pasado y lo que se encuentra en el efecto estaba ya en la casa (Heri Bergson)



(Este cometario fue publicado en esta web en el mes de abril, pero lo incluyo ahora porque está en consonancia con ciertos aspectos del blog y sus aledaños comerciales externos a él de lo que otro día se hablará).
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05 mayo 2006

Al filo de los días - El umbral del tiempo





El umbral del tiempo

Se asoman silenciosas la horas al umbral de un tiempo que parece detenido en la rutina de los días. No existen referentes posibles en este piélago al que los seres humanos llamamos vida cotidiana o, peor aún, rutina.

Hace unos días, pocos, acaba de finalizar un puente, el de Semana Santa, en el que la escapada en busca de alicientes equívocos llevó a millones de personas a desplazarse a un lugar diferente en esa huída continua que nos lleva a todos a buscar siempre en otro lugar a aquel que no somos, pero que querríamos ser y en el que creemos que están depositadas todas las esperanzas incumplidas.

Ahora, de regreso del llamado puente de mayo, otro paréntesis más abierto entre la insatisfacción y el deseo, la vida parece tomar el mismo rumbo de siempre en el que se repiten los gestos cotidianos, los quehaceres y la costumbre, silenciosa, se queda agazapada entre los pliegues de lo que algunos llamaron “angustia existencial”. Muchos se preguntan, recién llegados del otro paréntesis en forma de escapada, cuánto falta para el siguiente punto de inflexión en forma de puente, o vacaciones, en el que olvidarse, de nuevo, de sí mismos, de esa identidad que, por manida, les parece ya demasiado pesada para seguir soportándola durante muchos meses más.

Sin embargo, el tiempo sigue avanzando en un ritmo demasiado lento para las expectativas de quienes creen que la vida siempre está en todas partes aguardándolos, menos en aquella en la que habitan. Y ese mismo tiempo que ayuda a huir de vidas no vividas nada más que en función de carretera y de emigración provisional es el que, al regreso, encuentran, implacable, como recordatorio fatal de unas vidas que se les va, precisamente porque se quedan parados, atrapados en la misma cotidianidad donde naufragan sus esperanzas, sus anhelos y esos sueños fallidos del que hacen albacea al tiempo, en una invocación, continuamente malograda, para su siempre esperado cumplimiento.
Ana Alejandre
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Anecdotario - Ramón Gómez de la Serna y el cocodrilo


Se dice que el escritor español Ramón Gómez de la Serna /1888-1963) en un viaje que hizo a Africa se interesó por un collar hecho con dientes de cocodrilo y preguntó el precio.

El indígena que se lo ofrecíó le dijo que valía quinientas libras.

-¡Pero que dice, quinientas libras! ¡Pero si con ese dinero tengo para comprar un collar de perlas!

-Puede ser, pero deberá usted reconocer que es más fácil extraer las perlas a una ostra que los dientes a un cocodrilo --le respondió el indígena con toda seguridad y calma.




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03 mayo 2006



Nuevo sitio web


Entre líneas, de Ana Alejandre

htttp://www.anaalejandre.com

01 mayo 2006

Recursos de Escritores



Cada escritor tiene su propio y peculiar método para escribir una historia, sea cuento, novela, ensayo, etc. Pero en cuanto a la forma de escribir un cuento, por ser el género más breve en narrativa, tiene sus propias teorías el escritor vasco Bernardo Atxaga y que, de forma humorística, dedica a los principiantes que son poco dados a la paciencia y a las correcciones para conseguir su meta de escribir un relato. Lo he seleccionado por estar en consonancia con el título de estas páginas:


Cómo escribir un cuento a vuelapluma.



"Una vez relajados, con los folios numerados y la pluma esti­lográfica en la mano, observamos con atención.
¿Qué se ve desde la ventana? ( ...) ¿Algún parque? ¿Se ve algún parque?' ¿Se ve quizá una ría que, viniendo del mar, acaba adentrándose en la parte baja de una ciudad? Imaginemos que eso es lo que vemos (...) De todas formas vamos a mantenernos en posición contemplativa durante un buen rato (...) En ese momento hay que aprovechar la con­centración, identificarse con la pluma y ponerse a volar con ella ( ...)
Hay cosas que se mueven o parecen moverse. Y el que más se mueve de todos es un anciano que brinca una y otra vez y parece bailar una jota. Reflexionemos un poco, concentré­monos un poco más: ¿qué hace en realidad ese anciano? ¿Intenta entretener al nieto que, posiblemente, se ha puesto a llorar en su cochecito?
De acuerdo, no es fácil (...) Dos o tres fracasos -no nos deben preocupar, la gloria de la literatura a vuelapluma corres­ponde a los fuertes, a los incansables, a los voluntariosos (...) Hay gente que lo ha conseguido en el decimoséptimo intento."





(El texto entrecomillado ha sido publicado en la obra Taller de Escritura, Vol. Secretos y Recursos de la Creatividad, Editorial Salvat)
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