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20 diciembre 2017

Artículos de Fernando Aramburu

¿Por qué matamos?
(El País, 24 feb 1998)
Fernando Aramburu

Hay personas que arreglan cañerías, venden fármacos o conducen locomotoras. Nosotros también hacemos lo que sabemos, lo que nos han enseñado. Nosotros matamos. Desde niños nos han alentado a ello las rencorosas soflamas paternas y maternas en torno a la mesa familiar, la ponzoña patrioteril que inocula el maestro en el alma maleable de los alumnos, la cuadrilla de amigos del barrio en la que por vía mimética se aprende temprano a embotar el sentido de la culpa y, cómo no, la taberna, que es la universidad por excelencia de los iletrados.Hay poca cultura dentro de nuestros pasamontañas. Por eso matamos. Matamos por la atracción que ejerce en nuestros cerebros atestados de propaganda el prestigio varonil de la fuerza bruta. A nosotros se nos hace muy cuesta arriba progresar por los vericuetos del razonamiento. La realidad social está cuajada de matices, de sutilezas democráticas, de pros y contras: cuánta complicación. Nosotros preferimos simplificar la realidad allanándola a puro bombazo. La muerte es nuestro lenguaje. La muerte es lo único que podemos decir. El porvenir que anhelamos es el producto resultante de un alto número de muertos. Se hace camino al matar.

Matamos antes de nada para ganar enemigos, por cuanto la existencia del enemigo justifica el matar. Nosotros acertamos caiga quien caiga. "Algo habrá hecho para que lo maten", se oye a menudo murmurar en las esquinas de Euskadi. La culpa es siempre de la víctima y de quienes vierten lágrimas por ella. Nosotros aspiramos a la paz, a una paz duradera y justa, que consiste principalmente en que nosotros dejemos de matar. Si no fuera porque aspiramos a la paz, no habríamos matado a ochocientas y pico personas, niños inclusive. ¡Con lo sencillo que sería alcanzar un acuerdo! Hágase nuestra voluntad, frágüese una frontera al viejo estilo, que aísle Euskalherría del resto de Europa, y entonces.... entonces sólo mataremos en nuestros pueblos y vecindades.

Nosotros matamos para que al día siguiente lo cuenten con detalles los medios de comunicación, de suerte que los comentaristas de actualidad nos aclaren a nosotros mismos por qué matamos, cuál es el sentido de nuestra acción y, muchas veces, a quién hemos matado. Matamos de costumbre con pretextos acompañados por el adjetivo vasco, en la inteligencia de que todo lo vasco inspire resquemor, antipatía, repugnancia. Pretendemos que la ciudadanía española y francesa, confundida por la rabia, aborrezca no menos a los vascos pacíficos que al puñado violento. Nuestras balas no atraviesan nucas para que después las multitudes griten "ETA no, vascos sí"; pero en el fondo qué más da si, total, nosotros vamos a matar se diga lo que se diga y pase lo que pase. Pues cuando, al filo de las primeras canas, comprendemos el sinsentido de matar, aparece un nuevo bruto, joven, voluntarioso y con ansias de reunir méritos de guerra, que toma el arma y reanuda la matanza.

Matamos, algunos, con la vista puesta en lograr reconocimiento de vasquidad. Por la puerta de la militancia seperatista aspira a asimilarse el descendiente del inmigrado. Matar con esa excusa da derecho al pasaporte vasco en la nación deseada. Matar para ser vasco. No faltan en nuestras listas de solícitos apretadores de gatillos patronímicos como Álvarez, González Peñalva, López Riaños, Manzanos, Parot, etcétera. ¿Qué diría Sabino Arana si supiera que individuos de dudosa pureza sanguínea y de preocupante Rh, enarbolan su bandera, se apropian de su entelequia patriótica y luchan por la liberación de Euskalherría liquidando a gente llamada Olaciregi, Iruretagoyena o Múgica? No queda más remedio que redefinir el concepto de raza vasca. Vasco auténtico: dícese, hoy por hoy, de cualquier habitante del planeta que postula la independencia de Euskadi. El resto de la humanidad está en la lista negra.

Y es que en realidad nos vence el miedo a dejar de matar. Lo uno por no estar en una celda a solas con el recuerdo de lo que hicimos, a merced de los remordimientos y de la certeza incontestable de la inutilidad de nuestro furor.

Lo otro, porque ¿quién tiene redaños para ser el Maroto que ponga fin con un nuevo abrazo de Vergara, de Argel o de donde sea, a esta guerra unilateral cuyo único lance bélico consiste en que nosotros vamos por ahí a escondidas y matamos? Dejar de matar nos irrogaría el repudio de los compañeros de locura. Caminaríamos por el pueblo y oiríamos mascullar a nuestra espalda: ése es el traidor que ordenó la tregua indefinida. Supondría, además, admitir públicamente que toda la sangre derramada, la propia y la ajena, ha sido en vano. Mejor, por consiguiente, seguir matando, aunque sea en vano, hasta tanto llegue la derrota que en nuestro fuero interno apetecernos; la que nos sacaría del laberinto que nosotros mismos hemos maquinado y del que no sabemos salir solos; la que transmitiría a las generaciones venideras de adolescentes vascos, imbuidos del fanatismo nacionalista, el convencimiento de que todavía existe una cuenta histórica pendiente.

Por nuestra cuenta no pararemos nunca de matar, como no sea que, desatada la disidencia en nuestras filas, nos matemos a tiros entre nosotros. Ya falta menos, no se preocupen. Y, si no, al tiempo.


Tocado por la genialidad
Fernando Uramburu
(El País 17 may 2017)

La primera vez que oí mencionar el nombre de Félix Francisco Casanova fue en una carta del poeta Francisco Javier Irazoki. Se acababa la década de los setenta del siglo pasado. Por entonces seguía siendo común el intercambio epistolar. Me bastaron unas pocas muestras de la poesía de aquel chaval canario, muerto pocos años antes por causa de un escape de gas mientras tomaba un baño en su domicilio de Santa Cruz de Tenerife, para percatarme de su enorme calibre literario.

Aquellos pocos poemas que conocí por mediación de Irazoki tenían los ingredientes justos para que a uno, al leerlos, le produjesen con gran intensidad la experiencia poética. No me cupo la menor duda de que quien los había compuesto estaba dotado de una gracia particular. No es sólo que los textos estuvieran bien escritos. De hecho, la literatura de Casanova huele a todo menos a escritorio. Era otra cosa que nadie, ni el erudito más dilecto, ha sabido definir hasta la fecha, aunque somos muchos los que nos llenamos la boca con su nombre.

Aquellos poemas tenían un misterio, una musicalidad no nacida de las convenciones métricas y una fuerza expresiva que los hacía de todo punto seductores. Eran, desde luego, distintos de cuanto escribían los jóvenes de mi tiempo; en muchos casos, dignos epígonos del estilo literario de sus mayores. No, aquellos poemas en los cuales lo lúdico y lo luctuoso se mezclaban con afortunada y a la vez inexplicable armonía estaban tocados de la genialidad. Los largos años transcurridos desde entonces no me han apeado de mi impresión primera.

Aquellos poemas tenían un misterio, una musicalidad no nacida de las convenciones métricas y una fuerza expresiva que los hacía de todo punto seductores
Otro poeta, Jorge G. Aranguren, me proporcionó las señas postales de Félix Casanova de Ayala, padre de Félix Francisco. Ya entonces el hombre, que, aquejado de melancolía, había renunciado a prolongar su propia obra, cultivaba con entrañable denuedo la memoria del hijo fallecido. Le escribí. Me topé con lo que había, una humanidad profundamente dolida, primero por la pérdida de la esposa, después por la del hijo superdotado y compañero de páginas. Juntos habían llenado de poemas Cuello de botella, cuya publicación Félix Francisco no pudo ver. Su padre me procuró los libros de este. Él mismo me los había dedicado en nombre del hijo para siempre ausente. El cartero me entregó aquellas joyas enviadas a San Sebastián desde Canarias: una maleta llena de hojas, la referida Cuello de botella y un diamante en forma de novela, El don de Vorace, que Félix Francisco había escrito a los 17 años en poco más de 40 días.
La publicación de las Obras completas de Casanova, editadas con esmero por la editorial Demipage, supervisadas por el ojo infalible de Irazoki, se me figura un acontecimiento cultural de primera magnitud. A veces dan ganas de que existan el cielo, el más allá, no sé, una atalaya para difuntos desde la cual Félix Casanova de Ayala pudiera disfrutar del resultado de sus desvelos. A su lado, Félix Francisco seguro que se lo tomaría a risa mientras indaga qué tipo de música escuchan los jóvenes actuales.






04 septiembre 2017

Rafael Sánchez Ferlosio




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Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 4 de diciembre de 1927) es un novelista y ensayista español, que estuvo integrado al principio de su carrera literaria en el llamado realismo social de la posguerra, movimiento literario en el que destaca su obra más importante “El Jarama”.

Es hijo del escritor Rafael Sánchez Mazas (señalado falangista que sufrió un frustrado intento de fusilamento durante la Guerra Civil, hecho que fue descrito en la novela de Javier Cercas en su novela “Soldadados de Salamina” en 2001) y de la italiana Lucia Ferlosio.
En su ciudad natal vivió los primeros años de su infancia por la corresponsalía de su padre que era también cronista del diario ABC.

Al regreso familiar a España, Rafael Sánchez Ferlosio estudió en el internado de los jesuitas de Villafranca de los Barrios, y posteriormente, cursó los estudios preparatorios para el ingreso en la Escuela de Arquitectura, aunque los abandonó para estudiar filología semíótica en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid en la que se doctoró.

En sus años universitarios entró a formar parte de un grupo de jóvenes escritores que serían después escritores muy importantes en la literatura española de mediados del siglo XX. Con algunos de ellos, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite (con la que contraería matrimonio en 1954) y Jesús Fernández Santos, formaron un movimiento literario conocido como la Generación del 50 y también como la Generación de los Niños de la Guerra.

Sánchez Felosio comenzó a publicar relatos, a finales de la década de los cuarenta, en varias revistas españolas, dando así comienzo a su carrera literaria. Dirigió junto a Ignacio Aldecoa y Alfonso Sastre la Revista Española, fundada en 1953 por Antonio Rodriguez Moñino, aunque esta publicación dejó de publicarse en 1954. En ella publicó Sánchez Ferlosio dos narraciones y la traducción de Totò, il buono, de Cesare Zavattini A pesar del poco tiempo que duró esta publicación, sirvió para dar a conocer a escritores desconocidos o con fama incipiente que años más tarde se convertirían en figuras importantes de la literatura nacional, al publicar sus relatos, incluso obras teatrales –como fue el caso de Juan Benet-, y artículos del filósofo Manuel Sacristán.

Impulsado por su apasionado interés por el cine, se matriculó en la Escuela Oficial de Cinematografía, aunque abandonó estos estudios más tarde.

Aunque Sánchez Ferlosio fue reconocido literariamente a nivel nacional e internacional con su emblemática novela “El Jarama”, antes aludida, antes llamó la atención con el relato “Industrias y andanzas de Alfanhui”. en 1951, en el que aúna los datos autobiográficos y lo fantástico, con lo que consigue poner en entredicho lo que consideramos realidad. Fue alabado por su depurado estilo y el novedoso argumento que despertó un gran interés.

Su novela cumbre “El Jarama” se integra en la corriente neorrealista de los años cincuenta y dio comienzo a una destacada etapa de la novelística española. Esta novela fue ganadora del premio Nadal, en 1955, premio de la Critica de 1957. El argumento de la novela narra las dieciséis horas de un domingo cualquiera de verano orillas del río homónimo del título de la novela. El autor describe el propio universo juvenil a través de su diálogos en los que se encuentran sus peculiares modismos y giros coloquiales propios de la época. Esto convierte a esta novela en un ejemplo de la llamada “novela magnetofón”, es decir, novela objetiva que carece de narrador y sólo expone la conducta externa de sus personajes, recurso estilístico novedoso para el año en el que fue escrita.

Por la resonancia que obtuvo esta novela, supuso el reconocimiento de Sánchez Ferlosio entre los más importantes escritores de aquellos años y tuvo una gran influencia en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX.

Después de unos años de silencio, Sánchez Ferlosio volvió a publicar otras novelas y obras dirigidas al público infantil y juvenil, pero especialmente ensayo, género en el que ha destacado siempre.

Fue de este género ensayístico su obra “Las semanas del jardín”, de tema fundamentalmente literario, obra de reflexión crítica sobre los recursos y técnicas narrativas.

Volvió a la novela con el título El testimonio de Yarfoz (1986), novela con la que quedó finalista del Premio Nacional de literatura, modalidad de narrativa. También, en dicho año, publicó “La homilía del ratón”, colección de artículos; “El ejército nacional”, y el extraordinario ensayo que cuestiona el concepto de progreso “Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado”, y “Campo de Marte•.

En los siguientes siguió publicando otras obras de ensayo como son los títulos “Ensayos y artículos” (1992) y “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos “(1993), compuesto por una variedad de textos varios y dispersos (epigramas, aforismos, fábulas, versos,) que contravienen lo establecido y las ideas convencionales . Por esta obra obtuvo el Premio Nacional de Ensayo y el premio Ciutat de Barcelona en 1994.

Obras posteriores son “El alma y la vergüenza” (2000), “La hija de la guerra y la madre de la patria” (2001) y “Non olet” (2003). Es autor, también, de poesía, relatos “Y el corazón, caliente” (1961), “Dientes, pólvora, febrero” (1961) y de obras de narrativa infantil “El huésped de las nieves” (1982), “El escudo de Jotan” (1989).

A su labor creadora hay que sumar la periodística que ha llevado a cabo intensamente, colaborando en la revistas El Urogallo, Claves de Razón Práctica, Cuadernos Hispanoamericanos y Revista de Occidente y en los diarios Arriba, ABC, El País y Diario 16, entre otros. Dicha actividad le ha supuesto obtener los más importantes premios periodísticos como son el Francisco Cerecedo de la Asociación de Periodistas Europeos (1983), el Mariano de Cavia (2002) y el Francisco Valdés (2003).

Según el propio Sánchez Ferlosio, sus referentes literarios e influencias más importantes son las de los escritores a Max Weber, T. W. Adorno y Karl Bühler.

Entre otras distinciones recibidas es Doctor honoris causa por la Universidad La Sapienza de Roma y por la Universidad Autónoma de Madrid. Sus obras han sido traducidas al inglés, francés, alemán, italiano, ruso y al chino, entre otras lenguas. En 2004 le fue concedido el Premio Cervantes, el más importante de las letras españolas como reconocimiento a su “espíritu libre” y a su “trabajo como narrador y ensayista”.

En ese mismo año, salieron publicadas sus últimas obras “El geco. Cuentos y fragmentos”, recopilación de textos fechados entre 1956 y 2004, siendo inédito uno de ellos; “Los príncipes concordes”, y “Un escrito sobre la guerra”, publicado en la colección de inéditos del Instituto Cervantes.


En la actualidad reside en Madrid, aquejado de una grave dolencia de visión, aunque no ha dejado de escribir.

Bibliografía de Rafael Sánchez Ferlosio


Novela                                                                    
Rafael Sánchez Ferlosio

Industrias y andanzas de Alfanhuí (Cíes, 1951)
El Jarama2 (Destino, 1955), premios Nadal y de la Crítica
El testimonio de Yarfoz (Alianza, 1986)

Relato

Dientes, pólvora, febrero (Papeles de Son Armadans, 1956)
Y el corazón caliente (Destino, 1961)
El huésped de las nieves (Alfaguara, 1982)
El escudo de Jotán (Alfaguara, 1983)
El geco. Cuentos y fragmentos (Destino, 2005)

Ensayo

Las semanas del jardín (Nostromo, 1974)
Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado (Alianza, 1986)
Campo de Marte 1. El ejército nacional (Alianza, 1986)
La homilía del ratón (El País, 1986)
Ensayos y artículos, I y II (Destino, 1992)
Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (Destino, 1993), premios Nacional de Ensayo y Ciudad de Barcelona
Esas Yndias equivocadas y malditas (Destino, 1994)
El alma y la vergüenza (Destino, 2000)
La hija de la guerra y la madre de la patria (Destino, 2002)
Non Olet (Destino, 2003)
Glosas castellanas y otros ensayos. Diversiones (Fondo de Cultura Económica, 2005)
Sobre la guerra (Destino, 2007)
 God & Gun. Apuntes de polemología (Destino, 2008)
Guapo y sus isótopos (Destino, 2009)

Obras completas
Campo de retamas (Mondadori, 2015), pecios reunidos
El escudo de Jotán (Debolsillo, 2015), cuentos reunidos
Ensayos I: Altos estudios eclesiásticos. Gramática, narración y diversiones (Debate, 2015)
Ensayos II: Gastos, disgustos y tiempo perdido (Debate, 2016)
Ensayos III: Babel contra Babel (Debate, 2016)
Ensayos IV: Qwertyuiop (Debate, 2017)


Artículos de Rafael Sánchez Ferlosio

Virilidad                                                                               
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Rafael Sánchez Ferlosio

(El País, 19 NOV 1994)

El que, ante un niño que bajo la sonriente complacencia de unos padres incapaces de imaginar que pueda molestar a nadie corre por entre las mesas del local, dice: " Lo que ese niño necesita es un par de hostias bien dadas" está expresando lo que él necesitaría: poder dárselas. Pertenece a la misma ralea viril que el que, ante una chica nerviosa o estridente, dice: "Lo que ésa necesita es un buen polvo" porque le humilla reconocer la vibración que enciende su deseo y tiene que camuflarla en expresión de afrenta y de desprecio. Estos que saben remediar al prójimo con hostias y con polvos son los maccro de le bâton et la carotte, que no aguantan a los demás como sujetos, sino sólo como objetos de sometimiento y de control.

(Ordalia). Sólo el castigo pudo hacer unívocas, discontinuas, las nociones del género de "culpa" o de "pecado". La alternativa de sí o no en que nos las encontramos sumergidas no tiene un origen en sí mismo lógico, sino pragmático: la violencia creadora de derecho. Sólo la guerra o la acción ejecutiva, el veredicto de las armas o de los tribunales, imponen disyuntivas tan tajantes como la de inocente o culpable o la de tener razón o no tener razón
El rencor consiste en la obstinación en que cuando ya no es así, siga siendo así, porque una vez ha sido así, una culpa de hace 50 años se convierte en 50 años de culpa.

(Paisaje). Por el lomo de la alta pared del huerto coronada con cascotes de botella venía andando esta tarde un gatito sin cortarse.
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Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de noviembre de 1994



Aviso urgente a los contricantes

Rafadel Sánchez Ferlosio

(El País, 23 MAY 1993)

Suelo decir que Antonio Gramsci forma con Rosa Luxembourg la más ilustre pareja de intelectuales que crió, apenas a tiempo, el comunismo, antes de abominar definitivamente de la funesta manía de pensar. Pues bien, Gramsci advirtió de que la expresión "lucha ideológica" era una torpe metáfora que más valía no usar o que, de usarla, había que hacerlo con toda la precaución de no perder de vista la decisiva diferencia de que mientras en la lucha física o la guerra era válido y conducente a la victoria atacar los puntos débiles del adversario, en la mal llamada lucha ideológica sólo era, en cambio, procedente acometer los puntos fuertes. El jovencísimo Menéndez y Pelayo de los Heterodoxos (libro en el que inventó el género que yo llamo "libro infierno", pues van a parar a él todos los malos, y que fue cultivado por Lucaks con su El asalto a la razón) contraviene la sabia prescripción gramsciana con sus representaciones musculares del pensar: "atletas de la escolástica" "potencia intelectual", "asentar verdades como el puño", "contundente en casi todo lo que es filosofia pura y monumento de inmenso saber y de labor hercúlea", "era su erudición la del claustro, encerrada casi en los canceles de la filosofia, escolástica, pero ¡cómo había templado sus nervios y vigorizado sus músculos esta dura gimnasia!", "todo lo recorrió y lo trituró, dejando dondequiera inequívocas muestras de la pujanza de su brazo", "molió y trituró como cibera a los débiles partidarios que en Sevilla comenzaba a tener la nueva filosofia ecléctico-sensualista del Genovesi y de Verney", "en cabeza suya asestó el padre Alvarado golpes certeros y terribles" (Heterodoxos, VI-3-VII, VI-4.-I y VII-2-V).

El gramsciano rechazo de la mera noción de lucha ideológica es, a la postre, lo que me pone diametralmente en contra de los que celebran como un gran adelanto democrático la introducción de debates electorales en España. Antes por el contrario, lo deploro como una vuelta de tuerca más al ya bastante avanzado encanallamiento y prostitución de la palabra.
El debate televisivo es una perversión sólo capaz de complacer a mentalidades primitivas, casi paleolíticas, como las del regresivo agonismo norteamericano, que no puede entender nada de nada como no se le presente en términos de ganador y perdedor. Y no es que no haya antecedentes europeos: en las disputationes académicas de Salamanca, en los siglos XVI y XVII, parece ser que los "ergos" se contaban como hoy se cuentan los goles en el fútbol: "¡Fulano le ha metido diez y nueve ergos a Mengano!". Estas disputationes universitarias fueron después, con toda razón, consideradas como la máxima degradación intelectual