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29 junio 2016

Artículo de Juan Benet

Un precedente

juan Benet
  
(El Pais, 30 AGO 1992)
                                                                                                           
La única referencia que hasta ahora he leído a la guerra civil española como precedente europeo de la crisis yugoslava procede del periodista americano George Will, del Washington Post. De manera un tanto sorprendente, la referencia contiene algunos comentarios satíricos que sin duda resultan chocantes en cualquier opinión sobre tan dramático acontecimiento. En parte como justificación del evidente retraimiento con que Europa y Estados Unidos consideran la intervención en Bosnia-Herzegovina para abortar la agresión serbia, Will reconoce que "el tiempo lo cura todo", tanto más cuanto considera que el nacionalismo catalán, que en su día fue uno de los combustibles más activos de la explosiva mezcla de 1936, se conforma hoy con manifestarse muy cívicamente a través de anuncios publicitarios en la prensa internacional bajo el eslogan Freedom for Catalonia. Tal vez, piensa Will, si en 1936 Europa hubiera volcado el contenido de sus arsenales en España, la guerra civil habría sido más larga y cruenta, pues no dejó de ser una fortuna (una injusta fortuna) que la Legión Cóndor y el CTV tuvieran que enfrentarse a Hemingway, Orwell et al. La hipótesis no puede ser más falaz y si no transpirara toda la hipocresía de las resoluciones internacionales amparadas con el manto protector de un breve de las Naciones Unidas, no merecería el menor comentario.En fecha tan avanzada de la guerra como el mes de marzo de 1938, con el derrumbamiento del frente republicano de Aragón tras la batalla de Teruel, un atribulado León Blum, consciente de los desastrosos resultados que había acarreado la política de no intervención, pensaba que todavía estaba a tiempo de despachar a través de los Pirineos catalanes un cuerpo motorizado francés para liquidar el conflicto en pocas semanas y salvar la república española. El éxito militar parecía fuera de toda duda para estos nuevos 100.000 hijos de San Luis de signo político tan opuesto -cabe decir simétrico- al de sus precursores. Cuenta Thomas que consultado el attaché militar francés en Barcelona, un coronel monárquico y derechista a mayor abundamiento, no pudo dejar pasar la oportunidad para largar su frase histórica: "Monsieur le président du Conseil, je n'ai qu'un mot a vous dire: un roi de France ferait la guerre". Pero la cautelosa voz de la diplomacia, con la vista puesta en las complicaciones de todo orden que podía traer consigo semejante intervención, no podía secundar tan patriótico consejo. Alexis Léger, el timorato secretario general del Quai d'Orsay (el mismo olímpico y bien peinado poeta St. John Perse, premio Nobel de Literatura gracias en parte a su desapasionada amistad con el secretario general de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld), señaló sin titubeos que la intervención francesa sería considerada un casus belli por Roma y Berlín, en tanto Londres se apartaría decididamente de la política de Blum. La intervención, naturalmente, se frustró pero cabe añadir a la vista de los acontecimientos posteriores (no hay que olvidar que entonces no se había alcanzado el acuerdo de Múnich ni, por supuesto, se había firmado el pacto de no agresión germano-soviético) que si tal casubelli hubiera arrastrado a las potencias involucradas a sus últimas consecuencias, habría sido la menor de las desgracias para España, para Europa y para todos los pueblos envueltos luego en la II Guerra Mundial. Ciertamente, el alcance de visión no era lo que distinguía al poeta de la moderna Anábasis.

No resulta nada temerario afirmar, una vez más, que la pusilánime neutralidad dictada por el Comité de No Intervención en la guerra de España y la política deappeasement que culminaría en Múnich, fueron las credenciales que Hitler y Mussolini necesitaban para lanzarse a la guerra. La Europa de hoy no tiene que encararse a las amenazas de semejantes monstruos y sin embargo tampoco se decide a intervenir en Bosnia-Herzegovina por buen número de razones que, sin ser ninguna convincente, entre todas dibujan un paisaje lo bastante borroso como para paralizar la posible acción: una guerra en Bosnia-Herzegovina, contra el formidable ejército serbio, no sería breve ni incruenta; bien podría prolongarse en una interminable campaña de guerrillas de imprevisibles consecuencias, en un territorio abrupto y difícilmente dominable; no existe una estricta razón de justicia, pues todos los combatientes ejercen la violencia; las fronteras entre las partes en conflicto están entreveradas y los numerosos bandos se definen mediante tan numerosas variables -étnicas, religiosas, culturales, económicas, lingüísticas e ideológicas- que ningún experto puede determinar a priori cuál sería la agenda de una conferencia de paz; y, por último, pero no lo menor, está el prohibitivo coste de la operación, que nadie parece dispuesto a sufragar. En resumidas cuentas, y partiendo de una resolución de las Naciones Unidas poco menos que calcada de la que permitió la guerra del Golfo, cabe decir que lo único de peso es que Belgrado no cuenta en el precio del crudo y en Bosnia-Herzegovina no está en juego un solo barril de petróleo. Los intereses económicos de Europa no pasan por Sarajevo y todo quedaría en orden si se pudiera lavar la cara de la tan cacareada unidad europea con el empleo de unos cuantos cascos azules (en régimen de fregonas) y el envío periódico de ayuda humanitaria. Así que Europa, una Europa unida y no dividida entre fascistas y demócratas, respirará con alivio con cada nueva declaración de intenciones y con la noticia de la llegada de un convoy de víveres a una ciudad sitiada.

Para semejante viaje no se necesitan alforjas y menos el breve de las Naciones Unidas. Por supuesto que sobran las Naciones Unidas tanto como la Asociación para el Fomento de la Palabra Culta, pongo por caso. También la ayuda humanitaria llegó a Barcelona y Valencia y el conflicto español se resolvió como querían que se resolviese quienes lo iniciaron. Basta ese precedente para creer que -pese al bloqueo, las declaraciones conjuntas, las sanciones y la ayuda humanitaria- los serbios resolverán el conflicto de Bosnia-Herzegovina a su manera y con la ayuda del tiempo, si no hay intervención extranjera.
Luego el tiempo lo curará todo y tal vez un día un partido bosnio, sin excesivo rencor, se anuncie en un periódico de Nueva York para pedir respeto y reconocimiento a los caracteres nacionales de su tierra. Nunca me han gustado mucho esos grandes proverbios, como el que invoca Will, y siempre he pensado que son tan certeros como sus opuestos. También el tiempo lo enferma todo, es el primer agente de toda enfermedad. En la cuenta de Will sólo entra la guerra: sus costes, las posibles bajas de los marines, las muertes, daños y sufrimientos de la población civil, la carencia de un beneficio final que justifique el sacrificio, son factores que inducen a pensar que la intervención militar no es recomendable. Incluso deja entrever que superada la crisis actual, se restablecerá la salud por sí sola, como en Cataluña. En su balance no cuentan, por supuesto, los casi cuarenta años de posguerra que un país, aislado por un bloqueo implacable, tuvo que pagar con sus propios recursos por no haber sabido o podido atraer la inversión bélica extranjera. No cuenta la excomunión de decenas de millones de personas de los beneficios de la presunta comunidad europea. Tampoco cuenta, parece innecesario decirlo, la remisión de esa pretendida unidad a las calendas griegas. La comunidad europea con razón se apellida económica, no viendo amenazados sus intereses en Sarajevo no tiene por qué extenderse hasta allí.



17 abril 2016

EL I CENTENARIO DE CAMILO JOSÉ CELA


Ana Alejandre                                                                          
Camilo José de Cela

            Hace cien años nació Camilo José Cela (Padrón, La Coruña; 11 de mayo de 1916-Madrid, 17 de enero de 2002) uno de los más importantes escritores de la literatura española del siglo XX, Premio Nobel de Literatura 1989, y autor prolífico como novelista, poeta, ensayista, dramaturgo, y periodista.
            Escritor controvertido entre los escritores y sectores "progresistas", por sus ideas conservadoras y su participación en la Guerra Civil en el bando nacional, además de su trabajo de censor en los primeros años del franquismo, por haber conseguido un puesto en el Cuerpo Policial de Investigación y Vigilancia del Ministerio de la Gobernación; pero siempre  supo conciliar su independencia creadora con la censura del Régimen, en una sabia simbiosis en la que pudo sobrevivir a los difíciles años de la posguerra. a los ataques recibidos por sus detractores, respondía dedicando sus libros con gran ironía " «a mis enemigos que tanto me han ayudado en mi carrera».
            Cela comenzó una etapa editorial al fundar la editorial Alfaguara, en 1964, en la que empezó a publicar algunas de sus obras y, anteriormente, cuando pasó a residir  a Palma de Mallorca, ciudad en la que vivió desde 1954 hasta 1989, creó la revista literaria "Papeles de Son Armadans" junto a José  Manuel Caballero Bonald, en 1956.
            Cela mantuvo siempre una gran rapidez en las respuestas aceradas y utilizaba con facilidad los exabruptos, lo que le hacía crearse muchas enemistades, cuestión esta que no parecía importarle demasiado. A eso se unía las mmuchas críticas vertidas sobre él, pues le acusaban muchos de sus detractores de "farsante" , ya que aducían que decía una cosa y hacía otra distinta. Lo que nadie pudo negarle nunca fue el talento narrativo y su genialidad creativa.
            A lo largo de su carrera literaria creó una obra original, extraordinaria en su variedad de estilo y géneros, calidad literaria y extraordinaria prosa, en la que se encuentran sabiamente mezclados el humor, el horror, la ternura soterrada, el más absoluto desenfado y el lenguaje escatológico. Todo ello ha creado su estilo peculiar al que se le llamó "tremendismo", sobre todo, al publicar su primera novela "La familia de Pascual Duarte".
            Esta obra antes aludida se encuentra entre las suyas más importantes. "La familia de Pascual Duarte" publicada en 1942, es una obra que se desarrolla en la Extremadura rural de antes y durante la Guerra Civil y en la que su protagonista va narrando a historia de su vida, en la que está presente la violencia más terrible como única vía de escape de los sinsabores de su vida marcada por el infortunio.
            Otra obra principal de Cela es "La colmena" que se publicó primero en Buenos Aires,  en 1951 , por estar prohibida por la censura en España, a causa de ciertas escenas eróticas, aunque fue publicada posteriormente por autorización expresa de Manuel Fraga Iribarne como Ministro del Interior. Esta  novela  narra la difícil vida de muchos personajes en la España de la posguerra, novela a la que el propio Cela definió como «esta crónica amarga de un tiempo amargo» de la que considera principal protagonista el "miedo". Con esta obra, muchos estudiosos consideran que Cela incluye en la novelística moderna a la literatura española. También, considerada por los críticos especializados como una de las más importantes novelas del segundo tercio del siglo XX
            A este título le siguen  "La cátira" (1955) primera de una serie de cinco o seis novelas cuyo título global sería "Historias de Venezuela" sobre  dicho país, de la que sólo publicó la primera ya citada, por encargo del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, y que causó tal revuelo que se abortó el proyecto de seguir publicando otros títulos de la misma serie. Le sigue "San Camilo 1936", publicada en 1969, "Cristo versus Arizona" (1994). También destacan en su obra libros de viajes como "Viaje a la Alcarria" (1948) o "Del Miño al Bidasoa. Notas de un vagabundaje" (1952), entre otros muchos títulos.            Además, fue autor de una de sus obras más desconocidas por el público en general que está dotada de una evidente ironía y gran carga de humor como es el título La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona (1977), basada en un hecho real y perteneciente al género epistolar, pues se trata de la correspondencia de Cela con su amigo  y académico, Alfonso Canales.  En dicha obra  ambos corresponsales comentaban todo suceso  sorprendente  que llega a su conocimiento y que tuviera como protagonista a la gente común, sus  usos y costumbres, especialmente lo relativo a sus prácticas sexuales, o bien, los sucesos extravagantes y casi esperpénticos que se producían, en general. Es la obra más divertida e hilarante de su extensa producción literaria. Esta obra inspiró una película que obtuvo un notable éxito.
            Este autor consideraba que la novela, como tal género, no se tenía que someter a regla alguna, sino a la omnímoda voluntad del autor. Por ello, y en su constante afán de experimentación, cada novela que escribía ofrecía una nueva técnica narrativa, utilizando los recursos de las más novísimas vanguardias literarias, creando con ello un mestizaje peculiar con los elementos que descubrió como son los ya aludidos: horror, ternura, humor, soltura verbal y lenguaje escatológico que tuvo una ran acogida entre sus lectores.
            Cela fue autor, además de su producción novelística, de múltiples libros de ensayo, artículos, obras de teatro y poesía, entre los que destaca el poemario "Pisando la dudosa luz del día. Poemas de una adolescencia cruel" (1945) y otros muchos romanceros; así como de innumerables libros de viajes.
            En su vida personal, que siempre había mantenido fuera del alcance de miradas ajenas con total discreción, fue noticia su divorcio de su esposa, la vasca María rosario Conde Picavea, con la que contrajo matrimonio en 1944 y madre de su únio hijo, Camilo José, de la que se divorció en 1990 para contraer nuevo matrimonio con Marina Castaño López, matrimonio que duró doce años hasta la muerte de Cela, cuyo fallecimiento abrió un período de conflictos entre los frentes representado por la reciente viuda, por una parte,  y el único hijo de Cela y su madre, por el otro,  por el reparto de la herencia del escritor.
            Cela comenzó a escribir sus memorias cuando contaba 50 años y proyectó hacerlo en varios volúmenes, con el título de "La cucaña", aunque sólo se llegó a publicar un primer volumen con el título "La rosa" que abarca los recuerdos de su infancia. El segundo volumen se publicó un año antes de fallecer Cela, en 2001, y contiene parte de la infancia, adolescencia y juventud del escritor y lleva el título de "Memorias, entendimientos y voluntades".
            A lo largo de la vida de este escritor universal, obtuvo muchas distinciones y premios, entre los que destacan su nombramiento como miembro de la Real Academia Española, en 1956, ocupando el sillón Q, así como los premios Premio Nacional de Narrativa (1984), Premio Príncipe de Asturias de las Letras (1987), Premio Nobel de Literatura (1989) y Premio Cervantes (1995).
            Decían de Cela que la muerte no le preocupaba demasiado, pues la consideraba "una vulgaridad" y afirmaba que había que esperarla "con la mayor tranquilidad posible". Así esperó a la muerte que le llegó el 17 de enero de 2002, a los 85 años, dejando tras de sí una rica obra literaria singular que es un referente en la literatura española del siglo XX, con amplia resonancia en todo el mundo.