Buscar este blog

Traductor

30 septiembre 2007

Francisco Umbral visto por otros escritores



Aunque el talento y el estilo de Umbral no es discutible para nadie que tenga un mínimo de conocimientos literarios, en esa dualidad de luces y sombras que todo ser humano tiene y proyecta ante los demás, también tiene algunos detractores, en ese ejercicio de la libertad de expresión que en los escritores conforma la parte más sustancial del oficio y que, en su justa medida, es un ejercicio dialéctico entre dos tipos de estilos, de talentos y de forma de entender la literatura y el apasionante oficio de escribir. Estos duelos incruentos, pero no por ello menos feroces, se suele dar mucho entre los escritores de todos los tiempos.

Así que para ilustrar la imagen que tenía y tiene Pérez-Reverte de Umbral, porque la muerte no cambia la opinión sobre los fallecidos y sólo las suaviza en las formas, expongo a continuación un artículo publicado en la fecha y publicación que se indican, casi dos años antes del fallecimiento de este último, y que firma Arturo Pérez-Reverte, otro excelente escritor y periodista con el que Umbral mantuvo, durante un cierto tiempo, un combate dialéctico y del que sirve de muestra este artículo que se expone a continuación:

Naturalmente, por ser la opinión de Pérez-Reverte sobre el escritor fallecido y quien tiene ahora la palabra, no corresponde hacer ninguna matización ni comentario al respecto, ya que sólo cabe leer estas líneas apasionadas, irritadas y siempre sinceras de otro escritor muy conocido por todos y que cuenta con innumerables adeptos, estemos, o no, en todo o en parte de acuerdo con lo que en ellas dice.

Te corresponde a ti, lector, sacar tus propias conclusiones de un texto que no tiene desperdicio alguno.



Artículo de Arturo Pérez-Reverte
( publicado en el suplemento “El Semanal” en el 27/11/05)

Hace años tuve una polémica con Francisco Umbral que acabó cuando escribí un artículo titulado Sobre Borges y sobre gilipollas, donde el gilipollas no era Borges. Desde entonces, en lo que a mí se refiere, Umbral ha permanecido mudo; cosa que en un teclista con su logorrea –«escribe como mea», dijo de él Miguel Delibes– supone un prodigio de continencia. Pero el tiempo pasa, la edad termina aflojándole a uno el muelle, y ahora vuelve a meterme los dedos en la boca. El estilo, o sea. Al maestro de columnistas no le gusta mi estilo literario, y le sorprende que se lean mis novelas. También, de paso, le parece inexplicable que nadie lea las suyas, ni aquí ni en el extranjero. Que fuera de España no sepan quién es Francisco Umbral, eso dice tenerlo asumido: su prosa es tan perfecta, asegura, que resulta intraducible a otras lenguas cultas. Pero no vender aquí un libro lo lleva peor. No se lo explica, el maestro. Con su estilo. Así que voy a intentar explicárselo. Con el mío.
Francisco Umbral tiene –y nos lo recuerda a cada instante– la mejor prosa de España. También cultiva una imagen, más social que literaria, inspirada en el malditismo narcisista y la soledad del escritor incomprendido y genial. Pero eso es cuanto tiene. Nunca pisó una universidad como alumno, ni leyó un clásico, ni tuvo una formación que trascendiera la cita, el plagio entreverado y el picoteo de lo ajeno. La lectura tranquila de sus libros y columnas sólo revela frivolidad superficial, incultura camuflada bajo la brillante escaramuza del estilo. En realidad, Umbral nunca tuvo nada que decir. La idea, el comentario o el libro citados en abundancia aquí y allá –a menudo de forma incorrecta, como ocurre con Borges y la Biblia, entre otros– casi nunca provienen de lecturas directas, sino que delatan la tercería de la revista, suplemento cultural, antología o texto ajeno donde fueron espigados. Sospecho, además, que Umbral anda muy flojo de lenguas, lo mismo vivas que muertas, aunque para el estilo le baste con la que tan bien maneja. Y en cuanto a la gran novela básica, la que forma los cimientos de todo novelista sólido, su ignorancia resulta asombrosa en un escritor de tales pretensiones. Por eso resulta esclarecedor que, en sus innumerables intentos frustrados de novelar, mencione siempre con desprecio a Cervantes, Galdós, Dickens, Tolstoi, Dostoievski o Baroja, y entre los contemporáneos, a Marsé, Mújica Lainez o Vargas Llosa; o que cometa la bajeza de situar al honrado José Luis Sampedro o al dignísimo e impecable Luis Mateo Díez a la misma altura que a Mañas, el chico del Kronen. En esa línea, las universidades sólo valen para algo cuando invitan a Umbral, y le pagan. Igual que los premios literarios, el Cervantes o la Real Academia: sólo tienen prestigio si él los consigue.
Y es que Umbral no escribe literatura: él es la literatura –«Borges y yo», afirmaba sin complejos hace unos años–. Y si la gente no lo lee, es porque a la gente no le interesa la literatura; no porque no le interese Umbral, ni porque repugne, por ejemplo, el sexo turbio que impregna sus novelas; más turbio aún cuando imaginamos al propio Umbral practicándolo. Un personaje de quien Jimmy Gimenez Arnau –que no se diría, en rigor, espejo de virtudes– ha escrito: «Padece cáncer de alma».
La cita no es casual, porque, además de ser un periodista que nunca dio una noticia, de que en sus novelas y columnas no haya una sola idea, y de alardear de una cultura que no tiene, lo que trufa toda la obra de Umbral, desde el principio, es su bajeza moral. La «infame avilantez» que, ya metidos en citas, le atribuyó la poetisa Blanca Andreu. Siempre estuvo dispuesto a despreciar a novelistas ancianos o fallecidos como Gironella, Aldecoa, o el Cela a cuya sombra en vida tanto medró –y a quien dedicó, caliente el cadáver, un librito oportunista e infame, escrito, eso sí, con estilo sublime–, o a insultar y señalar con el dedo a antiguas amantes y a mujeres que le negaron sus favores; aunque esto lo hace sólo cuando no pueden defenderse y sus maridos están muertos o en la cárcel. Tan miserable hábito no lo mencionaría aquí de limitarse a lo privado; pero es que Umbral tiene la bajunería de salpicar con él su literatura. Su bello estilo. A todo eso añade una proverbial cobardía física, que siempre le impidió sostener con hechos lo que desliza desde el cobijo de la tecla. Pero al detalle iremos otro día. Cuando me responda, si tiene huevos. A ver si esta vez no tarda otros cinco años. El maestro”.

Comentarios de una lectora


Amado siglo XX,
de Francisco Umbral,
Planeta, 2007:


Según decía en la reseña de esta obra imprescindible, este libro parece que es la despedida literaria de un autor prolífico y brillante que llena buena parte de la historia de la literatura española y del periodismo de la segunda mitad del siglo XX, título éste que adopta este libro en el que el autor hace un repaso nostálgico, tierno y sin atisbos de revanchismos ni rencor, pero sí de cierta nostalgia y compresión de todos y cada unos de los personajes que fueron y son, algunos al menos, parte imprescindible de esa misma historia que Umbral recrea a través de sus agudas y lúcidas observaciones de esa parte de la historia que conoce -y reconoce también como una parte de su propia vida-, y en los capítulos dedicados a aquellos personajes con los que parece no haber tenido nunca una especial comunicación o armonía, como puede ser el del dramaturgo Francisco Nieva, cuando afirma sin rencor que siguen sin saludarse mutuamente, añadiendo que “una tontería de cien años sigue siendo una tontería”, o bien en el apartado dedicado a esa figura estelar del pensamiento español como es Francisco de Ayala, cuando dice de él que "Ayala tiene ahora algo de pila agotada, pero es que lo tenía ya a los 30 años, si mal no recuerdo", aunque, a modo de disculpa añade con tono de regañina dirigida a sí msimo "Uno tiene algo de cómico viejo. En lo de Ayala hay mucho dolor de lo mío y por eso me he ensañado, sigamos.. En realidad estaba hablando de mí y que el lector me perdone”.

A pesar de que los pasajes más agrios o duros los dirige contra Unamuno, entre otros, al que califica de “fascista”, pero añadiendo como nota disculpatoria de lo dicho antes que es un fascismo creado por el uso del idioma. También se dirige hacia Laín Entralgo, figura señera del pensamiento filosófico español, calificándolo como “el gran intelectual de la Falange”, a pesar de que después de la muerte de Franco lo califica de “rojo”, cuestionando su ambivalencia política y su dualidad de pensamiento en esta área, aunque añade para quitarle importancia a sus calificaciones que "leído y repetido, siempre nos puede enseñar algo". Es decir, siempre encuentra la disculpa que matiza o suaviza el juicio que realiza de cada personaje, como si intentara pedir perdón, añadiendo que de todo lo dicho en contra de cada uno de ellos siempre se puede encontrar la parte de alabanza y admiración que parece negarle en sus afirmaciones anteriores.

Otros dardos de cierta malevolencia, matizada de ternura, los dirige contra Ortega al que dedica frases como “era un liberal mal acostumbrado por el golf, las marquesas, los amores argentinos y el tabaco", y hacia Franco del que dice que “muere sepultado en la cama como un personaje egipcio de zarzuela”.Hay una parte en la que aparecen los personajes preferidos para este autor, la mayoría escritores o filósofos, cpmp Eugeni D’Ors, García Lorca, Proust y un personaje extraño y diferente entre ese grupo de intelectuales como es el de Jaime de Marichalar, al que le concede tintes proustianos por su evidente soledad.Umbral tiene una visión dual de esta parte de la historia, de la que es partícipe señero en la vida intelectual española, porque su mirada va desde el interior al exterior y a la inversa, es decir, se ve también a sí mismo y reflexiona sobre su propia condición como si su mirada fuera externa y medita con distanciamiento sobre su propio y personal estilo literario, su deseo evidente de protagonismo, pero todo ello escrito con una humildad sorprendente en este singular personaje y brillante escritor que advierte al lector desde el principio de que "no vamos a ser historiadores de lo grande, sino cronistas de lo minutísimo, quede el lector advertido de que en este libro impera lo insignificante". Es decir, Umbral hace, en esta obra, personalísima y extraña, un acto de extrema sinceridad, sin atisbos del menor deseo de vanagloria ni revanchismo, porque en esta obra se nos muestra el Umbral más humano, sencillo, sincero y melancólico de todos.

Este escritor tan singular y de personalidad acusada que mezcla la prosa exquisita y directa, propia de un gran conocedor y practicante del más puro estilo periodístico, y con el toque de romanticismo trufado de un cierto aire machista por sus afanes por las “adolescentes peripatéticas”, machismo al que negaba en su propia escritura al afirmar que “se es machista, cuando se deja de ser macho”, y con el dandismo evidente en su propia y personal indumentaria, bufanda blanca en cualquier época, amigo de marquesas y asistente asiduos a los actos de una vida social que denostaba, en una contradicción evidente de un talante personal complejo, se puede decir que este libro es quizás la mirada nostálgica de quien siente el paso del tiempo y quiere dejar constancia de lo mucho que ha vivido, escrito, leído y conocido de un mundo en el que ha sido testigo y protagonista, a la vez, y del que, quizás, se despide suavemente y sin estridencias, dejando constancia de su pluma magistral en la que resuenan los ecos nostálgicos de un escritor que quizás siente la evidencia de que aún le falta por escribir su “gran obra”, lo que tanto le reprochaba Laín Entralgo, y que piensa, o sospecha, que el punto y final de su obra, la mejor, parafraseando a Oscar Wilde, será el que ponga fin a su propia existencia, porque su obra maestra es su propia vida.



Ana Alejandre


Copyright 2007,. Reservados todos los derechos