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22 abril 2007

Comentarios de una lectora


Amado siglo XX, de Francisco Umbral, edit. Planeta 2007:


Según decía en la reseña de esta obra imprescindible, este libro parece que es la despedida literaria de un autor prolífico y brillante que llena buena parte de la historia de la literatura española y del periodismo de la segunda mitad del siglo XX, título éste que adopta este libro en el que el autor hace un repaso nostálgico, tierno y sin atisbos de revanchismos ni rencor, pero sí de cierta nostalgia y compresión de todos y cada unos de los personajes que fueron y son, algunos al menos, parte imprescindible de esa misma historia que Umbral recrea a través de sus agudas y lúcidas observaciones de esa parte de la historia que conoce -y reconoce también como una parte de su propia vida-, y en los capítulos dedicados a aquellos personajes con los que parece no haber tenido nunca una especial comunicación o armonía, como puede ser el del dramaturgo Francisco Nieva, cuando afirma sin rencor que siguen sin saludarse mutuamente, añadiendo que “una tontería de cien años sigue siendo una tontería”, o bien en el apartado dedicado a esa figura estelar del pensamiento español como es Francisco de Ayala, cuando dice de él que "Ayala tiene ahora algo de pila agotada, pero es que lo tenía ya a los 30 años, si mal no recuerdo", aunque, a modo de disculpa añade con tono de regañina dirigida a sí msimo "Uno tiene algo de cómico viejo. En lo de Ayala hay mucho dolor de lo mío y por eso me he ensañado, sigamos.. En realidad estaba hablando de mí y que el lector me perdone”.

A pesar de que los pasajes más agrios o duros los dirige contra Unamuno, entre otros, al que califica de “fascista”, pero añadiendo como nota disculpatoria de lo dicho antes que es un fascismo creado por el uso del idioma. También se dirige hacia Laín Entralgo, figura señera del pensamiento filosófico español, calificándolo como “el gran intelectual de la Falange”, a pesar de que después de la muerte de Franco lo califica de “rojo”, cuestionando su ambivalencia política y su dualidad de pensamiento en esta área, aunque añade para quitarle importancia a sus calificaciones que "leído y repetido, siempre nos puede enseñar algo". Es decir, siempre encuentra la disculpa que matiza o suaviza el juicio que realiza de cada personaje, como si intentara pedir perdón, añadiendo que de todo lo dicho en contra de cada uno de ellos siempre se puede encontrar la parte de alabanza y admiración que parece negarle en sus afirmaciones anteriores.

Otros dardos de cierta malevolencia, matizada de ternura, los dirige contra Ortega al que dedica frases como “era un liberal mal acostumbrado por el golf, las marquesas, los amores argentinos y el tabaco", y hacia Franco del que dice que “muere sepultado en la cama como un personaje egipcio de zarzuela”.

Hay una parte en la que aparecen los personajes preferidos para este autor, la mayoría escritores o filósofos, cpmp Eugeni D’Ors, García Lorca, Proust y un personaje extraño y diferente entre ese grupo de intelectuales como es el de Jaime de Marichalar, al que le concede tintes proustianos por su evidente soledad.

Umbral tiene una visión dual de esta parte de la historia, de la que es partícipe señero en la vida intelectual española, porque su mirada va desde el interior al exterior y a la inversa, es decir, se ve también a sí mismo y reflexiona sobre su propia condición como si su mirada fuera externa y medita con distanciamiento sobre su propio y personal estilo literario, su deseo evidente de protagonismo, pero todo ello escrito con una humildad sorprendente en este singular personaje y brillante escritor que advierte al lector desde el principio de que "no vamos a ser historiadores de lo grande, sino cronistas de lo minutísimo, quede el lector advertido de que en este libro impera lo insignificante". Es decir, Umbral hace, en esta obra, personalísima y extraña, un acto de extrema sinceridad, sin atisbos del menor deseo de vanagloria ni revanchismo, porque en esta obra se nos muestra el Umbral más humano, sencillo, sincero y melancólico de todos.

Este escritor tan singular y de personalidad acusada que mezcla la prosa exquisita y directa, propia de un gran conocedor y practicante del más puro estilo periodístico, y con el toque de romanticismo trufado de un cierto aire machista por sus afanes por las “adolescentes peripatéticas”, machismo al que negaba en su propia escritura al afirmar que “se es machista, cuando se deja de ser macho”, y con el dandismo evidente en su propia y personal indumentaria, bufanda blanca en cualquier época, amigo de marquesas y asistente asiduos a los actos de una vida social que denostaba, en una contradicción evidente de un talante personal complejo, se puede decir que este libro es quizás la mirada nostálgica de quien siente el paso del tiempo y quiere dejar constancia de lo mucho que ha vivido, escrito, leído y conocido de un mundo en el que ha sido testigo y protagonista, a la vez, y del que, quizás, se despide suavemente y sin estridencias, dejando constancia de su pluma magistral en la que resuenan los ecos nostálgicos de un escritor que quizás siente la evidencia de que aún le falta por escribir su “gran obra”, lo que tanto le reprochaba Laín Entralgo, y que piensa, o sospecha, que el punto y final de su obra, la mejor, parafraseando a Oscar Wilde, será el que ponga fin a su propia existencia, porque su obra maestra es su propia vida.



Ana Alejandre


Copyright 2007,. Reservados tdos los derechos

Al filo de los días


Cuando llega la primavera


La ventana abierta trae olores silvestres con los que la primavera anuncia que ha comenzado a vestir con su traje de vivos colores los parques y campos cercanos. Del jardín llegan ruidos de niños jugando, ladridos de perro y algún vibrante y sonoro toque de claxon, parodiando el tañido ancestral de las campanas. Todo hace pensar que la vida ha vuelto a brotar con su cotidianidad ya conocida pero alimentada con una nueva savia en la que se promete un renacer de los sentidos y de la esperanza que parecía estar adormilada y latente dentro de su fría coraza invernal.

Cierro la ventana, detrás de la que se perfila el suave paisaje de luz azul, mientras pienso que detrás seguirán bullendo las mismas criaturas, los mismo sonidos y olores como cualquier otra primavera anterior y las siguientes. La esperanza del ser humano se renueva cada año, en su ciclo permanente, al unísono de la propia Naturaleza, en ese fluir y refluir que marca la propia existencia en la que nos inventamos nuevos amaneceres cada día para poder seguir esperando a ese milagro, escurridizo y volátil, llamado felicidad y que toque a la puerta; aunque sólo llegada la noche nos demos cuenta de que ese día no ha sido, pero al siguiente, a lo mejor, sí oiremos el aleteo ligero de unos pasos que anuncien su llegada.

Y así, vamos viviendo o, mejor dicho, la vida nos vive y nos consume en una larga espera que es, quizá, la única forma de vivir lo más cercana posible a esa felicidad soñada que siempre parece ignorar nuestra espera y toca en puertas ajenas, olvidando, -quizá por el convencimiento de que todo lo bueno se merece, sin duda alguna, aunque se nos niegue-, que aquélla sólo entra en la morada de quien la aguarda con la puerta abierta de par en par y una sonrisa en los labios, aunque la sonrisa sea a veces un poco escéptica, irónica o desengañada. Sólo así, se está preparado para decir, al verla alejarse: “No, si yo ya sabía que iba a pasar de largo otra vez” sin sentir la bofetada humillante de la decepción. Esa sonrisa de espera, ayuda a aguardar al día siguiente, al mes que viene, o a la primavera próxima, para encontrarla de nuevo, darse de bruces con ella y por fin darle ese largo, largo, abrazo que nunca llega y para el que siempre creemos estar preparados. Para lo único que parece que no lo está el ser humano es para aceptar que a cada primavera le sucede el verano, después el otoño y, por fin, el invierno, al igual que en toda vida se suceden las estaciones, las ilusiones, los desengaños, la enfermedad, la alegría y el dolor en un continuo fluir en el que el mar es la propia vida y las olas que vienen y van son las circunstancias cambiantes; la playa es el tiempo y los seres humanos somos los granos de arenas, infinitos en número, que conformamos ese lecho sobre el que descansa, se extiende y se retira después el insondable mar de la vida que nos deja asombrados, año tras año, con el nuevo renacer de otra primavera en la que, seguramente, la esperanza será lo único que, al renacer, nos hará sentirnos vivos cuando todo lo demás: guerras, catástrofes sin fin, sufrimiento, enfermedad e injusticias, nos hace pensar que el mundo está loco y, por ello, cada uno se siente morir un poco más cada día.

Sólo la luz, el renacer de la Naturaleza nos hace recordar cada año que hay un tiempo también en el que reímos, gozamos y ¿por qué no podremos volver a renacer de nuestras cenizas como el Ave Fénix, de nuestras decepciones, de cada dolor, al igual que vemos resurgir la fuerza de la vida en cada brote tierno, en cada flor, en cada árbol que ofrece su nuevo manto, como una promesa cierta de que todo vuelve a ser posible, hermoso o verdadero en cada primavera? Aunque algo interior nos diga que eso ya no es posible por el devenir inexorable del tiempo, quizás la pregunta en sí, la misma duda, sea el regalo que cada año nos trae el solsticio del 21 de marzo en el que se puede ser, aunque sea por unos breves instantes, otro brote tierno del árbol de la vida, uno más en el que el prodigio de la existencia parece ofrecer el resurgir de la propia vida, muchas veces acompañada de reacciones en forma de alergias, úlceras o depresiones, como recordando que la materia es limitada y tiene que pagar tributo.

El renacer de la Naturaleza es una esperanza nueva en cada vida, esa que vivimos a golpe de estación, de años, meses y días en los que siempre alumbra de nuevo la promesa incierta de un futuro que siempre parece más prometedor a la luz exuberante y vivificadora de cada primavera.




Ana Alejandre



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Otros enlaces de Ana Alejandre


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(Crónicas, comentarios, críticas y plácemes sobre la actualidad no política)

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