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26 abril 2006

Zona de Fumadores

Este espacio, como su nombre indica, está reservado a todos los que son o han sido fumadores: a los primeros, verdaderos proscritos de la sociedad del bienestar y la salud, porque hay muchos de ellos que desean dejar de fumar y no lo consiguen porque no pueden o porque, lo más probable, no quieren; y, en cambio, hay otros muchos que no dejan de fumar porque no quieren, sencilla y llanamente. Como ex fumadora que soy, comprendo a ambos grupos, porque durante un cierto tiempo, bastante por cierto, no quería dejar de fumar y, después, me lo propuse y lo conseguí con un remedio infalible, el único que existe y que es eficaz al cien por cien y, además, no se vende en las farmacias y sale gratis; la voluntad aplicada a ese propósito.

Para unos y otros: fumadores en ejercicio que sufren por no poder dejar de hacerlo, aunque afirman que quieren conseguirlo pero no saben cómo, les dedico esta ‘Zona de fumadores” con simpatía y comprensión; y a los que no quieren dejar de fumar, en uso de esa misma libertad que ejercen a contracorriente y legítimamente, también van dirigidas estas páginas en las que desfilarán un amplio abanico de hombres ilustres de las letras, las artes y el mundo cultural, en general, que tienen, o tuvieron, un nexo común, además de su talento creador y éste no es otro que la apasionada, contumaz, e irreductible pasión por el tabaco en cualquiera de sus variantes.

Esta primera entrega va a tratar, pues, del verdadero protagonista de este tema en cuestión: el tabaco, su historia, sus leyendas, sus detractores y sus más acérrimos defensores desde que llegó a Occidente de las manos de Cristóbal Colón.
Sucesivamente, trataré de cada uno de los más ilustres fumadores, sus preferencias, opiniones, gustos y disgustos con respecto al tabaco y sus aledaños.

Espero que disfrutes, lector, seas fumador convicto y confeso, o estés redimido de este ‘
execrable vicio’, según afirman sus muchos detractores que aumentan constantemente. A los que nunca fumaron, estás líneas no le despertarán más interés que el puramente anecdótico y le servirá para sus argumentos detractores, porque nunca tuvieron, ni tendrán, tan malos hábitos; pero sí, en la mayoría de las veces, peores humos.







El tabaco. Historia de su descubrimiento y uso en Occidente.

La primera descripción que se hizo del tabaco la realizó Cristóbal Colón, en un apunte en su diario que el almirante fecha el 6 de noviembre de 1492, el glorioso año del descubrimiento de América. En dicho texto decía:

“...y hallamos a mucha gente que volvía a sus poblados, mujeres y hombres, con un tizón en las manos hecho de hierbas, con que tomaban sus sahumerios acostumbrados...”

Colón relata esta costumbre vista en la isla de San Salvador, sin darle mayor importancia. Los indios les dijeron a los españoles que esa hierba tenía por nombre ‘cohivá’ que es el nombre por el que se conocen a unos famosos puros habanos.

Parece ser, que el tabaco no sólo lo fumaban sino que lo mascaban. Para fumarlo introducían la hierba picada en unos tubos de barro o madera. La otra forma de uso era reducirlo a polvo, o picadura, que aspiraban por la nariz.

Los españoles consideraban esta práctica como una costumbre salvaje; pero algunos españoles lo probaron y le cogieron gusto, sobre todo en la península del Yucatán, en Méjico, cerca de Tabasco, de donde piensan algunos que le vendría el nombre. En 1518, un fraile le hizo un envío sorprendente al rey Carlos I que contenía semillas de tabaco.

Hasta el padre Bartolomé de las Casas habla del tabaco definiéndolo así:

“...son unas hierbas secas metidas en cierta hoja a manera de mosquete , encendido por una parte, mientras por la otra chupan con el resuello para adentro, aquel humo, con lo cual se adormecen y casi se emborrachan y no sienten el cansancio. Y a esto llaman ellos tabaco. Y ya por entonces había en Haití españoles que no sabían dejar este vicio...·


Sevilla fue la primera ciudad europea donde se fumó en público y, curiosamente, la primera también en la que se prohibió fumar basándose en bulas papales y ordenanzas reales. Para tal prohibición se aducía que el tabaco enflaquecía los cuerpos, aturdía la voluntad y entorpecía las almas. Fue un médico sevillano, Nicolás Bonardes, el primer escritor científico que habló del tabaco al que atribuía virtudes curativas y, por ello, lo clasificó entre las plantas medicinales.. Esta apología del tabaco la hace el mencionado doctor en la “Segunda Parte del Libro de las Cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, que sirven de Medicina, do se trata del Tabaco, del Cardo Santo y de otras muchas Yerbas que han venido de aquella parte...”, obra publicada en 1571, y en la que afirma, de forma harto peregrina, que el tabaco tomado en un caldo producto de su cocimiento aliviaba la artritis y curaba el mal aliento; y, además, agregaba que si se masticaba el tabaco disminuía el dolor de muelas y la jaqueca.

En el siglo XVII se le denomina ‘esa hierba que marea’. Se le consideraba medicinal y alivio para el dolor de estómago. Se hicieron píldoras de tabaco y se consideraba al mismo como una panacea para todas aquellas dolencias de las que no se conocían remedio de la farmacopea.

En Francia lo introdujo un tal F. Nicot que lo había comprado en Portugal a un holandés que volvía de la Florida. Nicot lo introdujo en la corte de la reina Catalina de Médici quien fue la primera que lo uso, aspirándolo en forma de polvillo. Ella lo aconsejaba vehementemente y se extendió su uso por toda Francia, dándole el nombre de ‘hierba de la reina’. La gente empezó a difundir el rumor de que era una medicina que curaba todo tipo de males y dolencias y tal era la creencia en sus supuestos poderes curativos que la propia reina se lo administraba al futuro rey Carlos IX para curarle, según ella, ‘los humores”, dolencia a la que ahora se podría equiparar la depresión. Esa influencia que le daba su uso en la corte real, hizo que el tabaco adquiriera en Francia un gran prestigio.

En Inglaterra no corrió la misma suerte desde que lo introdujo el pirata Walter Raleigh a principios del siglo XVII. Jacobo I escribió un famoso panfleto en contra del tabaco en 1604, llamado Misocapnos en el que lo llama ‘ imagen viva del infierno, esta hierba que marea’. A pesar de la oposición regia, el tabaco gozó de una amplia popularidad entre la sociedad inglesa, tanto la plebeya como la cortesana, menos en las colonias inglesas de Norteamérica donde los colonos puritanos de Massachussets o de Connecticut, alrededor de 1644, lo prohibieron por los peligros que suponía, especialmente, de incendio. Solo se permitía fumar en casa y una sola vez al día.

En España, por otra parte, un poeta sevillano llamado Rafael Thorias escribió en latín la obrita que el tituló ‘Himnus tabaci’. Los españoles introdujeron el tabaco en sus colonias del Pacífico, en Filipinas y en el Japón, de donde pasó al continente chino, antes de 1600..

En Turquía, el sultán Amurates IV, en el primer tercio del siglo XVII, mandaba desorejar en público a quien osara fumar. Y en Rusia el zar mandó amputar la nariz a quien desoyera la misma prohibición. Sin embargo, parece que nada de esto surtió efectos porque se veían a una gran multitud de ciudadanos desorejados y desnarigados fumando en público. El tabaco creaba tal ‘vicio’ que la gente prefería perder el apéndice nasal o auricular antes que dejar de fumar.

El Papa Urbano VIII, en el primer tercio del siglo XVII, prohibió su consumo a los fieles en las iglesias, especialmente el ‘rapé’, modalidad en polvo del tabaco, porque los estornudos que producía distraía a los fieles durante la Santa Misa y , sobre todo,el sermón.

Pero el tabaco era una excelente fuente de ingresos que permitía al Estado gravarlo con impuestos en forma de Regalías, lo que llenaba las arcas reales. En 1611 se gravó por primera vez el tabaco y en 1632 nacieron los estancos. La variedad más preciada, por considerarla lujosa, eran los puros habanos porque se consideraban un signo de riqueza. Los cigarrillos aparecieron posteriormente y se consideraron que tenían un origen humilde, ya que fue, al parecer, un mendigo de Sevilla el que fabricó el primero con las colillas de los habanos que encontraba para así poder saciar su ‘vicio’. En torno a esa costumbre de las clases populares y menos pudientes, nació el cigarrillo como industria y la crisis económica del siglo XIX lo puso de moda con el nombre de ’papelillo’. De España pasó a Portugal y de allí se extendió al resto de Europa. Los ingleses y franceses se acostumbraron a estos ‘fumables’ como les llamaron en tiempo de las campañas napoleónicas en la Península Ibérica.
En Francia se les llamaba ‘cigarettes’ sobre 1820. En 1853 se creó en la Habana la primera fábrica de cigarrillos del mundo y los primeros eran liados a mano. En1860 comenzó el proceso de mecanización. Los ingleses y norteamericanos no le prestaron mucha atención por considerarlo ‘cosa propia de mujeres'; pero después de la Guerra de Crimea las cosas cambiaron porque el mundo anglosajón entró en contacto con el tabaco rubio procedente de Turquía que era mucho más suave que el negro americano.

La primera víctima del tabaco reconocida oficialmente tuvo que ver con un célebre proceso relacionado con la nicotina, sustancia descubierta a mediados del siglo XIX. En 1851 el matrimonio belga Bocarmé había envenenado al hermano de la esposa. El detective M. Stas descubrió que el causante del envenenamiento era un alcaloide: la nicotina.. Se averiguó que el culpable del asesinato había trabajado durante años en la extracción de esa sustancia peligrosa, tanto que los indios americanos la utilizaban para envenenar con ellas sus flechas En ese mismo año, la Academia de Medicina de Francia confirmó que el tabaco era un veneno.


Han pasado más de ciento cincuenta años y muchos dudan todavía si el tabaco es perjudicial o no y, algunos, aún lo siguen discutiendo.

Ahora, que cada cual saque sus propias conclusiones y siga ejerciendo su libertad personal sin coacciones ni prohibiciones que se han demostrado siempre inútiles y, muchas veces, contraproducentes, sobre todo, si se llega a prohibir el tabaco con el tipo de sanciones que en Turquía y Rusia aplicaban, cosa que, afortunadamente, no ha sucedido en España todavía, aunque conviene estar prevenidos
...



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25 abril 2006

Comentarios de una lectora - No me cogeréis vivo


“No me cogeréis vivo”
de Arturo Pérez-Reverte


Como meros apuntes sin más deseo de entrar en una crítica literaria que no me corresponde hacer, comento uno de los últimos libros leídos, señalando una corta reseña de la obra y una opinión que, por personal, es subjetiva y siempre abierta a discusión:


No me cogeréis vivo (Arturo Pérez-Reverte), editado por Santillana en el 2005, recoge los artículos periodísticos del autor publicados entre los años 2001 y 2005 y que sirven como continuación a los dos primeras colecciones publicadas en años anteriores, con los títulos Obra Breve/1, Patente de Corso y Con ánimo de ofender. Poseen todos estos títulos el mismo afán generalista en cuanto a la temática que el que sirve de objeto a este comentario, excepto algunos artículos que, por su tema especialmente puntual, pierden sentido sacado fuera del contexto que los originó.

Nada hay que señalar de nuevo en esta colección de artículos publicada ya que tienen la impronta de una prosa ágil, sencilla de leer. y muy apta para poder expresar las opiniones de su autor en ese lenguaje cercano, coloquial, y del gusto de una generalidad de lectores, entre los que destacan los jóvenes que son, en su mayoría, auténticos fans de este escritor porque les sabe hablar en el mismo lenguaje que utilizan ellos, sin perder un ápice de claridad expositiva ni riqueza conceptual; pero adaptándola a quienes, sabe, son sus principales destinatarios en la mayoría de los casos.

Es un periodista-escritor que sabe contar los hechos que le preocupan, llaman su atención o, simplemente, le fastidian, de una forma clara, concisa y tajante; pero sin renunciar a utilizar los vulgarismos a los que tiende el lenguaje de la calle. Por ello, utiliza términos, por ejemplo, como los arradios, (refiriéndose a los receptores de radio), aún sabiendo que comete una falta sintáctica y ortográfica, para acercar su lenguaje y estilo, en un guiño irónico, al que se ha oído usar en muchos lugares de la geografía española cuando la cultura era escasa y las lecturas también, por lo que les son conocidos a muchos ocasionales lectores que encuentran en estos breves textos la paradoja de que, quien critica en estos artículos los malos hábitos en las costumbres de esta sociedad adocenada y acomodaticia cada vez más vulgar y poco exigente en su lenguaje, los utiliza en un quiebro burlón y sarcástico que pone en evidencia lo que piensa verdaderamente de una sociedad en la que vive y forma parte de ella, pero a la que desprecia en sus facetas más deleznables como son la miseria moral y el acanallamiento de sus costumbres y apetencias.

En Pérez-Reverte no se puede buscar estilo literario, en el sentido estricto, a no ser el que proporciona, precisamente, su ausencia deliberada de cultismos y de todo lenguaje metafórico, usando en su lugar la claridad expositiva, la llaneza en los adjetivos y el evidente deseo de contar historias para todo tipo de lectores y que puedan ser leídas y comprendidas por todos y no sólo por aquéllos bien hablados y mejor leídos; pero que, evidentemente, éstos no son la mayoría de los lectores ni, menos aún, quienes necesitan incentivos para acercarse a los libros y disfrutarlos como es el de verse reflejados en ellos a través de un lenguaje sencillo en el que se reconocen.

Pérez-Reverte es un escritor-pintor de la batalla de la vida, sin más adornos ni florituras, además de Un pintor de batallas, porque ha vivido, ha viajado como reportero y ha estado en demasiadas guerras que le han obligado a digerir esa parte trágica y sangrienta de la existencia humana que, por su condición de corresponsal de guerra, conoce demasiado bien. Esas experiencias son las que le han dado esa impronta de escritor de vuelta de todo; pero al que le importa más narrar la vida que inventarla, y denunciar a quienes disfrazan la verdad y la justicia para presentarlas acorde a sus intereses y, sobre todo, contar historias a quienes están deseosos de beberla en los libros porque todavía no la han probado con toda su crudeza por sus pocos años; pero sin olvidar a quienes por edad, experiencia, o desengaños, cuando le leen se sienten identificados porque en sus páginas corren, saltan y golpean la vida, el dolor y las miserias humanas por unas páginas que están exentas de “contenido literario”, como afirman algunos, pero plenas de sentido común, sinceridad, honestidad, crudeza y hasta, si apuran un poco, de mala leche.
Ana Alejandre
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